El jueves leí mi horóscopo por la mañana, casi de madrugada, y me advertía que ese día los asuntos de trabajo no me iban a dejar tiempo para aburrirme. Vaya, me dije, o sea que no voy a poder tener un momento para aburrirme tranquilamente. Y me quedé chafado. Un rato de aburrimiento al día es básico, como el break del café o la cabezadita después de comer. El aburrimiento es un estado natural. Ansiolítico, laxo y relajado. Un poco aburrido, eso sí. Pero es un antídoto contra la productividad y la explotación de uno mismo. Será por ese calma sobrevenida y neutralizante por lo que un amigo, adicto al aburrimiento, siempre me dice que tenga cuidado, que el aburrimiento engorda. Tiene, en fin, que haber un tiempo saludable –y si no, buscarlo– para nada, y para que esa nada obre sobre tus neuronas y músculos, hasta que sientas su peso, que es hipnótico y hasta interesante. Y te aburras y notes que el aburrimiento te cala y te lleve a exclamar: coño, me aburro; pero a la vez una sensación de desanclaje y de irresponsabilidad; el sentirte aletargado por algo superior a tus fuerzas, que –por unos minutos– ceden al abandono. Sólo quien administra periodos de aburrimiento –como los del sueño– puede apreciar luego la excitación y el lío. El aburrimiento es uno de los tipos de cansancio más extraños. Así que el jueves me dispuse a buscar unas dosis de aburrimiento para ir pudiendo con el día. El primer intento fue prometedor: tenía que coger un autobús que me iba a llevar desde Bilbao hasta Avilés y la pantalla del andén anunció retraso, de una hora. ¡Ésta es la mía! ¡Una horita de buen aburrimiento de par de mañana! ¡Te va a dejar como nuevo! Pues no: se acercó un peregrino inglés, vestido con uniforme ciclista amarillo –yo, que iba a un asunto de teatro–, con una bicicleta que parecía el chity-chity-bang, con varios mapas de carreteras y complementos y, sobre todo, con muchas ganas de relatarme su experiencia pilgrim. Total: que me tuvo entretenido hasta que llegó el autobús. ¡Adiós aburrimiento! Una vez montado, las varias horas por delante se me antojaban una posibilidad de aburrimiento muy apetecible, pero el hermoso horizonte cantábrico y varias conversaciones de móvil a mi alrededor y a un volumen indiscreto acabaron entreteniéndome y hasta interesándome: el litoral maravilloso más muchos asuntos familiares o de trabajo ajenos en principio pero que acabé conociendo al detalle no dejaron lugar para el aburrimiento. Ya cercanos a mi destino, saqué de la mochila el periódico del día anterior, del miércoles, que no había acabado de leer porque, no sé, me aburría, y pensé que podría seguir aburriéndome, no como el del jueves, que igual llamaba más mi atención por la actualidad, que a primera vista puede no parecer aburrida, pero que acaba siendo, en breve, fuente de aburrimiento, unas secciones más que otras. Total, que abro el periódico y lo primero que me encuentro es un artículo que se titula “El aburrimiento como placer literario”. ¡Bingo! Trata de un libro de Inma Aljaro que versa sobre –y cito– «autores buenísimos que utilizaron el aburrimiento para, después de cierto esfuerzo, provocar una inopinada en el lector. Autores deliberadamente aburridos, que despliegan el aburrimiento a través de sofisticadas técnicas narrativas». Y en la nómina de maestros del aburrimiento textual considerado como –digamos– “género literario” Aljaro repasa a Joyce, a Bernhard, a Proust, a Bolaño, o a Woolf. Y algunas de sus obras en concreto, del Ulises a 2666. Una indagación similar, por cierto, se podría hacer con el cine, con películas y realizadores fascinantemente aburridos (más, dependiendo el cine de una suspensión del tiempo), pero eso sería otro libro. La idea del libro de Aljaro es demostrar cómo, efectivamente, el efecto de aburrimiento consiste en un efecto sofisticado, logrado con una tecnología narrativa: alteraciones temporales, elipsis, reiteraciones, digresiones, fragmentaciones, desorden. Es decir: los mismos fenómenos que trabaja el aburrimiento en nuestras vidas. Podría seguir, pero no les quiero aburrir.

QOSHE - Elogio del aburrimiento - Bernardo Sánchez Salas
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Elogio del aburrimiento

4 0
21.03.2024

El jueves leí mi horóscopo por la mañana, casi de madrugada, y me advertía que ese día los asuntos de trabajo no me iban a dejar tiempo para aburrirme. Vaya, me dije, o sea que no voy a poder tener un momento para aburrirme tranquilamente. Y me quedé chafado. Un rato de aburrimiento al día es básico, como el break del café o la cabezadita después de comer. El aburrimiento es un estado natural. Ansiolítico, laxo y relajado. Un poco aburrido, eso sí. Pero es un antídoto contra la productividad y la explotación de uno mismo. Será por ese calma sobrevenida y neutralizante por lo que un amigo, adicto al aburrimiento, siempre me dice que tenga cuidado, que el aburrimiento engorda. Tiene, en fin, que haber un tiempo saludable –y si no, buscarlo– para nada, y para que esa nada obre sobre tus neuronas y músculos, hasta que sientas su peso, que es hipnótico y hasta interesante. Y te aburras y notes que el aburrimiento te cala y te lleve a exclamar: coño, me aburro; pero a la vez una sensación de desanclaje y de........

© La Rioja


Get it on Google Play