El Senado terminó también sucumbiendo, entregado a los humores de la revuelta y la anomia que han afectado a Chile en los últimos años. El anhelo de zafar de un modelo que se reprodujo a sí mismo a través de la lógica de los acuerdos, llegó finalmente a las puertas de su último reducto, echando por tierra el espíritu de compromiso que dio gobernabilidad a la mesa de la Cámara Alta. Es la primera vez, desde el retorno a la democracia, que en esta materia se trasgrede la palabra empeñada.

Como era obvio, se culpan unos a otros del incumplimiento. Pero lo sustantivo es que el Senado deja de ser una anomalía y se suma al ambiente general de degradación de la política y de la falta de respeto por las normas. El imperativo de honrar los acuerdos va quedando en el pasado, como una sombra más de esos inefables treinta años a los que, una mañana de octubre, un sector de Chile decidió descarrilar. Así, la “democracia de los acuerdos” ya no tiene refugio ni vestigio; de la posibilidad de mirar los desafíos del país con un mínimo de transversalidad y sentido de Estado, ya no queda casi nada.

¿Podía el Senado mantenerse al margen de los procesos de deterioro que han vivido en estos años la sociedad chilena y su institucionalidad? Era muy improbable. Si un amplio segmento del país estuvo dispuesto a validar la violencia política en democracia e intentó tumbar a un gobierno elegido en las urnas, ¿por qué ahora resulta extraño que en el Senado se incumplan los acuerdos? Si el principal y más básico de todos -el respeto a las reglas del juego de la democracia- fue desconocido; si el actual oficialismo vio con entusiasmo cómo se incendiaba el país e impuso un “parlamentarismo de facto” que violó atribuciones que la Constitución otorga a la autoridad presidencial, ¿de verdad a alguien podría resultarle extraño que, ni en el Senado, se respeten los acuerdos para definir a sus autoridades?

Tendremos que hacernos cargo de lo que se ha sembrado y de lo que se está cosechando. La generación política hoy en el gobierno tuvo desde siempre la convicción de que la lógica de los acuerdos era algo detestable, ingrediente insano de una transición a la democracia donde solo se administró y perpetuó la herencia de la dictadura. Pues bien, hoy debieran ser consecuentes y estar felices. El Chile de los acuerdos, ese país que siempre detestaron, se acabó para siempre. El fuego, la violencia y la polarización lo hicieron desaparecer. Lo ocurrido esta semana en el Senado y lo que casi con seguridad ocurrirá en la Cámara de Diputados, son la más fiel expresión de ese anhelo consumado.

Llorar ahora sobre la leche derramada no tiene sentido. Hacernos creer que echan de menos los acuerdos y el respeto a las reglas del juego, es hoy puro oportunismo. “La cocina” de la transición, símbolo -según ellos- de los contubernios de una clase política acomodada a los enclaves autoritarios, ya no existe. Ese país, por fortuna para quienes lo aborrecían, ha dado otro paso hacia su desaparición.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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Columna de Max Colodro: El último reducto

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24.03.2024

El Senado terminó también sucumbiendo, entregado a los humores de la revuelta y la anomia que han afectado a Chile en los últimos años. El anhelo de zafar de un modelo que se reprodujo a sí mismo a través de la lógica de los acuerdos, llegó finalmente a las puertas de su último reducto, echando por tierra el espíritu de compromiso que dio gobernabilidad a la mesa de la Cámara Alta. Es la primera vez, desde el retorno a la democracia, que en esta materia se trasgrede la palabra empeñada.

Como era obvio, se culpan unos a otros del incumplimiento. Pero lo sustantivo es que el Senado deja de ser una anomalía y se suma al ambiente general de degradación de la política y de la falta de respeto por las normas. El imperativo de honrar los acuerdos va quedando en el pasado, como una sombra........

© La Tercera


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