La tarde de nochebuena, Félix fue a sacar el adorno de Navidad.

Cogió la escalera de mano, la plantó delante del armario empotrado del pasillo, se subió, deslizó la puerta corrediza del compartimento superior, retiró varias bolsas con cosas del verano, unas botas de monte, una pequeña pila de cintas de VHS y una bolsa con herramientas. Fue apartándolo todo como pudo y alargó el abrazo hacia el fondo del lateral derecho hasta que su mano, a tentón, tocó la caja del adorno de Navidad.

La arrastró hacia él, la sacó del armario y la reconoció. Era una cajita de cartón blanca, cuadrada, del tamaño de las que cabe una bombilla grande, de salón. Al tener sólo el tejado encima del piso, era un séptimo, la humedad que calaba en la parte alta del armario había repasado los rebordes marrones que, año tras año, se iban dibujando en la caja, como una geografía. Pero la caja aguantaba y Félix se resistía a buscar otra distinta para guardar el adorno de Navidad.

Dejó la cajita sobre el último peldaño de la escalera y volvió a reorganizar como pudo las cosas que había removido en el armario para sacarla. Se llevó la cajita a la mesa de la cocina y devolvió la escalera al balcón, donde estaba guardada habitualmente. De regreso a la cocina, se sentó en una silla y observó durante unos segundos, largos, la cajita que contenía el adorno de Navidad.

Y se decidió a abrirla.

Quitó la tapa la tapa de la cajita. Su interior estaba relleno de poliespán. Al abrirla, la tapa había hecho un poco de ventosa y algunos copos saltaron encima de la mesa. Hasta posarse en capa sobre ella. De la cajita salía un perfume a musgo fresco, a escarcha. De un tiempo anterior. Metió la mano y tiró hacia arriba pinzando un pequeño gancho en el que finalizaba el adorno de Navidad.

La cortina de poliespán caía en alud a medida que Félix, con sumo cuidado, iba extrayendo de la cajita una bola de navidad, de color dorado, del tamaño de una copa balón. Era de esas bolas no de plástico sino como de cristal, de las que cuando se caían del espumillón se hacían añicos. En algún momento, en alguna navidad, Félix sería muy niño, debió pertenecer a un juego de bolas de navidad doradas, y seguro que adornaron una ristra de christmas o un ramal del abeto. Pero ahora, en casa, ya no quedaba más que ésta. Como único adorno de Navidad.

Sopló ligeramente sobre la bola, para retirar el polvo de poliespán que se había quedado pegado como la nieve falsa sobre los tejadillos de corcho de los belenes. Y con la bola se fue al salón. Se sentó en el sillón y se mantuvo un rato en silencio. De la calle subía un rumor agitado, de gente que va a las casas a cenar, y de los pisos de los vecinos llegaba el eco de las televisiones. Y de los niños. Sobre todo de los niños. Y reinaba el aroma a sopa, como una niebla baja. La luz intermitente de la iluminación municipal se reflejaba en la fachada del edificio de enfrente. Félix abrió la palma de la mano derecha y poso sobre ella el adorno de Navidad.

Y contempló su esfera, sobre la que no tardó en enfocarse la mesa de la cena. Estaban todos. Comenzando la velada. A la cabecera, papá abriendo la botella de Monte Real; mamá sirviendo las gambas al ajillo; sobre la lavadora que servía de mesa supletoria Félix y sus hermanos perpetrando la inminente inauguración del belén, con nuevos efectos de luz y sonido; en los laterales la abuela abriendo la cazuela de pimientos rellenos y la tía comentando cosas de la tienda que esa tarde había cerrado un poco antes. Y en las paredes del salón, el resplandor del Especial de televisión. La escena era muda pero áurea. Fue parpadear Félix y la esfera de la bola apagó su interior. Félix, conmovido, la agarró para que no se cayera al suelo, procurando ejercer la presión justa para no quebrarla. Difícil equilibrio de fuerzas. Siempre era así. La cosa era seguir guardando, entero y verdadero, para el año que viene, el adorno de Navidad.

Felices fiestas.

QOSHE - El adorno de Navidad (Cuento) - Bernardo Sánchez Salas
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El adorno de Navidad (Cuento)

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12.01.2024

La tarde de nochebuena, Félix fue a sacar el adorno de Navidad.

Cogió la escalera de mano, la plantó delante del armario empotrado del pasillo, se subió, deslizó la puerta corrediza del compartimento superior, retiró varias bolsas con cosas del verano, unas botas de monte, una pequeña pila de cintas de VHS y una bolsa con herramientas. Fue apartándolo todo como pudo y alargó el abrazo hacia el fondo del lateral derecho hasta que su mano, a tentón, tocó la caja del adorno de Navidad.

La arrastró hacia él, la sacó del armario y la reconoció. Era una cajita de cartón blanca, cuadrada, del tamaño de las que cabe una bombilla grande, de salón. Al tener sólo el tejado encima del piso, era un séptimo, la humedad que calaba en la parte alta del armario había repasado los rebordes marrones que, año tras año, se iban dibujando en la caja, como una geografía. Pero la caja aguantaba y Félix se resistía a buscar otra distinta para guardar el adorno de Navidad.

Dejó la........

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