En América Latina están algunas de las democracias más antiguas del mundo, pero no se han consolidado regímenes ciudadanos, dice Alberto Vergara, politólogo y profesor en la Universidad del Pacífico en Lima.

Vergara, una influyente voz política en Perú, se sentó a charlar sobre su nuevo libro, Repúblicas Defraudadas: ¿puede América Latina escapar de su atasco?, (Crítica, 2023) con Juan Pablo Luna, también politólogo y reconocido profesor en la Universidad Católica de Chile.

El libro de Vergara, recién publicado en Colombia, da nuevas respuestas a la pregunta sobre el origen del malestar democrático que ha elegido a populistas de izquierda y derecha en América Latina, en medio de estallidos sociales y una política cada vez más polarizada. Apunta a que, más que bandazos ideológicos, hay un hastío con la falta de resultados que incrementalmente está vaciando la democracia de sentido.

La Silla Vacía publica una versión editada de una conversación que pasa de la crítica política a la crítica de la misma academia para aportar sentido y soluciones.

Juan Pablo Luna: Repúblicas defraudadas es un libro un poco raro. Tiene de filosofía política, pero hay muchos datos, con análisis de coyuntura y además con un intento por integrar cosas de la cultura popular como películas, canciones en el análisis. Es un libro particular.

Alberto Vergara: Es que es un ensayo. Yo quería un libro que pudiera ser leído por una ciudadanía interesada, preocupada por lo que ocurre en sus países y en Latinoamérica y no solo por académicos. El ensayo permite eso, yo reivindico al ensayo como género. Si me permites un exabrupto populista, el ensayo es el paper del pueblo.

Juan Pablo Luna: No sé si del pueblo, o de aquellos a quienes todavía nos interesa pensar y discutir sobre política y sociedad, sin tanto énfasis en tecnicismos y tanta obsesión con preguntas chiquititas y aburridas que tanto obsesionan al académico y al tecnócrata. El foco que el libro pone sobre los déficits de ciudadanía asociados a patrones complejos e interseccionales de desigualdad social es importante porque dejamos de entender mucho cuando pensamos la desigualdad de nuestras sociedades pura y principalmente en términos de ingresos.

Alberto Vergara: Es que es impresionante cómo durante mucho tiempo en nuestros países se ha creído que la democracia podía prosperar o consolidarse sin que al mismo tiempo se consoliden sus ciudadanías. En parte, porque una serie de procesos disimulaban esa carencia. En las últimas décadas en América Latina se cumplieron muchos de nuestros sueños más queridos: la democratización, el crecimiento económico, incluso algún retroceso en la desigualdad económica. Pero las sociedades se han ido distanciando del régimen político, haciéndose más descreídas, cínicas en algunos casos, desinteresadas en la mayoría. La ligazón política no prosperó.

Y en última instancia, la democratización de los países suele ser una consecuencia de algún tipo de maduración en la conciencia ciudadana. Una mayoría se tiene que hartar del autoritarismo para que la democracia se vuelva posible. Y una mayoría tiene que estar convencida de seguir profundizando la democracia para que, efectivamente, se profundice.

Juan Pablo Luna: Al mismo tiempo, son democracias durables, las más durables que hemos tenido en términos históricos. Pero son democracias con derechos de ciudadanía tan desiguales, tan asimétricos, que terminan vaciando de contenido a la igualdad política que proclaman nuestras constituciones. Son también, y esto aparece claramente en el libro, democracias que operan en una sociedad donde no hay bienes públicos en que nos encontremos los desiguales.

Vivimos en sociedades tan segregadas, tan marcadas por el miedo y el desprecio al diferente que resulta imposible desarrollar proyectos colectivos capaces de anclar una política legítima y mínimamente funcional. No hay salida de la crisis de representación que tenemos hoy sin los bienes públicos que nuestros estados e instituciones son incapaces de crear. Y ahí tenemos un círculo vicioso que no estamos pudiendo quebrar.

Alberto Vergara: Y por eso a mí me interesaba rescatar la noción de república y lo republicano. Muchos de nuestros problemas más graves están constituidos por todo aquello que rodea a la democracia y termina haciéndola improbable, siempre frágil. El punto de partida del libro no es la democracia, es la república. De la cual la democracia es una parte, debe ser una parte. Y mi argumento sería que si la democracia puede sobrevivir —ser resiliente, como se dice estos días—, pero no satisfacer a nadie, es porque lo democrático puede estar mal que bien funcionando, pero no hay república.

