Invadir la capital con tractores tiene visos de antiguo cuento de hadas y dragones. Tractores como percherones lentos que anuncian su llegada a una fortaleza que les abre, sin resistencia alguna, las puertas porque dentro ya no queda nada que guardar. Solo autónomos, jubilados y gente en patinete repartiendo comida a domicilio.

El kilo de patata que, a usted, señor agricultor, le compran por 0,15 euros a nosotros nos la venden por 1,20 euros así que –por una vez en la historia– igual sería un buen momento de acertar con el bando. Somos como dos púgiles sonados que siguen pegándose en el ring mientras quien amaña los partidos ni se acercó a ver el combate. Sé perfectamente dónde compra los tomates Ségolène Royal. En el mismo sitio que yo.

Pago mucho por alimentos que parecen lo que no son y saben a nada. Así que podrían incrustar sus tractores en las cadenas de distribuidoras o supermercados que les pagan menos de los que les cuesta ese kilo de patatas, pero no nos amenacen a la gente de la capital que abrimos la fortaleza nada más llegar y les aplaudimos en el desfile. Tampoco nos infravaloren: no tendremos orgullo, pero sí la nevera rebosante de barritas energéticas.

Son ustedes, invasores, hombres de campo que realizan un esfuerzo físico en el mundo real, incidiendo en
el ciclo de la vida, mientras que nosotros, los invadidos, hacemos congresos de móviles y festivales de luz. Perdemos siempre la comparación con ustedes. Somos gente frívola, despilfarradora, débil e idiota que se gana la vida con trabajos que son tonterías. Pero no intenten matarnos de hambre porque estamos habituados a comer cualquier cosa. Aunque, mejor, retiren sus dragones de nuestras calles y déjennos vivir con nuestras hadas y fantasías, alimentos del alma, porque les confieso que lo de si se perdía o no la cosecha de la almendra siempre nos importó nada.

QOSHE - Hadas y tractores - Carlos Zanón
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Hadas y tractores

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09.02.2024

Invadir la capital con tractores tiene visos de antiguo cuento de hadas y dragones. Tractores como percherones lentos que anuncian su llegada a una fortaleza que les abre, sin resistencia alguna, las puertas porque dentro ya no queda nada que guardar. Solo autónomos, jubilados y gente en patinete repartiendo comida a domicilio.

El kilo de patata que, a usted, señor agricultor, le compran por 0,15 euros a nosotros nos la venden por 1,20 euros así que –por una vez........

© La Vanguardia


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