Para la comida de Navidad nos dimos cuenta de que éramos pocos. Reconocimos enseguida que era el precio que teníamos que pagar por haber sido honestos, valientes y tenaces. Entre un grupo de cuatro camaradas, conseguimos reclutar lo que nos quedaba de nuestros respectivos ejércitos de afectos. Una amiga consiguió un abuelo, un amigo de Cardedeu y un hijo de un ex. Otro, a su hermana, su marido y la hija de ambos, con los que no tenía tratos desde la muerte de la madre. Un tercero aportó dos amigos que no tenían nada que hacer y yo puse domicilio y un hijo con novia. Hasta el último momento se rumoreó que igual contábamos con un perro, pero no pudo ser.

Durante esa comida no se habló de Navidades pretéritas. Quizá porque estábamos orgullosos de haber acabado con ellas a conciencia. No habíamos tenido hijos o, como mucho, uno, y nos empeñamos en que estudiara en el extranjero para vernos poco. Nuestros padres estaban muertos, cuidados por extranjeras en casa, a la que solo íbamos de tanto en tanto, o en residencias donde ya no reconocían ni a propios ni a extraños.

Ninguno de nosotros seguía atado a relaciones largas, convencionales e hipócritas sino que nos habíamos embarcado en experiencias –y algunos, nuevas relaciones que también habían sido clausuradas al primer atisbo de monotonía– en la dictadura de qué queríamos y cómo lo queríamos. Cada noche decidíamos cenar o no hacerlo y, en caso de tener apetito, en casa o fuera y elegir menú. También con las personas.

Aquella Navidad hecha de escombros acabó con otro hartazgo que no aquel: a las dos horas, nos sobrábamos todos. Eso sí, nadie mencionó desde la añoranza cuando años atrás nos faltaba mesa, nos sobraban primos y los Reyes traían regalos para todos. Era mucho mejor haberlo roto todo y ser reyes de aquel planeta vacío.

QOSHE - Vidas hechas con escombros - Carlos Zanón
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Vidas hechas con escombros

12 0
26.01.2024

Para la comida de Navidad nos dimos cuenta de que éramos pocos. Reconocimos enseguida que era el precio que teníamos que pagar por haber sido honestos, valientes y tenaces. Entre un grupo de cuatro camaradas, conseguimos reclutar lo que nos quedaba de nuestros respectivos ejércitos de afectos. Una amiga consiguió un abuelo, un amigo de Cardedeu y un hijo de un ex. Otro, a su hermana, su marido y la hija de ambos, con los que no tenía tratos desde la muerte........

© La Vanguardia


Get it on Google Play