Hay expresiones que no sabes el peligro que tienen hasta que no las pones por escrito. Bien mirado, la calle de la amargura es un sitio tremendo. Lo noté la semana pasada, al acabar este artículo con esa frase porque me vino. Una vocecita me la sopló al oído y escribí, como final: “tal, tal, que me trae por la calle de la amargura”. A veces pasa que se te acaban las líneas (te has ido por los cerros de Úbeda, otro sitio alucinante) y ya no queda espacio para un párrafo que aclare el texto de un modo racional. O simplemente te has metido en un lío que no tiene explicación y buscas un cierre del artículo in extremis, por así decir. El problema es que la calle de la amargura, una vez la enfrentas, lejos de cerrar nada, abre un horizonte que corta la respiración.

Así, en mi calle de la amargura, desde hace siete días, un tipo camina arrastrando los pies, amargamente como es natural. No me pregunten por qué tengo la impresión de que se llama Gregorio. Que yo sepa no hay ningún Gregorio en mi vida, no lo hubo en el pasado y el futuro olvidémoslo. Exceptuando al protagonista de La metamorfosis de Kafka, claro, con quien no tengo una relación tan íntima como para esto, por bicho que sea. O el portero de la casa de mi tío, ahora que lo pienso, que lleva una vida llamándose Gregorio, pero que tampoco diría que haya calado en mi corazón, por más que admire su talento para la fontanería familiar y esa calma chicha que emana de su sonrisita, pase lo que pase en el mundo o en el Congreso de los Diputados.

El hecho es que un tal Gregorio avanza por mi calle de la amargura, espero que no hacia mí, descorazonado, con las manos y el alma en los bolsillos, esa alma pequeña y redonda como la moneda vieja que acaricia con dos dedos tan gastados como esta frase que debería yo concluir cuanto antes (ya digo que tengo un problema con los finales), no se le vaya a ocurrir al tipo girar ahora la cabeza­, clavarme la mirada oscura y decirme algo que no soy capaz de imaginar.

Lo bueno es que, por ahora, quien camina por mi calle de la amargura no parece que sea yo. Ni usted. Un alivio que, sinceramente, no me esperaba, tal como están las cosas. Sin menospreciar las jugadas que nos podría estar haciendo el inconsciente, a la chita callando. Son días en que la confusión crece como el musgo.

QOSHE - La calle de la amargura - Clara Sanchis Mira
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La calle de la amargura

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16.03.2024

Hay expresiones que no sabes el peligro que tienen hasta que no las pones por escrito. Bien mirado, la calle de la amargura es un sitio tremendo. Lo noté la semana pasada, al acabar este artículo con esa frase porque me vino. Una vocecita me la sopló al oído y escribí, como final: “tal, tal, que me trae por la calle de la amargura”. A veces pasa que se te acaban las líneas (te has ido por los cerros de Úbeda, otro sitio alucinante) y ya no queda espacio para un párrafo que aclare el texto de un modo racional. O simplemente te has metido en un lío que no tiene........

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