A aquellas horas no tenía ni pajolera idea de quién llamaba al timbre. Serían, yo qué se…, las tres o las cuatro de la mañana, más o menos. Su habitación en el segundo piso. Metido en la cama como es lo prudente en esos horarios. Supuso que algún gamberro le venía a dar la murga. No haría caso. Se volcó hacia el otro lado y tirando del edredón se juró que no atendería las impertinencias de nadie, fuese quien fuese.

La impertinencia del ciudadano que querría verle, volvió a demostrarse con aquel carraspeo larguísimo del timbre a punto de quemarse. Restregó los ojos. Encendió la pequeña luz de la mesita de noche y se irritó al comprobar que el despertador de cuerda, aquel que le regaló su madrina siendo chico, marcaba efectivamente las 4 y 48.

Su señora embutida en aquel otro lado roncaba como era habitual. También era lo cuotidiano que aquel ruido de una respiración imperfecta, le recordase, y eso le pasaba siempre, al sonido del tractor azul del vecino del primero. Sentado en el borde de la cama buscó sus pantuflas y a tientas se buscó la bacinilla para desahogarse. Aquel chorrito ya algo intermitente coincidió con la tercera vez en la que repitieron la llamada.

Desde el visor que les habían puesto nuevo podía ver quien le llamaba. Ni así lo reconoció: era un hombre con abrigo gris y sombrero borsalino. Ese que anuda una cinta al lado izquierdo y que está confeccionado con fieltro de pelo. Por mucho que miró y remiró no fue capaz de verle la cara y sea como fuere, después de contestarle de manera maleducada… al fin, le mandó subir. Cosa que hizo al instante.

-No tiene sentido venir a molestar a la gente a estas horas -dijo con una voz que a él mismo le pareció demasiado aflautada.

-Yo soy un mandado, amigo mío. Yo tengo que cumplir con lo que me ordena el jefe. Él manda y yo obedezco siempre.

-No tengo nada que ver con ese jefe de usted. -Dijo más enfadado si cabe-. Usted y yo no nos conocemos de nada. Posiblemente se haya equivocado de piso. Seguro que es eso.

-Todos me dan esa contestación. Ya estoy acostumbrado - dijo con una voz angelical que para nada le pegaba con aquel abrigo de bayeta.

-Por cierto. Hágame el favor y póngase aquí bajo el piloto de la escalera. No le veo la cara.

-No lo pretenda. No me la verá porque no la tengo. Yo soy un espíritu y lo más que se nos permite es adornarnos con abrigo y sombrero. Antiguamente veníamos casi a pelo y con una guadaña.

-Pero… ¿qué me dice usted? Vaya tontería. Venir a despertarme para hacer un juego de Halloween, supongo.

-Pues supone usted mal. Voy a decírselo con nitidez. Con claridad: es que usted ya se ha muerto.

El pobre hombre, se quedó de una pieza. Le suplicó que al menos le dejase echar un cigarro. Se lo permitió, pero el humo se le iba por todos los lados y se le esparramaba.

No pudo discutir. Efectivamente se percibió, a sí mismo, sutil como un muelle. Era ya un ánima. No le dolía nada de nada. Pero esa sensación de ser un espíritu le produjo cierta tristeza, una desgana, un deseo de quedarse para ir al banco y poner las cosas como Dios manda. Darles un beso a los chicos, aunque bueno…no sabía si le picarían con la barba.

-Me gustaría decirle algo. Dígaselo al jefe. Deberían mejorar el sistema. Que esto de morirse, de repente, sin prepararse ni nada, no tiene la menor gracia.

QOSHE - Las ánimas llevan sombrero - Plácido Blanco Bembibre
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Las ánimas llevan sombrero

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29.10.2023

A aquellas horas no tenía ni pajolera idea de quién llamaba al timbre. Serían, yo qué se…, las tres o las cuatro de la mañana, más o menos. Su habitación en el segundo piso. Metido en la cama como es lo prudente en esos horarios. Supuso que algún gamberro le venía a dar la murga. No haría caso. Se volcó hacia el otro lado y tirando del edredón se juró que no atendería las impertinencias de nadie, fuese quien fuese.

La impertinencia del ciudadano que querría verle, volvió a demostrarse con aquel carraspeo larguísimo del timbre a punto de quemarse. Restregó los ojos. Encendió la pequeña luz de la mesita de noche y se irritó al comprobar que el despertador de cuerda, aquel que le regaló su madrina siendo chico, marcaba efectivamente las 4 y 48.

Su señora embutida en aquel otro lado roncaba como era habitual. También........

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