A primeros del siglo XX, los anarquistas asesinaban a emperadores y emperatrices, tiraban bombas en teatros y en desfiles. Con todo ello no conseguían mejorar la vida de nadie, pero, al menos, entretenían mucho a policías, opinión pública y burgueses. Unos nacionalistas serbios desencadenaron una guerra mundial al asesinar al príncipe heredero, Francisco Fernando, y a su esposa, Sofía. Los fanáticos son fanáticos. No hay mucho que hacer con ellos.

Un fanático tiene una obsesión incrustada en un sueño y lo supedita todo a él. Todo aquel que no se ponga detrás de la bandera, molesta. La salida del armario de lo ridículo del friquismo ha posibilitado fanáticos, patriotas y gente con la cara pintada de colorines. Para un fanático, un friqui, un patriota, la gente normal y corriente estorba. En nuestro país, no hace tanto, sobramos los normales y corrientes de Barcelona por falta de espíritu épico y preferir el chupito de crema de orujo a la ratafía.

De hecho, fuimos tan incompetentes que ni en la mítica batalla de Urquinaona conseguimos que muriera nadie. Ni los policías –españoles contagiados de Barcelona– lo lograron y eso que se dispararon entre ellos. Todo eso ocurrió cuando queríamos ser Dinamarca y en la camiseta lucíamos Unicef. Es cierto que, al poco, nos iba a ayudar la flota rusa, íbamos a ser Suiza y nos esponsorizaba Qatar y es que todo vale por un sueño.

Ahora Radio Ripoll emite la frecuencia de que sobran los de más afuera, los pobres, los distintos, todos sospechosos, todos delincuentes. Es la canción que suena en todo el mundo, así que por qué no aquí. Que se pida inmigración desde un partido de derechas abrigado con la bandera del patriotismo ya dice mucho del momento histórico. Se necesitan virus externos para aplicar purgantes, aunque lo hagan vendedores puerta a puerta a los que solo han votado 392.634 catalanes.

QOSHE - El jardín del pulpo - Carlos Zanón
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El jardín del pulpo

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12.01.2024

A primeros del siglo XX, los anarquistas asesinaban a emperadores y emperatrices, tiraban bombas en teatros y en desfiles. Con todo ello no conseguían mejorar la vida de nadie, pero, al menos, entretenían mucho a policías, opinión pública y burgueses. Unos nacionalistas serbios desencadenaron una guerra mundial al asesinar al príncipe heredero, Francisco Fernando, y a su esposa, Sofía. Los fanáticos son fanáticos. No hay mucho que hacer con ellos.

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