Creer que quien ha soportado mucho dolor es más sensible al padecimiento ajeno y que evita por norma ocasionar sufrimiento a otros es un error que cometemos con frecuencia. Es natural porque queremos creer que la bondad existe y la maldad no. La vida enseña que muchos maltratados y abusados fueron luego maltratadores y abusadores de otros, como si quisieran utilizar la saña para vengarse de su propia suerte. No siendo lo habitual, sí es frecuente. Creo que, desgraciadamente, esto es algo que ocurre no sólo entre las personas sino también entre los pueblos, sobre todo si usan la desmemoria y la fuerza para robustecer su identidad nacional mientras niegan la ajena. Lisa y llanamente exigen para ellos derechos universales que niegan a otros. Es como si creerse un pueblo elegido por su dios les diera carta blanca para destruir a otros pueblos que proclaman a otros dioses.

Desde la Segunda Guerra Mundial todas las generaciones de este mundo nuestro hemos aprendido de la historia lo que el nazismo hizo con los judíos. Hemos crecido leyendo novelas, poemas o viendo películas con miles de dramas terribles que nos removían por dentro y que fortalecían nuestra conciencia de que el ser humano y sus derechos fundamentales están por encima de la raza, de la religión o del origen. Sintiéndome tan española como ciudadana del mundo nunca he entendido cómo desde 1948, fecha en que la ONU reconoció el estado de Israel, no sólo la guerra con el pueblo palestino sino la negación de su derecho a constituirse como estado sea el pan suyo de cada día. El tiempo de esperanza que se abrió en 1993 con los acuerdos de Oslo con la apertura de un proceso de paz firmado por el representante de la OLP, Yasser Arafat y el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, en presencia del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton quedó truncado cuando, en noviembre de 1995, Yigal Amir, un judío extremista, asesinó a Rabin por «orden de dios». Hoy el extremismo está en el gobierno de Israel que preside Netanyahu. El exterminio de Hamás dice que es su objetivo pero mientras lo consigue está arriesgando la vida de los rehenes, en manos de los terroristas, y ha matado a más de 25.000 gazatíes, la mayoría mujeres, ancianos y niños.

Vivo en Calahorra que tiene unos 25.000 habitantes y me pregunto cada día si ver mi ciudad arrasada y a todos mis vecinos muertos esparcidos por las calles es tributo suficiente para olvidar los errores de un tipo como Netanyahu. O se reconocen dos estados con iguales derechos para sus pueblos o la muerte y el odio serán los únicos supervivientes de esta tragedia. Israel y sus apoyos son muy poderosos pero no pueden disponer de la vida y de la libertad de otro pueblo al que llevan masacrando tanto tiempo. Es cruel que sólo tengamos lágrimas para llorar a nuestros propios muertos.

QOSHE - ¿Poderosos o iguales? - María Antonia San Felipe
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¿Poderosos o iguales?

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27.01.2024

Creer que quien ha soportado mucho dolor es más sensible al padecimiento ajeno y que evita por norma ocasionar sufrimiento a otros es un error que cometemos con frecuencia. Es natural porque queremos creer que la bondad existe y la maldad no. La vida enseña que muchos maltratados y abusados fueron luego maltratadores y abusadores de otros, como si quisieran utilizar la saña para vengarse de su propia suerte. No siendo lo habitual, sí es frecuente. Creo que, desgraciadamente, esto es algo que ocurre no sólo entre las personas sino también entre los pueblos, sobre todo si usan la desmemoria y la fuerza para robustecer su identidad nacional mientras niegan la ajena. Lisa y llanamente exigen para ellos derechos........

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