Dedicarte a la cultura siendo nadie es meritorio, pero siempre acaba en bancarrota. No importa que las mejores flores huelan en vertederos y los artistas de familia rica solo valgan la pena si están locos. Esta no es tu fiesta y la caída no tiene red. Por eso uno trabaja todo lo que puede: para ahorrar cuando ya no suene la música y te vuelvas a vivir, con suerte, en la casa que fue de tus padres. Para los precarios ­culturales, las fiestas acaban con alguien preguntando qué haces allí y quién te ha con­tratado.

Mi biografía de patán no es muy original. La primera vez que escuché a Beethoven fue en un capítulo de La Pantera Rosa. El señor narizón es director de orquesta y trata de interpretar el allegro de la Quinta, pero la tosferina de Pink Panter se lo impide. No volví a saber de Beethoven hasta una cajita de música que regalé a una novia, aunque quizás fuera Chopin. Creía que los Beatles eran quienes cantaban La Bamba y la banda la componían Paul, Ringo y dos tipos llamados John. Escuché a Bob Marley por vez primera en un anuncio de tejanos. La letra del jingle morirá conmigo. Heredé los libros de mi tío cuando murió y leí cualquier cosa que hubiera allí: Cómo aprender judo, Madame Bovary, El mono desnudo.

Supe de Kafka por un chiste en Mortadelo. Un señor se había convertido en lagarto y el otro le recriminaba haber leído demasiado al escritor. Por una canción de Police llegué a Lolita y tardé décadas en descubrir que Sabino Méndez bautizaba canciones de Loquillo con títulos de películas de la nouvelle vague. Mi primer concierto fue de Marina Rossell en el Martinenc. No recuerdo nada interesante que me enseñara la gente que vivía bien, aquellos que saben que su dinero nunca acaba y cuál es el orden del mundo. Años después, al final de la fiesta, esa certeza no es de importancia. Ellos siguen en el cortijo y tú eres el mismo gitanillo al que llevan a cantar.

QOSHE - Historia de un patán - Carlos Zanón
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Historia de un patán

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02.02.2024

Dedicarte a la cultura siendo nadie es meritorio, pero siempre acaba en bancarrota. No importa que las mejores flores huelan en vertederos y los artistas de familia rica solo valgan la pena si están locos. Esta no es tu fiesta y la caída no tiene red. Por eso uno trabaja todo lo que puede: para ahorrar cuando ya no suene la música y te vuelvas a vivir, con suerte, en la casa que fue de tus padres. Para los precarios ­culturales, las fiestas acaban con alguien preguntando qué haces allí y........

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