Se celebra este año el centenario de la muerte de Franz Kafka (1883-1924). Tú dices goyesco o cervantino y sí, vale, se asoma el concepto, pero como que no te sucede nada goyesco o cervantinocuando pronuncias el término. En cambio, kafkiano suena –y mucho– a kafkiano. Parece una onomatopeya en vez de un adjetivo. Se te acumulan las dos ‘k’ en el velo del paladar, allí donde la garganta se empieza a poner un punto kafkiana, en el puerto que ha de internarse en lz tráquea. De hecho, resulta tan kafkiana la palabra que no tiene una entrada en el diccionario de la RAE –sí, por ejemplo, kantiano o krausista–; y eso que los diccionarios son kafkianos que te pasas, con ese registro léxico tan insondable, como estabulado en un laberinto de papel e imposible de recorrer ni de encontrar al final del túnel al jefe o a la jefa del negociado. Existe –cómo no– un sillón “K” en la Academia, y lo han ocupado desde un personaje como Vicencio Squarzafigo Centurión y Arriola, en el siglo XVIII (que convendrán es un nombre más propio de Italo Calvino que de Kafka) a José María Bermúdez de Castro, en la actualidad, pasando por Gregorio Marañón, Carmen Conde o Ana María Matute. Sin embargo, es curioso, la RAE sí le otorga una triple calificación a la letra ‘k’ que hace justicia a lo puramente kafkiano: «velar, oclusiva y sorda». Pero es que igualmente, ‘k’ no suena a letra sino que suena a personaje: a K, el agrimensor protagonista de El castillo. El castillo de Kakfa, claro. Y a él mismo, marcado doblemente por la ‘k’ en su apellido. En su vida (y muerte) hubo bastantes ‘k’. Incluso murió en una zona y en una región que comenzaban por ‘k’: Kierling, una de las siete áreas de la ciudad de Klosterneuburg, en la Baja Austria. ‘K’ es una letra que no se parece a ninguna otra, vocal o consonante. Tiene en su sonido y cuerpo un aire como de persona. Podría dar una zancada. El caso es que había cosas que antes de Kafka ya se sabía que eran kafkianas; lo que pasaba es que no había palabra para nombrarlas. Pero una vez establecida la patente, todo quedó más claro. Es más, a veces nos esforzamos en hacer que las cosas y las situaciones sean kafkianas, ahora que sabemos cuál es su mecanismo. El de un ordenador, sin ir más lejos, con pasillos de algoritmos inextricables. O creemos saberlo, porque el uso del término no debiera eximir de la lectura de las obras de Franz Kafka, no todas kafkianas en igual medida. Pero vaya, que ya nos entendemos cuando decimos que algo ha sido kafkiano en nuestras vidas: o no nos hemos levantado ese día muy católicos y nos hemos caído de la cama hechos un insecto o hemos intentando darnos de baja en un operador telefónico o ser atendidos en un servicio de atención al cliente. Leer a Kafka es descubrir que el extravío, la soledad, el encarcelamiento y lo fútil de nuestros empeños es puro costumbrismo existencial. A Rafael Azcona, por citar a alguien a quien conocer a Gregorio Samsa y a “K” le prestó el esquema definitivo, la lectura de Kafka nada más pisar la metrópoli le cambió el drama de sus personajes. Los domingos por la tarde, hablo de principios de los cincuenta, Antonio Mingote le invitaba a su casa a merendar –Mingote tenía casa, no como Rafael que vivía de pensión, kafkiana, en Fuencarral– y le prestaba libros del bohemio, que el logroñés iba leyendo y hallando en sus personajes la fábula perfecta del individuo perdido en las estructuras, cuando no anulado por ellas: velares, oclusivas y sordas. Así, Rafael se pasó toda su vida de guionista intentando hacer una versión cinematográfica de El Castillo (conseguir lo derechos era kafkiano y desistieron); pero publicó en la Enciclopedia Pulga las Memorias de un señor bajito que quería ser abeja (todo insectos) y escribió para el cine dos historias de dos tipos que sufrían odiseas kafkianas para no perder la herramienta de trabajo o el techo, a costa de su vidas, Plácido y El verdugo. Y lo hizo con Berlanga. Y ahí lo berlanguiano conectaba con lo kafkiano, pisando la línea del imperio austro-húngaro que vio nacer a Kafka.

QOSHE - Año “K” - Bernardo Sánchez Salas
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Año “K”

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21.03.2024

Se celebra este año el centenario de la muerte de Franz Kafka (1883-1924). Tú dices goyesco o cervantino y sí, vale, se asoma el concepto, pero como que no te sucede nada goyesco o cervantinocuando pronuncias el término. En cambio, kafkiano suena –y mucho– a kafkiano. Parece una onomatopeya en vez de un adjetivo. Se te acumulan las dos ‘k’ en el velo del paladar, allí donde la garganta se empieza a poner un punto kafkiana, en el puerto que ha de internarse en lz tráquea. De hecho, resulta tan kafkiana la palabra que no tiene una entrada en el diccionario de la RAE –sí, por ejemplo, kantiano o krausista–; y eso que los diccionarios son kafkianos que te pasas, con ese registro léxico tan insondable, como estabulado en un laberinto de papel e imposible de recorrer ni de encontrar al final del túnel al jefe o a la jefa del negociado. Existe –cómo no– un sillón “K” en la Academia, y lo han ocupado desde un personaje como Vicencio Squarzafigo Centurión y Arriola, en el........

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