La ausencia de lo público, lo común, en forma de ley universal, de servicios, de recursos comunes, de expectativas conjuntas, hace improbable el autogobierno ciudadano. Tenemos Estados que, o bien fracasan en imponer la universalidad de la ley, o directamente promueven la particularidad de la ley, el patrimonialismo, etc. Lo que construye el gran malestar latinoamericano es más la defraudación de lo republicano, que el de las democracias per se.

Juan Pablo Luna: Es paradójico, pero textos escritos para público general tienen para mí más insight que mucho de lo que escribimos en nuestra torre de marfil. Al final, hemos estado fijados en temas como el del populismo y ahora con la polarización, pero hemos perdido de vista temas estructurales que los subyacen. ¿Cómo construir república y democracia sobre la base de una economía que frustra continuamente la aspiración de movilidad social ascendente? ¿Cómo hacerlo cuando esa frustración se asocia a mecanismos que reproducen el privilegio en asociación directa con las estructuras políticas que nos gobiernan? ¿Cómo lidiar con la frustración acumulada que generan los sucesivos escándalos de corrupción? ¿Cómo hacer que la democracia funcione bien, más allá de durar un poco más en un equilibrio de baja calidad, en sociedades tan injustas, con estados tan precarios, sin ciudadanos?

En ese sentido, creo que vos tratás de convencerte y convencer con el posibilismo de Hirschmann, con esa idea tan atractiva de buscar soluciones graduales, pequeñas, que eventualmente vayan sentando las bases para la construcción de una sociedad mejor. Pero entre líneas, y otras muchas veces con referencias explícitas, el texto transpira pesimismo. Cuesta encontrar mucho espacio para el posibilismo, más allá del juego retórico y la necesidad que hoy todos tenemos de pensar en algo menos malo que la realidad. Mucho me temo que tener un problema, o muchos, no supone necesariamente encontrar soluciones. Con distinto folclore nacional, siento que estamos en una deriva triste, trágica.

Alberto Vergara: De un lado, distinguiría entre lo gradual y lo de siempre. O sea, lo gradual y lo pequeño, digamos, tiene que estar inspirado y abocado a construir efectivamente otro orden de cosas. Lo que no creo que se pueda hacer es todo junto: cambiar las cosas de raíz mañana. Sí hay necesidad de reestablecer objetivos, propósitos en un montón de ámbitos. Es decir, ponerlos en otra dirección. Pero si se llegan a establecer nuevos propósitos, avanzar en esa nueva dirección será lento, arduo. Requiere de un montón de condiciones políticas para que sea posible. Lo importante es sostenerlo en el tiempo.

¿Es posible hacer eso en cada uno de los países? Probablemente no. Pero creo que hay muchas cosas que se pueden mejorar en nuestros países. Ahora, un tema crucial es qué pasa cuando las elecciones se convierten en un mecanismo más o menos estéril para reencauzar los países, o para arrancarlos de sus inercias mediocres.

Juan Pablo Luna: Es que insisto en que solemos obsesionarnos con el populismo o la polarización, y estos son más síntomas que enfermedad, esconden una problemática más jodida. La emergencia de líderes populistas y la polarización pueden eventualmente terminar quebrando la democracia. Pero hoy tenemos otro fenómeno al que no vemos y es el de la imposibilidad de la representación política, generada por una política que no logra vertebrar y representar conflictos sociales relevantes.

A la política, a los liderazgos, se les bifurcó el espacio y se les comprimió el tiempo. Hay que representar mucha más diversidad y la legitimidad para intentarlo dura cada vez menos. Hoy no hay peor resaca que la de las borracheras electorales. No hay cómo anclar representación legítima. Eso retroalimenta la incapacidad del Estado y de la política pública para mover la aguja de la gente en su vida cotidiana. Esto está detrás de lo que vos, con Rodrigo Barrenechea, denominan el vaciamiento democrático en Perú y en otros países. Ahí veo un contramodelo a la consolidación de liderazgos populistas que concentran poder. Dan en el clavo porque más que poderosos liderazgos populistas y una polarización, lo que tenemos, cada vez más, son autoridades políticas impotentes y una polarización más bien evanescente, estructurada en función de eventos electorales y liderazgos puntuales.

