¿Dónde está la tecnocracia de izquierda? Me preguntó hace unos días un amigo simpatizante del actual presidente, pero frustrado con el devenir de su gobierno.

Buena pregunta. Difícil respuesta.

Para empezar, habría que preguntarse primero si existe tal cosa como una tecnocracia de izquierda y otra, digamos, de derecha.

Petro, por ejemplo, parece creer que no. Para él, claramente, toda la tecnocracia es de alguna forma “neoliberal”. Por eso en su reciente gira al Chocó fue muy enfático en insistir que la política va primero, lo demás es enguande.

Esto encaja con su característico voluntarismo: para hacer que las cosas pasen basta con desearlas. Para construir un tren elevado de Buenaventura a Santa Marta, instalar un hospital de tercer nivel en Calamar o edificar una mega universidad en El Tarra solo se necesita que el caudillo lo mencione en una intervención para que el pensamiento se transmute en realidad.

En esta cosmovisión la política pública —el public policy de los anglosajones— es el discurso, no hay nada más. Los estudios de costo-beneficio, el análisis de impacto, los procesos, la presupuestación, los cierres financieros, la contratación idónea, el seguimiento en la ejecución y la evaluación de resultados son solo arandelas innecesarias.

Fidel Castro era famoso por dar kilométricas peroratas donde hablaba de lo divino y lo humano. En una de ellas, a principios de los setenta, propuso la meta de producir 10 millones de toneladas de caña —la “Zafra de los 10 millones”— con el fin de aliviar la crisis económica que aquejaba a la isla. Para estos propósitos desocupó las industrias y puso a todo el mundo a cortar caña. Hasta suspendió las celebraciones de Navidad (solo las restauraría en 1997 por solicitud del Papa Juan Pablo II). El resultado fue una cosecha que estuvo muy lejos de las metas oficiales, pero el descuido del resto de la economía llevó a una contracción del 20% en el producto interno bruto. El responsable del esfuerzo, un tal Javier de Varona, se acabó suicidando. En 2002 Castro ordenó cerrar el 60% de los ingenios. Hoy en día la producción de azúcar cubana no llega a los 1.2 millones de toneladas cuando en 1952 era de 7.5 millones.

Si gobernar una autocracia es difícil, gobernar una democracia liberal como la colombiana es más difícil aún. La tecnocracia lo que ofrece son herramientas para lograr los objetivos que se fija el gobernante. O, dicho de otra forma, la tecnocracia sirve para que las cosas pasen. En ese sentido puede haber tecnocracia de izquierda, de centro o de derecha.

A la pregunta de mi amigo sobre dónde están los tecnócratas de izquierda uno podría decir que algunos de los más sobresalientes estaban en el gobierno de Petro hasta que el presidente los botó. Acusar a Ocampo, Alejandro Gaviria, Cecilia López y Jorge Iván González de “neoliberales” es, además de insultarlos, balbucear idioteces.

Como decíamos, el caudillo no necesita de técnicos que le digan cómo hacer las cosas porque esto necesariamente implica obrar dentro del mundo real, no divagar en el mundo del delirio fantasioso donde prefiere permanecer.

Por eso Petro ha optado por rodearse de un parche de momios, activistas y oportunistas, cuyo requisito esencial es ser yes-men y yes-women del inquilino de la Casa de Nariño.

Los momios son aquellos conservados en formol ideológico, los que insisten en reformas agrarias anacrónicas, en revivir el estatismo desbordado de los años setenta (¿Un Seguro Social 2.0, ministro Jaramillo?) y en la fosilización de la legislación laboral. Estos no se han enterado aún de que el muro de Berlín cayó hace tres décadas. En su biblioteca guardan con nostalgia los 55 tomos de la 5ta edición de las Obras Completas de V.I. Lenin publicadas por la Editorial Progreso de Moscú y saben cantar La Internacional en varios idiomas.

En cierta medida son los menos dañinos porque sus propuestas son tan estratosféricamente alejadas del planeta tierra que resultan irrealizables. Si se compran tres millones de hectáreas de tierra, por ejemplo, no habrá a quién repartírselas: el problema hoy en día en Colombia —y en todo el mundo— no es de campesinos sin tierra, sino de tierra sin campesinos.

