Estaba cerrando el portalón de la finca. Una cierta quietud se va expandiendo y suelo pensar que ese frescor de la noche recién estrenada no es otra cosa que la esencia de la paz.

A esas horas la naturaleza más pequeña, la de los insectos, los roedores, los pequeños regatos, el respirar de las lechuzas, va aumentando su sonido y todo aquello que pasaba desapercibido por ser de día, ahora toma todo su esplendor y se nos deposita en el oído con el mismo efecto benefactor que se depositaba, por nuestras abuelas, aquel aceite de las almendras con el que nos curaban las otitis infantiles y sus migrañas.

Noté, de pronto, como un manotazo en el hombro. Yo que soy muy medroso me asusté y toda aquella quietud se me transformó en miedo a lo inesperado. La cosa no era para tanto y me di cuenta en el momento en el que unas orejas recortadas y picudas me daban un cariño frotándose contra mi barbilla. Era un gato. No era mi gato, el gato oficial de mi casa, ese vacunado y con toda la documentación del chip y demás fruslerías y útiles zarandajas.

No, éste, el que se subió a mi hombro, era el indocumentado gato que mira, displicente, cómo podo mis árboles, cómo me quedo prendado de los preciosos pezones que se aparecen súbitamente en las ramas en la primavera, cómo hago mil rayas y las lleno de color en los oleos y acrílicos que me invento en aquella esquina que me permite tomar a medias el sol y sombra durante la mañana.

Yo también lo observo cuando me da la gana. Veo como comparte territorio con uno blanco y negro que le visita. Se quieren, se odian, vuelven a odiarse y a quererse y de pronto persiguen los gorriones que se acercan, vuelan y revuelan y haciendo piruetas se desplazan. Ellos que nos parecen un adorno en el campo, se convierten, a menudo, en terribles depredadores. Avanzan despacito, sus ojos estáticos, sus uñas escondidas para disimular, imagino, que matan. Se hacen el loco. La abubilla se despista con una preciosa mariquita…y ellos ¡zas! La fulminan.

Como tengo tiempo me pongo a observar al otro gato forastero. Si no me gustase la naturaleza y fuese un urbanita, diría inmediatamente que es un gato bien feo. Realmente no lo es, aunque resulta grotesco por el desigual desperdicio del color, la extravagante dispersión del blanco y el negro. Mi hija que sabe de cosas de genética me ha explicado que lo que le pasa, le parece, es que es un animal que presenta “quimerismo”. La entiendo como que presenta 2 tipos de ADN.

-No vayas a pensar por eso, que es un gato bipolar -me dice mientras se ríe con desparpajo-.

Ya ves, en un periquete he descubierto que tengo tres gatos. El oficial y los otros dos gamberros. Cada uno tiene su forma de entender qué pinta en este mundo bastante quimérico. Los humanos también nos montamos una relación con los demás según nos viene al pelo. Y digo yo, si no sería bueno que en esto de las relaciones humanas nos pusiésemos de acuerdo.

Conviene que nos comportemos con una ética en la que todos estemos en consenso. Suponte que en los colegios del universo no se explicase el mundo según quien esté en el gobierno, sino… que mantuviésemos un compromiso para que las alumnas y alumnos aprendiesen a comportarse según los Derechos Humanos y el mutuo respeto.

Si no lo hacemos seguiremos nuestro capricho y seremos sólo gatos… pero claro… más feos.

Feliz Año Nuevo.

QOSHE - Ética para gatos - Plácido Blanco Bembibre
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Ética para gatos

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31.12.2023

Estaba cerrando el portalón de la finca. Una cierta quietud se va expandiendo y suelo pensar que ese frescor de la noche recién estrenada no es otra cosa que la esencia de la paz.

A esas horas la naturaleza más pequeña, la de los insectos, los roedores, los pequeños regatos, el respirar de las lechuzas, va aumentando su sonido y todo aquello que pasaba desapercibido por ser de día, ahora toma todo su esplendor y se nos deposita en el oído con el mismo efecto benefactor que se depositaba, por nuestras abuelas, aquel aceite de las almendras con el que nos curaban las otitis infantiles y sus migrañas.

Noté, de pronto, como un manotazo en el hombro. Yo que soy muy medroso me asusté y toda aquella quietud se me transformó en miedo a lo inesperado. La cosa no era para tanto y me di cuenta en el momento en el que unas orejas recortadas........

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