Alberto Vergara: Así es, sistemas a los que gradualmente solo les queda la cascarita de la democracia. Y en algunos casos puede llegar el hombre fuerte que somete todo el sistema, pero mi impresión es que cada vez más tienes sistemas que se desmigajan antes que solidificarse de manera autoritaria. Fíjate en Bernardo Arévalo en Guatemala o Novoa en Ecuador, pasaron a segunda vuelta sin que nadie lo anticipe y sin grandes votaciones y terminan siendo presidentes porque en segunda vuelta personifican el rechazo contingente de algo.

Lo mismo ocurrió con Castillo en el Perú. El problema es que esa dinámica electoral que oscila entre la fragmentación electoral con hipos polarizados en segundas vueltas hace difícil la posibilidad de gobernar, porque ese ciclo electoral en realidad es el ciclo de un desinterés enorme y cotidiano por la política de parte de la ciudadanía y la crispación radical de los profesionales de la política. O sea, una ecuación para la esterilidad, ciudadanías desinteresadas y políticos malamente enfrentados.

Juan Pablo Luna: De acuerdo. Y es muy visible en los casos de Boric y Petro: grandes liderazgos electorales que rápidamente se hacen impotentes para traducir en política pública sus principales promesas de campaña. Quedan atrapados en una dinámica de confrontación permanente pero liviana, al son de escándalos y debates de poca monta.

Desde el fin del boom de los commodities y en la postpandemia, los oficialismos pierden sistemáticamente las elecciones, con la posible excepción de Argentina en esta elección tan rara y tan argentina. Lo que sí me parece importante subrayar es que tras esa dinámica subyacen déficits serios de capacidad estatal. Al final es racional que a la gente no le interese mucho la política cuando percibe que la política no le mueve la aguja en su vida cotidiana. Por eso es que no creo estemos frente a ciclos de alternancia entre izquierdas y derechas, sino entre incapaces para gobernar.

Alberto Vergara: Justamente te iba a decir que en la conversación no habíamos mencionado a la derecha o a la izquierda latinoamericana. No es en las dinámicas ideológicas, que suelen acaparar las primeras planas, donde están nuestros atascos principales. Y la segunda vuelta argentina y lo que ocurra después ahí tiene mucho de esto también. El gran Juan Carlos Torre decía el otro día que en la Argentina el voto ya no sirve ni para premiar ni para castigar. Lo cual probablemente anticipa el problema de no tener cómo construir un orden donde legitimidad y eficacia se refuercen mutuamente. Lo cual no es un problema argentino solamente.

Juan Pablo Luna: Ahora, ¿cómo profundizar la democracia cuando, racionalmente, una parte creciente de nuestros contemporáneos en la región está dispuesta a claudicar sus derechos más básicos de ciudadanía civil, por ejemplo, para sentirse más seguros? Cuando estás asediado por el miedo y la violencia, es difícil tomar otra ruta que la avenida Bukele hacia el fin de la democracia.

Alberto Vergara: Lo que genera la necesidad de un Bukele no es, en estricto, el fracaso de la democracia salvadoreña, es el fracaso de lo republicano. Un país en el que puede haber elecciones, pero en el cual hay bolsones de territorios donde no manda la ley de la república, sino la mara, donde los derechos civiles más básicos —no los políticos— desaparecieron. Es un trueque terrible: se aplaude la pérdida de derechos políticos para que me restituyan los civiles. Y lo más probable es que con un presidente como Bukele, a la larga, se perderán ambos. Es un negocio terrible y al mismo tiempo natural, y quién sabe si inevitable. Ahora, lo que es francamente descorazonador es ver que países sin el problema de las maras, ¡también quieren su Bukele!

Juan Pablo Luna: En el libro describís la geografía política de nuestras ciudades y eso trae aparejados una serie de fenómenos que son clave para entender, como Bukele, pero también como el de Milei en Argentina.

