Duerme a tu puerta cubierto con un manto de rocío. Y juras que sólo es un niño falto de amor y de cariño.

Navidad es emoción, es un suspiro porque debimos amar y no lo hicimos. Pues nos amamos a nosotros mismos más que al indigente que se cruza en el camino.

Si te pones ahora en su lugar, entenderás cuánto ha de soportar, el que viene de tan lejos o se resigna a tu desprecio cuando creyéndote superior, le llamas sudaca, negro o chino, drogata, mujer de un prostíbulo…

Sin darte cuenta que Dios mismo es ese extranjero, esa desdichada, el propio Niño Dios al que cantas villancicos. Te aseguro que es el auténtico Señor del cielo y lo tienes por vecino.

En estos días en los que enciendes tantas luces, en estos días en los que compras con pasión toda clase de artilugios, informática, deportes, útiles para la nieve, gafas de espejo, y te vistes con zapatos de charol…

En estos días que compras tu comida sin ton ni son, suponiendo que es preciso llenar la nevera de marisco, un cabrito lechal, un cochinillo… un rape en salsa verde con almejas, un pavo relleno con pimienta molida y cuarenta aceitunas sin su hueso…

En estos fastuosos días sonará la música coral, la música de las orquestas, aquella de Spotify, la que tú produces con tu guitarra, aerófonos, cordófonos, y electrófonos…

El hambre se desplaza por tu ciudad como un asesino que busca la inocencia de los niños, mujeres mártires y tiradas a la basura cual desperdicio, gente perseguida, destrozada, pidiendo una moneda o un pitillo con el que lanzar al cielo el humo de sus preguntas sin respuesta, o un mechero… sin un quejido.

Sin darte cuenta de que Dios mismo es ese hambriento, ese hombre solitario, esa mujer sin futuro. Quien fuma sentado en una esquina, es el Niño Dios al que cantas villancicos. Te aseguro que es el auténtico Señor del cielo y lo tienes por vecino.

El mundo es un prodigio. Cada cosa está en su sitio. Pero recibimos el encargo de terminar todo lo creado, los montes, los collados, las llanuras, las estepas y los botones de oro de los prados.

Los pulmones de este mundo verde y azulado son los árboles, las arboledas, los pinos con sus piñas gordezuelas, los bosques de eucaliptos y las ramas bien pequeñas, las retamas, y las enanas hierbas que acarician el morro de las ovejas al llegar la primavera.

Los mares y los ríos se llenan de peces, esturiones, anguilas y camarones y nos mojan el cuenco de las manos cuando vamos a cogerlos, a robarlos de sus sueños. Y se mojan las muchachas las rodillas cuando toman de la arena tan húmeda los bivalvos que se ocultan en la playa.

Sin darte cuenta que Dios mismo está en la naturaleza, injertado en la belleza de las cosas que rompemos y degradamos. Quien se refleja en los charcos, los torrentes y océanos, es el Niño Dios al que cantas villancicos. Te aseguro que es el auténtico Señor del cielo y lo tienes por vecino.

Donde no está es en las guerras que rompen la alegría de los pueblos, los estados, los territorios que dejan de ser del viento para quererlos sólo nuestros, y pintamos en el suelo los mapas en los que jugamos los humanos la rayuela de la muerte.

A tu puerta, en un cartón… Dios duerme.

QOSHE - Duerme Dios en un cartón - Plácido Blanco Bembibre
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Duerme Dios en un cartón

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24.12.2023


Duerme a tu puerta cubierto con un manto de rocío. Y juras que sólo es un niño falto de amor y de cariño.

Navidad es emoción, es un suspiro porque debimos amar y no lo hicimos. Pues nos amamos a nosotros mismos más que al indigente que se cruza en el camino.

Si te pones ahora en su lugar, entenderás cuánto ha de soportar, el que viene de tan lejos o se resigna a tu desprecio cuando creyéndote superior, le llamas sudaca, negro o chino, drogata, mujer de un prostíbulo…

Sin darte cuenta que Dios mismo es ese extranjero, esa desdichada, el propio Niño Dios al que cantas villancicos. Te aseguro que es el auténtico Señor del cielo y lo tienes por vecino.

En estos días en los que enciendes tantas luces, en estos días en los que compras con pasión toda clase de artilugios,........

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