“Conan, basta de ajustarnos”. Así reza una pancarta de protesta en la avenida 9 de Julio, cerca del famoso Obelisco de Buenos Aires. “Conan, tengo hambre”, dice otra. Sobre el paso de cebra alguien ha pintado “Milei te quiere pobre”. Todos sabemos quién es Milei, pero ¿quién es Conan? Conan es un perro, un mastín inglés para más señas. O era, porque el famoso Conan murió hace siete años. Entonces, el ahora presidente de la Argentina se gastó $us 50.000 en clonar a su mascota. Lo hizo a través de una compañía estadounidense de Texas llamada Perpetuate.

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Milei vive ahora con cinco perros idénticos (“son mis hijitos”) en la Quinta de Olivos, la residencia presidencial. Se llaman Conan, Milton (por el economista Milton Friedman), Murray (por el economista Murray Rothbard), Robert y Lucas (por el también economista Robert Lucas). Hasta aquí, todo “normal”. Por cierto, el estadounidense Murray Rothbard, de la Escuela Austriaca de Economía, sostiene que “el padre debería tener el derecho legal a no alimentar al niño, es decir, dejarlo morir”. Un (ex)amigo del presidente contó que “los perros le bajan a Milei un mensaje de Dios”.

Dice el escritor argentino Martín Caparrós en su nuevo libro (El mundo entonces: una historia del presente) que Milei está claramente incapacitado para gobernar, que es un personaje siniestro, que está notoriamente desquiciado. Y se pregunta: “¿por qué votaron quince millones de argentinos a un tipo que asegura recibir instrucciones de un perro muerto?” El psicoanalista Hernán Scorofitz —en una columna de la revista Noticias— cree que Milei no ha aceptado la muerte del animal; “parece imposibilitado de tramitar simbólicamente su falta y por eso necesitar inmortalizarlo a través de acciones que parecen bizarras y hasta delirantes”.

El delirio pasó por la clonación del perro muerto y de sus cuatro “hijos”. Y por abrirle una cuenta de Twitter al susodicho (e interactuar con ella). Scorofitz va más allá: “Conan ocupa un lugar de padre, un padre muerto pero del cual se reniega su muerte”. Hay que recordar que la infancia y la adolescencia de Milei fueron marcadas por maltratos físicos y psicológicos por parte de su padre y de sus compañeros de escuela. Por eso los argentinos y argentinas que marchan estos días en las calles (un día sí y otro también) contra las políticas de ajuste y hambre, contra los recortes y despidos, le hablan al perro y no al presidente. Argentina es un manicomio a cielo abierto.

“¿Cómo podemos confiar en una persona que no tiene familia y habla con Dios al que llama “El Uno” a través de un “canal de luz” que le abrió su perro muerto?, me dice un hincha de Defensa y Justicia en el barrio de Florencio Varela mientras mata mosquitos a cada rato por la epidemia de dengue.

El segundo cuatrimestre en las universidades nacionales está en riesgo porque no alcanza para pagar la factura de luz y gas. El presidente dice que podría mandar tropas a Ucrania. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich (a la que Milei llamó en campaña “terrorista tirabombas”), se reúne con la CIA y el FBI en Washington. El presidente y su hermana reciben en Miami la distinción de “embajadores de la luz” por parte de una secta judía ortodoxa. Uno de los diputados de su partido (La Libertad Avanza) no cree en la obligatoriedad de la enseñanza pública y le dice a una periodista: “La libertad es también si no querés mandar a tu hijo a la escuela para que ayude en el taller.” Libertad rima con esclavitud. Argentina es una pesadilla “orweliana”.

Las librerías de avenida Corrientes están vacías. Ha caído la venta de libros. La nueva obra de Leila Guerriero (La llamada, sobre la exmontonera Silvia Labayru) cuesta 32.500 pesos ($us 33 si cambias en negro y $us 38 al cambio oficial). En el aeropuerto, todavía es peor, sale a 37.000 pesos, $us 43. La cultura ha vuelto a ser un lujo, un privilegio para unos pocos. Milei ha iniciado una guerra contra la clase media. Y a futuro, todo esto solo cierra con represión y muerte.

La paralización de la obra pública ha puesto a miles de bolivianos en la calle, sin trabajo. El plan de Milei es desmontar Argentina, borrarla del mapa. La eliminación de ayudas al cine, a la literatura, al teatro y a la música —verdaderas banderas argentinas reconocidas en todo el mundo— arruinan a todo un país, irritado hasta el extremo.

Lo peor de todo no es esta fotografía fija; lo peor es el aire de resignación que se respira en las calles de Buenos Aires. ¿Por qué no se vislumbra una resistencia? ¿Por qué no aparecen en el horizonte líderes que puedan capitalizar este descontento/decepción? Lo único que queda —por ahora— es joder a Milei donde más le duele: Conan ha muerto.

(*) Ricardo Bajo vende escobas

QOSHE - Conan ha muerto - Ricardo Bajo H
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Conan ha muerto

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17.04.2024

“Conan, basta de ajustarnos”. Así reza una pancarta de protesta en la avenida 9 de Julio, cerca del famoso Obelisco de Buenos Aires. “Conan, tengo hambre”, dice otra. Sobre el paso de cebra alguien ha pintado “Milei te quiere pobre”. Todos sabemos quién es Milei, pero ¿quién es Conan? Conan es un perro, un mastín inglés para más señas. O era, porque el famoso Conan murió hace siete años. Entonces, el ahora presidente de la Argentina se gastó $us 50.000 en clonar a su mascota. Lo hizo a través de una compañía estadounidense de Texas llamada Perpetuate.

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Milei vive ahora con cinco perros idénticos (“son mis hijitos”) en la Quinta de Olivos, la residencia presidencial. Se llaman Conan, Milton (por el economista Milton Friedman), Murray (por el economista Murray Rothbard), Robert y Lucas (por el también economista Robert Lucas). Hasta aquí, todo “normal”. Por cierto, el estadounidense Murray Rothbard, de la Escuela Austriaca de Economía, sostiene que “el padre debería tener el derecho legal a no alimentar al niño, es decir, dejarlo morir”. Un (ex)amigo del presidente contó que “los perros le bajan a Milei un........

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