Por un lado, la consolidación del consumo como bien estatutario dominante, en sociedades que, al mismo tiempo, proveen pocas oportunidades para la movilidad social ascendente (al menos por vías legales, con la excepción de los futbolistas de élite). Por otro lado, la irrupción de un anti-estatismo radical en los sectores populares, asociado a la impugnación de “la casta” y de la utilización del aparato estatal para la movilización clientelar tradicional. Pero eso se asocia también a la consolidación de economías informales e ilegales que terminan erosionando aún más la capacidad de nuestras instituciones de consolidar, a nivel territorial, bienes públicos básicos en los que anclar un piso mínimo de ciudadanía.

Alberto Vergara: De acuerdo. De hecho, es una pena que haya tan pocos trabajos desde la ciencia política que vinculen explícitamente política y ciudad. Yo me puse a leer sobre el asunto, pero no soy un especialista. Sin embargo, me queda muy claro que el orden urbano crea y refleja el orden social y político de nuestras sociedades. Ciudades sin aquello que es público, el transporte, un parque, con seguridad segregada. Ciudades donde el buen empleo está enclavado en cinco barrios y para el resto queda la supervivencia de la informalidad, o bien pasar cinco horas diarias yendo y viniendo del trabajo en un transporte decadente. Y en algunos países, como pone bien Carlos Pagni en su libro sobre el conurbano de Buenos Aires, porciones de la ciudad que no están excluidas sino expulsadas de la prosperidad, de la vida formal.

Juan Pablo Luna: De acuerdo, y ahí hay un patrón histórico, pero que ha sido también catalizado por cambios más recientes, como la expansión que están teniendo hoy los mercados informales e ilegales. El caso de Ecuador es dramático en ese sentido. En seis o siete años, la geopolítica del mercado del narcotráfico lo convirtió en una plaza clave, empujando a la política y a las instituciones estatales a un escenario distópico. Ecuador hoy indica también lo rápido que se pierde capacidad estatal, algo que pensábamos era mucho más “durable” y que estaba asociado a factores de largo plazo en cada país.

Alberto Vergara: En parte, porque hemos tendido a pensar el Estado como una entidad incapaz. Pero mucha de la investigación reciente muestra que no es tan incapaz como penetrado y sojuzgado por quienes en principio tendemos a ver como actores contrarios al Estado, “challengers”. Pero los challengers se metieron al Estado. Es la idea del Estado ambivalente de Javier Auyero y Katherine Sobering.

Tu nombrabas el caso ecuatoriano, en Ecuador se habla abiertamente de los “narcogenerales”. En Guatemala hay un partido que la embajada norteamericana lo cataloga como de “ideología narco”. En el Perú los capos de la minería ilegal hacen elegir congresistas y gobernadores, de México no hablemos. Y esto tiene una consecuencia práctica muy importante que nadie termina de asimilar, que es que aumentar partidas presupuestales o incrementar prerrogativas legales para fuerzas del orden capturadas o aliadas de la ilegalidad solo puede empeorar las cosas.

Juan Pablo Luna: Exactamente. La pérdida de capacidad estatal no necesariamente supone “zonas liberadas” donde el estado desaparece, sino más bien, la expansión de zonas grises, en que se produce y muta constantemente una interfaz muy porosa entre representantes de instituciones públicas, actores políticos y actores ilegales. En esa interfaz también se producen y reproducen desigualdades y asimetrías que afectan los derechos de ciudadanía de segmentos relevantes de la población.

Esa afectación, por lo demás, no es unívocamente negativa. Hay actores ilegales que bajo ciertas condiciones contribuyen a proveer más orden, más prosperidad, e incluso protección social que la institucionalidad democrática.

De hecho, cada vez más, aun en países como Chile (también uno podría incluir ahí a Uruguay o Costa Rica), en que se pensaba que había ciertas fortalezas institucionales, escucho jóvenes que me dicen algo como lo siguiente: “Sé que me van a apagar la luz pronto (es decir, lo van a matar), pero por mientras, esto (la actividad ilegal) me paga la mejor droga, los mejores autos, las mejores minas. Yo no voy a ser como mi abuela, que tiene más de 70 años y sigue trabajando en el barrio alto por una miseria, porque no se puede jubilar”.

