El día es frío y agradezco el calor del tren de cercanías. Por poco tiempo. A mi lado, una adolescente le cuenta a su móvil que aborrece los lunes, los jueves y los viernes. Me estoy preguntando qué pasa con los martes y los miércoles, cuando noto que me sobran el abrigo, la camisa y hasta los calcetines. El sistema de calefacción de este vagón se ha vuelto loco. En medio de una temperatura infernal, el soliloquio de la joven nos aclara que el problema es su relación abominable con la asignatura de lengua, y su profesor, que no la comprende.

Me viene a la cabeza la noticia de ese manifiesto académico que advierte que la mayoría de los jóvenes no lee textos largos y complejos. Y si los lee, no los entiende. A causa de la epidemia de distracción y aceleración humana de esta era tecnológica, que no da espacio para la lectura. Tampoco parece que los adultos estemos libres del retroceso lector. Y aquí no se puede respirar.

Me cambio de vagón con pena de abandonar a la adolescente a su suerte recocida. Me pregunto si este caso de odio académico es responsabilidad del profesor, de ella, de ambos o de ninguno; la cosa podría ser tan compleja como esos textos largos que ya no se leen. La temperatura del nuevo vagón es igual o peor. Los viajeros nos abandonamos como bultos. En vez de leer el libro complejo que llevo en el bolso, hablo sola en Twitter, etiquetando a la compañía ferroviaria: “La calefacción del tren tal está a una temperatura infernal. Aparte del gasto idiota y la contaminación, nos va a dar algo”.

Bajo del tren con cuerpo de oveja, hasta que veo que alguien me ha contestado personalmente. “Hola, pasamos un aviso al personal adecuado para que lo revise a la mayor brevedad posible. Saludos”. Me quedo a cuadros, esperanzada, en un mundo repentinamente amable. Visualizo la figura de una persona de buena voluntad que nos escucha. Una mano diligente, casi sensible, tecleando para mí. Pienso en ella. Se lo cuento a todo el mundo. No hay ninguna mano, dice un amigo, te respondió un algoritmo. Me recompongo con disimulo. Desalmados. Había sentido una especie de pequeño vínculo con ese ser que al final no existe. Casi lo he imaginado paseando a su perro, incluso al mío si lo tuviera. Luego nos extraña que haya gente que se case con una inteligencia artificial.

QOSHE - Gente que se casa con IA - Clara Sanchis Mira
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Gente que se casa con IA

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17.02.2024

El día es frío y agradezco el calor del tren de cercanías. Por poco tiempo. A mi lado, una adolescente le cuenta a su móvil que aborrece los lunes, los jueves y los viernes. Me estoy preguntando qué pasa con los martes y los miércoles, cuando noto que me sobran el abrigo, la camisa y hasta los calcetines. El sistema de calefacción de este vagón se ha vuelto loco. En medio de una temperatura infernal, el soliloquio de la joven nos aclara que el problema es su relación abominable con la asignatura de lengua, y su profesor, que no la comprende.

Me viene a la cabeza la........

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