El concepto me salió sólo. Fue ver y oír el otro día a Milei y me dije «ya está, ya ha llegado, ahora me lo explico: ¡es el mileinarismo, carajo!». Se trata de eso. El pelazo, las patillas, el vaquero, el vozarrón, el mitin, la locura: esa mezcla perfecta entre rock and roll y apocalipsis, entre un after y el caos. Una carnavalada –estamos en fecha– temible. El mileinarismo, como síntoma, no espera al cambio de milenio, sino que se puede producir en cualquier momento. Entre milenios. Entre costuras. Y adopta muchas formas y metamorfosis: la de un Milei, por ejemplo, entre otras. El mileinarismo se contagia, incluso, a otros fenómenos y personajes que no son concretamente Milei. La zona catastrófica, que es como podríamos declarar ahora el mundo –el mundo; entiéndase, lo que aparece en los informativos–, se expande impulsada por un factor o metáfora mileinarista. La catástrofe mileinarista es algorítmica. Está regida por un algoritmo milei, que lograría solapar siniestros y se basaría –como único consuelo– en que un clavo saca otro clavo. Sin ir más lejos, véase el mundo. Ahora mismo una geografía de guerras cronificadas o emergentes, de impotencia civil, de desequilibrio generalizado, de impunidad geo-política, de una alarmante desconfianza populista en la democracia y en su clase política y –de resultas– de neo-fascismo acechante. El mileinarismo no es lo mismo que el milenarismo tradicional. Éste era un mito. Milenarista, sin ‘i’ intercalada. El milenarismo era un tema literario. Un armagedón legendario, un incunable, como miniado para un tomo. Y en la tradición cristiana, la esperanza de la victoria final de Cristo sobre el mal. Cada bisagra milenarista presentaba una amenaza cada vez más imaginativa en su iconografía o efectos acerca del fin del mundo. El milenarismo de toda la vida estaba más cerca del catálogo de ‘ismos’ con los que hemos describiendo las tendencias consecutivas con que nos hemos ido representando o desfigurando. El milenarismo estaba más cerca del romanticismo o… del surrealismo: su último profeta en la tierra fue Fernando Arrabal, el anarquista divino, investido con un jersey amarillo, en el púlpito de la televisión nocherniega, que diría Umbral, y en un programa que no por casualidad se titulaba El mundo por montera. Allá por 1989, camino de un fin de siglo milenarista en el que todos los ordenadores se iban a desprogramar e íbamos a volver al reseteo rupestre (muy al contrario, se aceleró la huida hacia adelante digital). Allí estuvo esa noche el surrealista Arrabal y su sermón de la mesa de cristal, que estuvo a punto de partir en dos, como el velo del Templo: «¡Hablemos del milenarismo!, ¡cojones, ya! ¡El milenarismo va a llegar! ¡Estamos hablando del apocalipsis!». Aunque como no se le entendió muy bien, por el estado etílico, el concepto, que sonaba como al mileeenarisssssmo, igual Arrabal ya estaba intentando hablar y pronunciar mileinarismo, revelándose un profeta avant la lettre. Pues eso: que estamos hablando del mileinarismo: el ‘ismo’ de estos tiempos, y el post ‘ismo’ de todos los ‘ismos’, el apocalipsis de los ‘ismos’. Y ahora sí que resuena aquella proclama del sinsentido que exclamó Macbeth: «la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia». Y lo dijo después de que (presuntamente) se suicidara Lady Macbeth y antes de salir a luchar contra su némesis, Macduff, dejando sobre las tablas del Globo otros cadáveres físicos y políticos. Un prototipo shakesperiano, ahíto de infelicidad, fracaso y ebriedad. Y las señales de que el fin del mundo se acerca, nuevamente, son pertinaces. Y nadie sabe quién rige en las cúpulas. Ni como acabará este cuento, cautivo de una narrativa entre caótica u opaca. O sencillamente idiota, como decía el noble escocés. Pues nos encontramos en este acto: quinto de Macbeth y primero del mileinarismo.

QOSHE - Mileinarismo - Bernardo Sánchez Salas
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Mileinarismo

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21.03.2024

El concepto me salió sólo. Fue ver y oír el otro día a Milei y me dije «ya está, ya ha llegado, ahora me lo explico: ¡es el mileinarismo, carajo!». Se trata de eso. El pelazo, las patillas, el vaquero, el vozarrón, el mitin, la locura: esa mezcla perfecta entre rock and roll y apocalipsis, entre un after y el caos. Una carnavalada –estamos en fecha– temible. El mileinarismo, como síntoma, no espera al cambio de milenio, sino que se puede producir en cualquier momento. Entre milenios. Entre costuras. Y adopta muchas formas y metamorfosis: la de un Milei, por ejemplo, entre otras. El mileinarismo se contagia, incluso, a otros fenómenos y personajes que no son concretamente Milei. La zona catastrófica, que es como podríamos declarar ahora el mundo –el mundo; entiéndase, lo que aparece en los informativos–, se expande impulsada por un factor o metáfora mileinarista. La catástrofe mileinarista es algorítmica. Está regida por un algoritmo milei, que........

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