El rasgado de vestiduras es tendencia política de este otoño más cálido de lo habitual. Las trompetas del apocalipsis llevan sonando desde que el PP, pese a haber ganado las elecciones, se estrelló contra la realidad parlamentaria y no pudo formar gobierno. La frustración en política siempre culpa a otros del fracaso propio. Una terapia demasiado infantil en esta adulta democracia. Ya se sabe que la necesidad siempre hizo extraños compañeros de cama y derivó en notorios cambios de criterio político. Desde el inicio de la democracia no ha habido presidente de gobierno que no se haya enmendado a sí mismo en alguna ocasión ante la incomprensión de los suyos. Dos ejemplos: Felipe González, “OTAN, de entrada no” o José María Aznar, del Pujol enano, habla castellano a hablar catalán en la intimidad, ceder el 30% del IRPF y traspasar competencias a Cataluña o suprimir los gobiernos civiles. Digan lo que digan, todos sueñan con alcanzar el poder y nadie puede asegurar qué hubieran hecho ambos expresidentes para conseguirlo en la España actual. No pongo la mano en el fuego.

No puedo ocultar el desagrado que me produce la amnistía a los encausados del procés que se saltaron la legalidad tras ser repetidamente advertidos de las consecuencias. Detesto al personaje Puigdemont, declarador de efímeras repúblicas catalanas, fugado para convertir su cobardía en martirio. Tampoco puedo olvidar que la cantinela de que España se rompe nunca estuvo más cerca de ser realidad que aquel octubre de 2017 en que gobernaba Mariano Rajoy. Así que cuando los mismos insisten en que España se va al carajo me pregunto si alguna vez asumirán su parte de culpa ante su histórico error.

Como espectadora de nuestra historia veo que la ley de amnistía será aprobada pero albergo sentimientos equívocos. La complicada negociación demuestra el afán de los firmantes de que su texto sea constitucional porque tras su tramitación parlamentaria le queda un largo recorrido jurídico y mucha incertidumbre a los posibles amnistiados. Me pregunto, ¿buscar esa medida de gracia del Estado no es una aceptación sobrevenida del marco constitucional? ¿No es el retorno a la legalidad y a los tiempos en los que Pujol pactaba con el PSOE o con el PP? ¿Qué pensarán los independentistas de a pie sobre el egoísmo de sus líderes en salvarse a sí mismos tras mentirles sobre las bondades de una república que se aleja?

Mientras, la ultraderecha y la derecha extrema con argumentos tan sutiles que aterran como “La Constitución destruye la Nación”, “España es cristiana y no musulmana” o “Pedro Sánchez, hijo de puta”, alientan la crítica violenta. Pero España y su democracia constitucional son más fuertes que los violentos y los apocalípticos. Si Pedro Sánchez acierta o yerra nos lo dirá el tiempo. En las urnas lo veremos.

QOSHE - Romper España - María Antonia San Felipe
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Romper España

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11.11.2023

El rasgado de vestiduras es tendencia política de este otoño más cálido de lo habitual. Las trompetas del apocalipsis llevan sonando desde que el PP, pese a haber ganado las elecciones, se estrelló contra la realidad parlamentaria y no pudo formar gobierno. La frustración en política siempre culpa a otros del fracaso propio. Una terapia demasiado infantil en esta adulta democracia. Ya se sabe que la necesidad siempre hizo extraños compañeros de cama y derivó en notorios cambios de criterio político. Desde el inicio de la democracia no ha habido presidente de gobierno que no se haya enmendado a sí mismo en alguna ocasión ante la incomprensión de los suyos. Dos ejemplos: Felipe González, “OTAN, de entrada........

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