En las escuelas pobres de Chile, los profesores renuncian porque no pueden lidiar con la violencia, porque no saben cómo tratar al “hijo del narco” local al que todos sus compañeros le admiran las zapatillas y el celular. Y al que también, tanto profesores como compañeros temen, al tiempo que comienzan a verlo como modelo de éxito.

Alberto Vergara: Es que ahí entramos en lo que tú, y Andreas Feldmann, han abordado tan bien: el boom de la ilegalidad no es un fenómeno propio del ámbito penal. Lo ilegal prospera porque está asociado a países donde no hay una perspectiva de desarrollo nacional transversal. Donde la mayoría de la gente sabe muy bien que no tiene opciones para intentar construir la vida que quiere para sí misma y su familia. Para decirlo con Hirschman, solo les queda el “exit”, se le agotó el “loyalty” y no se compra ya el cuento del “voice”.

Entonces, “exit” es lo que dices: desertar del pacto social y político, es el triunfo de la anomia. Y otra forma radical de “exit” de la que no hay que olvidarnos es migrar, irse, salvarse solo y en otra parte. Los que logran ahorrar algo lo hacen por el aeropuerto; los más desposeídos por carretera. En agosto de este año, 82,000 personas atravesaron la selva del Darién, que divide Colombia y Panamá. El año 2023 la habrán cruzado más de medio millón de personas. Y estamos hablando de migrantes saliendo de Sudamérica en ruta hacia los EEUU, que no es el flujo más agudo. Pero igual, las perspectivas de millones de personas tienen que ser nulas para que te arriesgues con tus niños a cruzar una selva con animales salvajes de todo tipo, además de mafias feroces.

Juan Pablo Luna: Sí, es importante señalar que ese boom de lo ilegal debe verse como un problema de desarrollo. Vos llamás “capitalismo incompetente” al capitalismo latinoamericano, a la economía política legal de nuestras sociedades. En esa incompetencia hay una clave fundamental.

Alberto Vergara: En el libro propongo que es incompetente en dos sentidos. El primero es que compite poco, los actores económicos compiten mucho menos de lo que deberían en una economía de mercado. Nuestros países están llenos de cárteles que controlan los medicamentos, la leche, el papel higiénico, la carne, etc. Se arreglan entre ellos, cierran el mercado y nos aplican sobreprecios que solo son posibles porque no hay competencia. Es lo que decían los directivos de Odebrecht, cuando intentaron entrar al mercado norteamericano. Se dieron cuenta de que había que competir y ahí la cosa ya no era rentable. Rentable era hacer negocios en América Latina y África.

La segunda acepción que uso para “incompetente” tiene que ver con que es incapaz de generar buen empleo para todo el mundo. O mejor dicho, las partes formales de la economía se van reduciendo y las informales aumentan, con lo cual, por definición, la porción de gente que queda en la incertidumbre, en la precariedad va en aumento. Y eso es parte central de nuestra desigualdad.

No solo somos un continente desigual por tener problemas de redistribución vía impuestos, sino que antes tenemos una estructura productiva que genera resultados muy dispares. A mí me da la impresión de que se habla muy poco de esto en la región. O sea, la discusión sobre el capitalismo en los últimos 10 o 15 años ha sido fundamental en el mundo, pero en América Latina no. Los trabajos de Ben Ross Schneider se quedan en el mundo académico. Tal vez el libro de Viridiana Rios, No es normal, aunque centrado en el caso mexicano, es el que mejor ha llevado esta discusión hacia el público general.

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“El populismo es el síntoma y no la enfermedad de América Latina”

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13.11.2023

En América Latina están algunas de las democracias más antiguas del mundo, pero no se han consolidado regímenes ciudadanos, dice Alberto Vergara, politólogo y profesor en la Universidad del Pacífico en Lima.

Vergara, una influyente voz política en Perú, se sentó a charlar sobre su nuevo libro, Repúblicas Defraudadas: ¿puede América Latina escapar de su atasco?, (Crítica, 2023) con Juan Pablo Luna, también politólogo y reconocido profesor en la Universidad Católica de Chile.

El libro de Vergara, recién publicado en Colombia, da nuevas respuestas a la pregunta sobre el origen del malestar democrático que ha elegido a populistas de izquierda y derecha en América Latina, en medio de estallidos sociales y una política cada vez más polarizada. Apunta a que, más que bandazos ideológicos, hay un hastío con la falta de resultados que incrementalmente está vaciando la democracia de sentido.