Peores son los activistas, quienes en vez de tener visión onírica como los anteriores, tienen visión de túnel. Solo les interesa su causa-fetiche, sea el animalismo, el aborto, el calentamiento global, la paz o cualquier otra sobre la cual han edificado su identidad. El drama del activismo —y del activista— es que no tiene límite ni flexibilidad alguna. Como sísifos modernos cargan la piedra hasta la cima de la montaña solo para empezar de nuevo. Cada logro, por loable y justo que sea, significa que hay que buscar otro, cada vez más difícil y lejano. En el afán por conservar su propia identidad, la cual han fusionado con la causa que empujan, llevan su activismo hasta el extremo del absurdo. Y del rechazo.

Quedan los oportunistas, que son muchos. Son las figuras camaleónicas que reptan de gobierno en gobierno cambiando de colores. Su única lealtad es a sí mismos. Mientras puedan amamantarse de la teta estatal estarán allí, haciendo las correspondientes genuflexiones. Facilitarán los caprichos del caudillo y prestarán sus servicios sin pudor, indiferentes a las calamidades que su complicidad irresponsable pueda causar. No obstante, cuando vean que las cosas pueden ir cambiando de rumbo abandonarán el barco inmisericordemente.

Esta es la taxonomía del actual gobierno colombiano, el gobierno autodenominado del cambio, aquel que dice acabará con doscientos años de explotación esclavista barriendo a las mafias oligárquicas, que afirma, nos han dirigido desde el grito de Independencia. Su disfuncionalidad es solo el reflejo de quien tiene la potestad de conformarlo. Petro nunca estuvo cómodo con la moderación que imponía su misma tecnocracia, la de izquierda, la que tenía la capacidad para traducir en ejecuciones las propuestas que el pueblo colombiano apoyó con su voto. Quienes ahora se pasean en los vehículos oficiales son los que piensan igual al gran líder, los que están dispuestos inmolarse ciegamente por su causa o los que se pueden comprar por un puesto o un contrato.

El viraje presidencial hacia la radicalidad, que ahora se confirma, era inevitable. Como en la parábola de la rana y el alacrán, esta es, simplemente, su naturaleza. Será un consuelo saber que a pesar de tanto fundamentalismo, demagogia e hipocresía, los estragos pueden no ser tan grandes. Hasta para destruir a un país hay que madrugar y tener algo de competencia. Nuestros actuales gobernantes, como ya sabemos, hacen poco de lo primero y hasta ahora no han demostrado tener cantidades suficientes de lo segundo.

QOSHE - De momios, activistas y oportunistas - Luis Guillermo Vélez Cabrera
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

De momios, activistas y oportunistas

7 0
10.02.2024

¿Dónde está la tecnocracia de izquierda? Me preguntó hace unos días un amigo simpatizante del actual presidente, pero frustrado con el devenir de su gobierno.

Buena pregunta. Difícil respuesta.

Para empezar, habría que preguntarse primero si existe tal cosa como una tecnocracia de izquierda y otra, digamos, de derecha.

Petro, por ejemplo, parece creer que no. Para él, claramente, toda la tecnocracia es de alguna forma “neoliberal”. Por eso en su reciente gira al Chocó fue muy enfático en insistir que la política va primero, lo demás es enguande.

Esto encaja con su característico voluntarismo: para hacer que las cosas pasen basta con desearlas. Para construir un tren elevado de Buenaventura a Santa Marta, instalar un hospital de tercer nivel en Calamar o edificar una mega universidad en El Tarra solo se necesita que el caudillo lo mencione en una intervención para que el pensamiento se transmute en realidad.

En esta cosmovisión la política pública —el public policy de los anglosajones— es el discurso, no hay nada más. Los estudios de costo-beneficio, el análisis de impacto, los procesos, la presupuestación, los cierres financieros, la contratación idónea, el seguimiento en la ejecución y la evaluación de resultados son solo arandelas innecesarias.

Fidel Castro era famoso por dar kilométricas peroratas donde hablaba de lo divino y lo humano. En una de ellas, a principios de los setenta, propuso la meta de producir 10 millones de toneladas de caña —la “Zafra de los 10 millones”— con el fin de aliviar la crisis económica que aquejaba a la isla. Para estos propósitos desocupó las industrias y puso a todo el mundo a cortar caña.........

© La Silla Vacía


Get it on Google Play