Protagonista histórico de la Semana Santa como tantos otros, de Poncio Pilato poseemos datos muy contradictorios. Los historiadores han probado que ejerció como procurador de Judea en los años 26 a 36 d.C. En ese periodo, el reino de Judea estaba tutelado por un procurador dependiente del gobernador romano de Siria. Pompeyo, enemigo de César, había entrado a sangre y fuego en el templo de Jerusalén y, según cuenta el historiador judío y ciudadano romano Flavio Josefo, quedó tan impresionado ante el altar y el candelabro dorados, que prohibió su saqueo facilitando la continuidad sagrada del templo. Desde entonces y hasta la revuelta judía del 66 d.C., los poderes en Palestina estaban pactados y repartidos. Roma mantenía una especie de protectorado sobre Judea y, a cambio de su aceptación (y de los tributos correspondientes), permitía el reinado de Herodes y respetaba la ley dictada por los sacerdotes judíos.

No son pocas las pruebas de la rigidez de Pilato. Hizo colocar en Jerusalén estandartes con la efigie del emperador, lo que violentaba la prohibición judía de las imágenes. Usó el tesoro sagrado para financiar un acueducto. Reprimió violentamente una peregrinación de samaritanos. Este último hecho, explica Flavio Josefo, suscitó protestas ante el gobernador de Siria, que envía a Pilato a dar explicaciones al emperador Tiberio en Roma. Pilato desembarca en Ostia, pero se volatiliza. Nada más se sabe de él.

No encaja la rigidez del Pilato histórico con la delicada conversación que mantiene, según los evangelios, con Jesús, a quien procura exculpar. No es normal, en efecto, que un dirigente romano establezca con un acusado desvalido una conversación deferente, incluso filosófica: “Yo he nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad”, dice Jesús a Pilato; y este responde: “¿qué es la verdad?” (Juan, 18, 37-38). Tampoco parece un gesto administrativo prudente el plebiscito popular que plantea el procurador: “¿Queréis que deje libre al rey de los judíos?”. La muchedumbre contesta: “No a este, sino a Barrabás”. Parece clara la intención de los evangelistas: subrayar la culpabilidad de las autoridades judías en la crucifixión de Jesús y evitar que el cristianismo naciente sea percibido como hostil al imperio.

Sea como fuere, la figura de Pilato ha dejado huella en la cultura occidental por otro gesto, que narra el evangelista Mateo (27, 24). Puesto que no consigue convencer a los dirigentes judíos de que Jesús no merece la muerte y con miedo a un alboroto, Pilato
“tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: ‘Yo soy inocente de esta sangre; allá vosotros’”. Con la perspectiva de veinte siglos, puede decirse que este gesto de lavarse las manos cuando un problema se hace demasiado complicado de gestionar convierte a Pilato en el inspirador de la ética contemporánea. Cada vez son menos, en Occidente, los que se la juegan por lo que creen o por lo que la compasión, la lealtad o la justicia les dicta. Lavándose las manos, dando la espalda a la verdad, quitándose el problema de encima, escapista, Pilato aparece como el campeón de la indiferencia.

Puesto que hoy en día, los medios y las redes sociales nos informan de todo, ya ningún mal puede silenciarse. En nuestra época, por tanto, el dolor del mundo es absolutamente visible y audible. Sin embargo, es la época en la que se ha generalizado la moda de relativizarlo todo y de lavarse las manos con tranquila, acomodaticia, orgullosa indiferencia.

QOSHE - Campeón de la indiferencia - Antoni Puigverd
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Campeón de la indiferencia

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01.04.2024

Protagonista histórico de la Semana Santa como tantos otros, de Poncio Pilato poseemos datos muy contradictorios. Los historiadores han probado que ejerció como procurador de Judea en los años 26 a 36 d.C. En ese periodo, el reino de Judea estaba tutelado por un procurador dependiente del gobernador romano de Siria. Pompeyo, enemigo de César, había entrado a sangre y fuego en el templo de Jerusalén y, según cuenta el historiador judío y ciudadano romano Flavio Josefo, quedó tan impresionado ante el altar y el candelabro dorados, que prohibió su saqueo facilitando la continuidad sagrada del templo. Desde entonces y hasta la revuelta judía del 66 d.C., los poderes en Palestina estaban pactados y repartidos. Roma mantenía una especie de protectorado sobre Judea y, a cambio de su aceptación (y de los tributos correspondientes), permitía el reinado de Herodes y respetaba la........

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