Acabamos el 2023 siendo la Catalunya de los ocho millones. En una sola generación, en 15 años, hemos crecido en un millón de habitantes, pero la mitad de ellos se ha sumado en los últimos cinco años. Siendo un país a la cola de la natalidad mundial, es fácil concluir que la llegada de personas que proceden de la inmigración explica estas magnitudes. Un crecimiento tan notable en tan poco tiempo­ conduce, inevita­blemente, a percibir síntomas de colapso en algunos servicios públicos y como sociedad somos poco conscientes del enorme esfuerzo que estamos haciendo para mantener un Estado de bienestar en condiciones aceptables.

La sensación mayoritaria es que algo chirría en nuestro sistema. En la educación, los indicadores van a peor a pesar de los esfuerzos de récord en inversión y en número de docentes en las aulas; en sanidad, todavía con la resaca de la pandemia, se están haciendo esfuerzos ingentes para reducir las listas de espera para visitas, pruebas diagnósticas e intervenciones quirúrgicas; en vivienda, los precios de los alquileres no paran de subir porque la demanda es significativamente superior a la oferta de pisos disponibles; los trenes de cercanías, que adolecen de una endémica falta de inversión, circulan llenos y con retraso; las personas con dependencia reciben las ayudas más tarde de lo necesario y después de navegar en un mar de burocracia.

Y todo esto está aliñado con la percepción de problemas de inseguridad que los datos globales desmienten, pero que se dan por ciertos a pesar de registrar unos indicadores algo por debajo respecto al 2019 en los delitos contra las personas y el patrimonio (con la excepción de las estafas a través de internet).

A pesar de que las costuras de nuestro sistema están tensadas, el país sigue funcionando e la nave va. Incluso , en el último barómetro de opinión publicado recientemente, la gestión del Govern de la Generalitat consigue un aprobado. Se avanza en muchos ámbitos porque la inversión extranjera en proyectos importantes crece con fuerza y nos estamos poniendo las pilas en la generación de energías renovables, tras una década perdida. Las cifras de paro siguen bajando, también las del paro juvenil, y en muchos sectores hay enormes dificultades para encontrar­ profesionales.

Pero, al lado de todo esto, tenemos una inflación demasiado alta y unos tipos de interés también altos que acaban de rematar un escuálido poder adquisitivo de muchas personas, que viven con sueldos precarios. Y lo más devastador es el 20% de familias que viven por debajo del umbral de pobreza. Miremos donde miremos, podemos ver muchas cosas positivas, pero también muchas otras que no nos gustan.

La Catalunya de los ocho millones es una realidad muy compleja que, en términos generales, va dando respuestas, pero la realidad va más deprisa que las soluciones. Y aunque a algunos les parezca una excusa, un sistema de financiación que castiga estructuralmente desde hace décadas a todos los ciudadanos que vivimos en Catalunya también explica parte de los problemas que tenemos.

Con este panorama es fácil que haya muchas personas que se sientan cerca del desánimo. Y como ocurre casi siempre, solemos ser más conscientes de las consecuencias que de las causas, pero cuando las aguas bajan movidas, siempre hay quien está dispuesto a buscar respuestas fáciles a preguntas complejas. Y esto ocurre, como tantas otras veces y en tantos otros sitios, señalando a la inmigración.

Cada vez, sobre todo en el ámbito local, hay más partidos y alcaldes que se refugian en discursos desacomplejados que, disfrazados de orden, alimentan las tesis clásicas de la extrema derecha. Hacer creer que con más seguridad y con expulsiones se arreglan las cosas es sembrar una semilla que siempre da frutos amargos, pero cada vez son más los que se apuntan a esta fórmula que da rédito político.

Tanto la derecha como la izquierda deben hablar claro, sin eufemismos y mirando los problemas a los ojos, conjurándose para evitar los populismos. Confundir inmigración con delincuencia y hacer de ello una explicación para todo puede hacer ganar unas elecciones, pero también arruinar la convivencia de todo un país. Cuando se habla claro, con datos, sin ingenuidad y sin demagogia, tratando a los ciudadanos como adultos, seguro que las cosas funcionan mejor.

QOSHE - El reto de los ocho millones - Carles Mundó
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El reto de los ocho millones

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22.12.2023

Acabamos el 2023 siendo la Catalunya de los ocho millones. En una sola generación, en 15 años, hemos crecido en un millón de habitantes, pero la mitad de ellos se ha sumado en los últimos cinco años. Siendo un país a la cola de la natalidad mundial, es fácil concluir que la llegada de personas que proceden de la inmigración explica estas magnitudes. Un crecimiento tan notable en tan poco tiempo­ conduce, inevita­blemente, a percibir síntomas de colapso en algunos servicios públicos y como sociedad somos poco conscientes del enorme esfuerzo que estamos haciendo para mantener un Estado de bienestar en condiciones aceptables.

La sensación mayoritaria es que algo chirría en nuestro sistema. En la educación, los indicadores van a peor a pesar de los esfuerzos de récord en inversión y en número de docentes en las aulas; en sanidad, todavía con la resaca de la pandemia, se están haciendo esfuerzos ingentes para reducir las listas de espera para visitas, pruebas diagnósticas e intervenciones quirúrgicas; en vivienda, los precios de los alquileres no paran de subir porque la........

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