Columnista invitado: Luis Gabriel Galán Guerrero

La semana pasada, dos ideologías recorrieron Europa: una empuñada por Javier Milei y la otra por Gustavo Petro.

A pesar de su etiqueta, no son vientos nuevos. En la Montaña mágica, publicada hace cien años, el escritor alemán Thomas Mann situó en el sanatorio de Davos al joven ingeniero, Hans Castorp, al filo de un dilema espiritual en la Europa de 1920s: Castorp debía escoger entre el liberalismo burgués o una especie de conservadurismo de instintos totalitarios. Mann anticipaba la debacle de la República de Weimar, excesivamente democrática para una Alemania humillada y empobrecida tras la Primera Guerra Mundial.

Cien años después, la legitimidad de la democracia-liberal sigue en vilo en muchos rincones del mundo. Aunque la historia nunca se repita, sí tiende a sonreír, a veces, con ironía.

Tan sonado como el anuncio de la entrada de Bitcoin a los fondos de Blackrock en Wallstreet, fue el discurso de Milei en Davos, elogiado por Elon Musk y Niall Ferguson como la más excelsa defensa de los valores liberales en Occidente. Atormentado por el legado del peronismo, Milei responsabilizó al socialismo y su excesiva regulación por la desigualdad en el mundo; y, por oposición, defendió los triunfos de la libre empresa y el heroísmo de los empresarios.

Este discurso profundamente ahistórico, menos conocido para el público colombiano que el de Petro, requiere matices. Ciertamente, ha habido ejemplos del triunfo de la libre empresa y del heroísmo de los empresarios, pero también lo opuesto. Milei, además, introduce separaciones artificiosas entre el desarrollo del estado y del capitalismo y desestima instancias de regulación estatal conducentes a una mayor prosperidad.

Sin mucha sorpresa, Milei concluyó su discurso con “¡viva la libertad, carajo!”, no viva la democracia. Y es que la libertad económica no es un prerrequisito de la democracia. La historia demuestra lo contrario sin tener que regresarnos al siglo diecinueve. Hong Kong y Abu Dhabi no son especialmente democráticas ni prodigas en libertades individuales. En su turismo libertario en los años 1980s, Milton Friedman no previó que Singapur llegara a convertirse en la fuente de inspiración para el despegue de la China comunista. Ahora, no es ningún secreto que los proyectos libertarios sean con frecuencia anti-democráticos, como lo demuestra Quinn Slobodian (Wellesley College) en su libro Crak-up Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy (2023). Esa bandera de la libertad encubre paradójicamente una profunda nostalgia del feudalismo, de la regulación estatal de las libertades individuales, zonas económicas y derechos políticos.

Milei no puede encarnar los valores liberales occidentales porque estos no se reducen puramente a la libertad económica. No posee ni el humanitarismo ni la cultura de Settembrini, el héroe liberal de la novela de Thomas Mann.

A pocos pasos de Milei, en otra esquina de Davos, Petro contrapuso su mirada del mundo. Según él, el gran culpable de la desigualdad no es el estado sino más bien el “sistema esclavista como modo de producción”. Lejos de ser héroes, los empresarios son desaforados perpetradores de la crisis climática. Basta decir que, aunque Petro tenga razón en algunas premisas, esta simplificación de la historia del desarrollo de la desigualdad y de la crisis climática conduce a otra mirada unilateral igualmente digna de reparos.

En la novela de Thomas Mann, Settembrini y Naphta se disputaron el alma del joven Castorp, en medio de unos debates intelectuales fascinantes que parecían una tormenta de truenos en lo alto de la montaña mágica. Como hace cien años, la gran amenaza del mundo sigue siendo los proyectos autoritarios, independientemente de la orilla política. Escapar a ese dilema, en este año plagado de elecciones, debe ser el camino de la civilización. Las nuevas generaciones deben tomar seriamente la reflexión del protagonista de la Montaña Mágica:

“Dices que nos hallamos aquí no para hacernos más inteligentes, sino para curarnos. Se pueden conciliar esas dos cosas, querido, y si no lo crees caes en el dualismo, y eso es siempre una gran falta, tenlo en cuenta.”

Ni Petro ni Milei se curaron en Davos. Y su dualismo ideológico sigue siendo un mal presagio de nuestra madurez política, como lo fue también en tiempos de Thomas Mann.

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‘Al filo de la montaña mágica: Milei y Petro reunidos en Davos’

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27.01.2024

Columnista invitado: Luis Gabriel Galán Guerrero

La semana pasada, dos ideologías recorrieron Europa: una empuñada por Javier Milei y la otra por Gustavo Petro.

A pesar de su etiqueta, no son vientos nuevos. En la Montaña mágica, publicada hace cien años, el escritor alemán Thomas Mann situó en el sanatorio de Davos al joven ingeniero, Hans Castorp, al filo de un dilema espiritual en la Europa de 1920s: Castorp debía escoger entre el liberalismo burgués o una especie de conservadurismo de instintos totalitarios. Mann anticipaba la debacle de la República de Weimar, excesivamente democrática para una Alemania humillada y empobrecida tras la Primera Guerra Mundial.

Cien años después, la legitimidad de la democracia-liberal sigue en vilo en muchos rincones del mundo. Aunque la historia nunca se repita, sí tiende a sonreír, a veces, con ironía.

Tan sonado como el anuncio de la entrada de Bitcoin a los fondos de Blackrock en Wallstreet, fue el discurso de Milei en Davos, elogiado por Elon Musk y Niall Ferguson como la más excelsa defensa de los valores liberales en........

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