La Silla Vacía publica una versión editada de una conversación que pasa de la crítica política a la crítica de la misma academia para aportar sentido y soluciones.

Juan Pablo Luna: Repúblicas defraudadas es un libro un poco raro. Tiene de filosofía política, pero hay muchos datos, con análisis de coyuntura y además con un intento por integrar cosas de la cultura popular como películas, canciones en el análisis. Es un libro particular.

Alberto Vergara: Es que es un ensayo. Yo quería un libro que pudiera ser leído por una ciudadanía interesada, preocupada por lo que ocurre en sus países y en Latinoamérica y no solo por académicos. El ensayo permite eso, yo reivindico al ensayo como género. Si me permites un exabrupto populista, el ensayo es el paper del pueblo.

Juan Pablo Luna: No sé si del pueblo, o de aquellos a quienes todavía nos interesa pensar y discutir sobre política y sociedad, sin tanto énfasis en tecnicismos y tanta obsesión con preguntas chiquititas y aburridas que tanto obsesionan al académico y al tecnócrata. El foco que el libro pone sobre los déficits de ciudadanía asociados a patrones complejos e interseccionales de desigualdad social es importante porque dejamos de entender mucho cuando pensamos la desigualdad de nuestras sociedades pura y principalmente en términos de ingresos.

Alberto Vergara: Es que es impresionante cómo durante mucho tiempo en nuestros países se ha creído que la democracia podía prosperar o consolidarse sin que al mismo tiempo se consoliden sus ciudadanías. En parte, porque una serie de procesos disimulaban esa carencia. En las últimas décadas en América Latina se cumplieron muchos de nuestros sueños más queridos: la democratización, el crecimiento económico, incluso algún retroceso en la desigualdad económica. Pero las sociedades se han ido distanciando del régimen político, haciéndose más descreídas, cínicas en algunos casos, desinteresadas en la mayoría. La ligazón política no prosperó.

Y en última instancia, la democratización de los países suele ser una consecuencia de algún tipo de maduración en la conciencia ciudadana. Una mayoría se tiene que hartar del autoritarismo para que la democracia se vuelva posible. Y una mayoría tiene que estar convencida de seguir profundizando la democracia para que, efectivamente, se profundice.

Juan Pablo Luna: Al mismo tiempo, son democracias durables, las más durables que hemos tenido en términos históricos. Pero son democracias con derechos de ciudadanía tan desiguales, tan asimétricos, que terminan vaciando de contenido a la igualdad política que proclaman nuestras constituciones. Son también, y esto aparece claramente en el libro, democracias que operan en una sociedad donde no hay bienes públicos en que nos encontremos los desiguales.

Vivimos en sociedades tan segregadas, tan marcadas por el miedo y el desprecio al diferente que resulta imposible desarrollar proyectos colectivos capaces de anclar una política legítima y mínimamente funcional. No hay salida de la crisis de representación que tenemos hoy sin los bienes públicos que nuestros estados e instituciones son incapaces de crear. Y ahí tenemos un círculo vicioso que no estamos pudiendo quebrar.

Alberto Vergara: Y por eso a mí me interesaba rescatar la noción de república y lo republicano. Muchos de nuestros problemas más graves están constituidos por todo aquello que rodea a la democracia y termina haciéndola improbable, siempre frágil. El punto de partida del libro no es la democracia, es la república. De la cual la democracia es una parte, debe ser una parte. Y mi argumento sería que si la democracia puede sobrevivir —ser resiliente, como se dice estos días—, pero no satisfacer a nadie, es porque lo democrático puede estar mal que bien funcionando, pero no hay república.

La ausencia de lo público, lo común, en forma de ley universal, de servicios, de recursos comunes, de expectativas conjuntas, hace improbable el autogobierno ciudadano. Tenemos Estados que, o bien fracasan en imponer la universalidad de la ley, o directamente promueven la particularidad de la ley, el patrimonialismo, etc. Lo que construye el gran malestar latinoamericano es más la defraudación de lo republicano, que el de las democracias per se.

Juan Pablo Luna: Es paradójico, pero textos escritos para público general........

© La Silla Vacía


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