Ocurrió hace unos quince años. Quedamos para cenar con unos amigos, que se presentaron a la cita con otras amistades, a las que no conocía. En aquellos días se había publicado un deprimente informe PISA, y una de las imprevistas compañeras de mesa era catedrática de pedagogía, lo que inclinó la conversación hacia el espinoso tema escolar. De mis años de profesor, mantengo relación con diversos compañeros que se han dedicado con gran profesionalidad y vocación a la docencia en centros con altos índices de inmigración.

Todos ellos se quejaban de la complejidad que debían gobernar en las aulas. Decían que ya no ejercían como enseñantes: la administración los había reconvertido en educadores sociales. No sabían cómo afrontar la colosal diversidad de sus aulas: psíquica, física, cultural, social. No sabían cómo asumir la “pedagogía de la diversidad” que se planificaba desde los despachos del Departament y se teorizaba en las facultades. Concluí mi intervención diciendo que, en esas condiciones, las aulas eran inviables.

La catedrática de pedagogía no necesitó argumento alguno para rebatir mi opinión. Le bastó una pregunta corta y seca, inquisitorial: “¿De modo que estás en contra de la integración?”.

Con una simple pregunta me silenció. Hace diez o quince años, yo todavía tenía escrúpulos de conciencia ideológica y no quería ser expulsado del templo de la corrección política. El doctrinarismo de aquella catedrática se impuso. Primero, la ideología. La realidad, después. Mejor dicho: ¿qué importancia podía tener la realidad de las aulas si disponíamos de una ideología perfecta y una inmejorable buena intención?

Las respuestas de la consellera de enseñanza estos días al último y catastrófico informe PISA responden a esta misma lógica. ¿Qué le parece el propósito del ministro francés?, le preguntan en El Periódico. Respuesta: “Dividir al alumnado por niveles como propone Francia sería una regresión brutal”. ¿Cómo se atreve a criticar la futura y supuesta “regresión brutal” francesa si los alumnos catalanes han retrocedido casi dos cursos en comparación con la media europea?

Y hablando de retroceso social, ¿conoce la consellera el país que gobierna? ¿Sabe que la división escolar ya se practica, de facto, porque quien marca el nivel de cada escuela es el precio de la vivienda? ¿Se da cuenta de que, por puro doctrinarismo, está condenando a los alumnos de mayor talento y esfuerzo de los barrios y poblaciones más difíciles a la miseria intelectual?

Desde 2004, cada vez que se publica un informe PISA se comprueba que nuestro sistema educativo es de los más penosos de Europa. Cada nuevo informe ha sido peor que el anterior. Muchas son las causas de ese fracaso. La pedagogía de la satisfacción y el deseo, la desaparición del esfuerzo y la disciplina, la tiranía digital y el fetichismo tecnológico, la decadencia del libro, la escasez de presupuestos, la complejidad cultural del presente...

Este artículo sólo quería subrayar uno: el ideologismo. Se impone a los maestros en formación e impera sobre la realidad a través de la política. Todo esto me recuerda un cuento simbólico de Espriu, El país moribund. El país se está muriendo en las aguas del puerto mientras un coro, a la griega, vocea: “¡Eres un gran, un formidable país!”. Salvador de las palabras, pero autocrítico implacable, sentenciaba el poeta: “No puedes escupir más, no puedes movilizar a más mendigos, no puedes ignorar más de lo que ignoras”.

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Enseñanza: adicción al desastre

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18.12.2023

Ocurrió hace unos quince años. Quedamos para cenar con unos amigos, que se presentaron a la cita con otras amistades, a las que no conocía. En aquellos días se había publicado un deprimente informe PISA, y una de las imprevistas compañeras de mesa era catedrática de pedagogía, lo que inclinó la conversación hacia el espinoso tema escolar. De mis años de profesor, mantengo relación con diversos compañeros que se han dedicado con gran profesionalidad y vocación a la docencia en centros con altos índices de inmigración.

Todos ellos se quejaban de la complejidad que debían gobernar en las aulas. Decían que ya no ejercían como enseñantes: la administración los había reconvertido en educadores sociales. No sabían cómo afrontar la colosal diversidad de sus aulas: psíquica, física, cultural, social. No sabían cómo asumir la “pedagogía de la diversidad” que se........

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