Durante la hora y cuarto anterior pudo haber pasado de otra forma. Por ejemplo en el 22′, cuando Machado le dejó el balón servido afuera del área chica y remató mordido y rastrero, con el efecto de billar al revés. En el 31′, después de recoger un tiro de esquina fallido de los brasileños y cabalgar cien metros para encallar el balón en la pierna de Andre, justo en las barbas de Alisson. O en el 73′, en que coronó el contragolpe que inició con un manso disparo de entrenamiento.

A 15 minutos del final, a Lucho Díaz le pesaban las piernas, el calor de Barranquilla y su racha negativa. Sobraban regates y faltaba el gol. Faltaba de verdad: un mes antes había errado en Quito el penalti que James le cedió para que se sacudiera la sal. Las estadísticas coronan o condenan a los futbolistas, pero él llevaba a cuestas un par de cifras más. Hacía ocho días el ELN había liberado a su papá, el Mane Díaz, después de 13 días de secuestro. El jueves en la cancha, a Lucho también le pesaba su país.

El martes antes del partido, Lucho abrazó de nuevo a su papá en la concentración de la Selección Colombia –con la impertinencia de Ramón Jesurún, que no se perdió la oportunidad de salir en la foto–. Una semana atrás, el mismo Lucho había pedido por la liberación del Mane con un mensaje estampado que le mostró al mundo en la celebración de su gol contra Luton Town: “LIBERTAD PARA PAPÁ”. La Premier League, acostumbrada a sancionar ese tipo de ‘performances’, hizo una excepción.

Durante el secuestro del Mane Díaz, el presidente Gustavo Petro lució desconectado, casi desinteresado en el tema. Mientras Israel y Palestina ocupaban obsesivamente su atención, el proceso de liberación de Díaz apenas mereció un par declaraciones y algún tuit. Pasaban los días y las horas y solo llegaban razones del ELN y vacilaciones del Comisionado de Paz. La Iglesia y la Defensoría del Pueblo se encogían de hombros. No había pruebas de vida y algunas bodegas en Twitter difundían rumores sobre su muerte.

Pasó una semana que pareció una vida y esa noche en Barranquilla el Mane Díaz estaba sentado en la tribuna alentando a su hijo. Los medios de comunicación ya habían exprimido sus lágrimas en redes sociales y titulares, políticos le pedían ‘selfis’ y varias cámaras de la transmisión registraban cualquier reacción. El partido que el embajador Roy Barreras propuso no jugar como protesta por su secuestro tenía felizmente a Luis Manuel Díaz como principal espectador.

Barranquilla es la casa de la Selección, dicen patrocinadores y dirigentes. No siempre hemos clasificado al Mundial ahí, pero siempre que lo logramos fue jugando en esa cancha. Lejos de ser un templo del fútbol, el Metropolitano en eliminatorias es el festival ocasional de la fauna criolla: un lugar de encuentro de políticos y lagartos –tal vez por invitación de Álex Char–, desfile de actores, actrices e influenciadores patrocinados por Adidas, destino de cachacos que pagan boletas carísimas para sudar.

Se trata de una hinchada impaciente e iletrada en el arte de alentar. Si el equipo juega mal entonan el “Sí se puede”; si ven tres pases seguidos gritan “¡ole!”, y si el partido no es de su gusto sueltan insultos o se olvidan de la acción y se ponen a conversar. Para la inmensa mayoría de asistentes al Metro lo menos importante es el aguante; lo bacano es el plan.

A 15 minutos del final del partido, el vapor a derrota ebullía y la conversación en redes sociales no era futbolística. En la previa del partido se oyó resonar el “¡Fuera Petro!”, arenga que otros presidentes –acá y afuera– han recibido antes en estadios y eventos públicos, pero que esta vez contó con el eco de los megáfonos de derecha en redes sociales, los titulares de Semana y los tuits del propio Presidente.

El debate en Twitter (X) –donde a la hora del partido los seguidores del fútbol consumimos frenéticamente análisis sobre alineaciones y jugadas– se volvió si los gritos eran contra Petro o su hija Antonella, cuando en realidad ambas cosas pasaron: cientos o tal vez miles de hinchas cantaron contra el Presidente, en las gradas y en los corredores del estadio, y un puñado increpó directamente a su hija. Unos sintieron que era más importante su indignación que la ceremonia a la que asistieron; otros, además de eso, cebaron su instinto de horda dirigiéndola directamente contra una niña.

Pudo haber pasado de otra forma, pero las remontadas no vienen con manual de instrucciones. Lucho tuvo media docena de opciones, intentó sin éxito maratones, regates y sablazos, hasta que en el minuto 75′ el balón le rebotó en la cabeza y entró. Casi no saltó. Después de tanto esfuerzo marcó el empate parado en el área chica como si esperara el bus.

En la tribuna apareció Mane Díaz, a quien la transmisión ya no volvería a soltar. Miraba al cielo y lloraba (haría falta repetir el mensaje, esta vez dirigido a los periodistas: LIBERTAD PARA PAPÁ). Lucho golpeaba el escudo de su camiseta. Como los terremotos, las remontadas no se pueden predecir pero a veces se presienten. Menos de cuatro minutos después, el siguiente balón llegaría por la banda opuesta servido por James y, esta vez, Lucho brincó hasta el techo del Metropolitano para cabecear. La noticia era él y nadie más.

Hasta el minuto 75′ nos enterrábamos en el fango. En la cancha, nuestros futbolistas carcomidos por un gol de camerino y la ansiedad de la derrota en el horizonte a pesar haberlo intentando todo; en la lateral, Néstor Lorenzo derritiéndose con la cábala de vestido de paño y camisa vinotinto; y en la tribuna, una hinchada incapaz de sentarse a ver fútbol en paz.

QOSHE - Minuto 75 - Carlos Cortés
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Minuto 75

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18.11.2023

Durante la hora y cuarto anterior pudo haber pasado de otra forma. Por ejemplo en el 22′, cuando Machado le dejó el balón servido afuera del área chica y remató mordido y rastrero, con el efecto de billar al revés. En el 31′, después de recoger un tiro de esquina fallido de los brasileños y cabalgar cien metros para encallar el balón en la pierna de Andre, justo en las barbas de Alisson. O en el 73′, en que coronó el contragolpe que inició con un manso disparo de entrenamiento.

A 15 minutos del final, a Lucho Díaz le pesaban las piernas, el calor de Barranquilla y su racha negativa. Sobraban regates y faltaba el gol. Faltaba de verdad: un mes antes había errado en Quito el penalti que James le cedió para que se sacudiera la sal. Las estadísticas coronan o condenan a los futbolistas, pero él llevaba a cuestas un par de cifras más. Hacía ocho días el ELN había liberado a su papá, el Mane Díaz, después de 13 días de secuestro. El jueves en la cancha, a Lucho también le pesaba su país.

El martes antes del partido, Lucho abrazó de nuevo a su papá en la concentración de la Selección Colombia –con la impertinencia de Ramón Jesurún, que no se perdió la oportunidad de salir en la foto–. Una semana atrás, el mismo Lucho había pedido por la liberación del Mane con un mensaje estampado que le mostró al mundo en la celebración de su gol contra Luton Town: “LIBERTAD PARA PAPÁ”. La Premier League,........

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