Estimada señorita, responderé por aquí a sus preguntas:

Si debo escoger, preferiría el efecto del espidifen al del gelocatil, el perfume de un cuarto repleto de manzanas, la verdad sin calcetines y la rueda de bicicleta de Marcel Duchamp.

Por otra parte, y ya que ha salido el tema de la verdad, confesaré también que mi personaje favorito de ficción es Pinocho (Pinocchio, en su lengua vernácula) la criatura literaria que Carlo Collodi creó en 1881 para el semanario infantil Giornale para i Bambini, un poco más tarde editado en formato libro como “Las aventuras de Pinocho” y en donde, como vd. sabe, se narran las peripecias de un títere de madera, de una marioneta que cobra vida y, convertido en niño, se echa a perder entre malas compañías.

Tampoco dudo del poder de fascinación de Sherlock Holmes o de su adorada Alicia, dos arquetipos que también transitan entre la verdad y el engaño, pero prefiero a la marioneta. Prefiero a Pinocho por esa insobornable capacidad de caer en el error y persistir en ello como notorio mal estudiante. Algo que obviamente lo hace a nuestros ojos muy humano. Y también lo prefiero por su innegable lógica de superviviente (el público infantil, entusiasmado, llego a pedir al autor a través de la gaceta que lo salvara, como así se hizo en el libro), que ha trascendido a la fábula moral para niños a la que originariamente estaba sujeto. De modo que la historia de la marioneta es hoy en día un mensaje colmado de intersubjetividad adulta. Una cosmovisión de la mentira que ha dejado una prodigiosa huella intertextual en el imaginario colectivo. Y creo que, quizá por eso, el arquetipo se ha replicado tanto desde su creación. En el cine, en el arte, en la crítica cultural, en cualquier lugar en donde adquiere protagonismo, se convierte en un potente ideologema: Pinocho. Por eso simplemente decimos que a alguien le crece la nariz cuando miente. Se trata de ejemplificar la vulnerabilidad personal.

Hay más. Julia Kristeva escribió no hace tanto que “La posmodernidad se ha olvidado de que el mal existe”. Y conviene tenerlo en cuenta, pues la mayor forma de insensibilidad ante el mal (ante la catástrofe) es la mentira. Antes, en su sentido más clásico y quizá el menos permeable, la mentira equivalía al olvido de la verdad. Una carencia que nos producía desasosiego. Pero ahora, ¿qué otra cosa puede ser la mentira, sino la renuncia deliberada a nuestros propios sueños? Yo, al menos, así lo creo.

Acabo. Hace poco más de dos años tuvo lugar mi primera aventura italiana. No le mentiría si le dijera que mi alma aún permanece allí. No quiso regresar conmigo. En Lucca, la ciudad que me acogió durante dos semanas llenas de asombro y alegría, encontré a nuestro personaje. Estaba pintado al estuco en el muro de un viejo colegio, a la manera en que lo representó originalmente Enrico Mazantti para el libro de Collodi. Era la versión antigua, más auténtica y realista, menos edulcorada, más simpática… merece la pena buscarlo. El muñeco formaba parte del elenco de fábulas, entre zorras, uvas, burros y pajarillos, que habían puesto allí para prevenir las amables insubordinaciones de los niños.

A quince quilómetros de Lucca (supe después) se halla el pueblo de Collodi, de donde el autor extrajo su nombre literario. Con su parque dedicado al personaje.

Si puede, vaya a verlo. Allí le espera toda la ternura del mundo.

QOSHE - Pinocho - Acisclo Novo
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Pinocho

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19.04.2024

Estimada señorita, responderé por aquí a sus preguntas:

Si debo escoger, preferiría el efecto del espidifen al del gelocatil, el perfume de un cuarto repleto de manzanas, la verdad sin calcetines y la rueda de bicicleta de Marcel Duchamp.

Por otra parte, y ya que ha salido el tema de la verdad, confesaré también que mi personaje favorito de ficción es Pinocho (Pinocchio, en su lengua vernácula) la criatura literaria que Carlo Collodi creó en 1881 para el semanario infantil Giornale para i Bambini, un poco más tarde editado en formato libro como “Las aventuras de Pinocho” y en donde, como vd. sabe, se narran las peripecias de un títere de madera, de una marioneta que cobra vida y, convertido en niño, se echa a perder entre malas compañías.

Tampoco dudo del poder de fascinación de Sherlock Holmes o de su adorada Alicia, dos........

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