Al inclinarme sobre la pantallita, abandoné la lectura antes de llegar a la interesantísima página de los experimentos neurológicos que demuestran que inclinar la cabeza ofusca la percepción. Atraída por otra dosis de la dopamina que me chuto con cada vistazo al móvil, dejé caer el libro sobre mis piernas, que lo acogieron con compasión. Pobre cosa, dijeron entre sí. Lástima que no leyera justo el capítulo que cuenta que nuestro cerebro capta la información que leemos con el tronco erguido, con más claridad y optimismo que al leer inclinados. Asombrosa cuestión postural. Vencida sobre el móvil, no me enteré de que agachar la cabeza te agacha, en todos los sentidos.

Así, volcada, ya digo, mirando unas cositas en la pantalla, solo un momento, tampoco me di cuenta de que la mujer del asiento contiguo se chupaba los dedos comiendo un bocadillo de algún gran queso. No vi a un hombre en el suelo ni a un bebé que se reía sin dientes. Tampoco vi el paisaje que iba llegando, ni el que dejaba atrás. No vi que se me pasaba el momento. No vi el verde excitante de los pinos con sus ramas retorcidas, movidas por un vendaval mañanero, ni los cervatillos que dan sus primeras carreras detrás de ciervos robus­tos con cornamentas imposibles, en esos pocos kilómetros de naturaleza protegida de la periferia, antes de llegar­­ ­a los edificios envueltos en niebla ­amarilla.

No me vino a la mente, ya de paso, ningún animal salvaje, no pensé en lobos aullando a la luna, delfines plateados que saltan en los océanos, cacatúas, conversaciones con loros caseros ni cosas por el estilo. No se me ocurrió nada. Ni siquiera repasé la tabla del siete, la receta del pollo con manzanas que me gusta o la lista de la compra. No canturreé una cancioncilla.

Tampoco me acordé de nadie. No pensé en mi tía. No me acordé del cumpleaños del amigo ni de la amiga, del aniversario de la muerte de su padre ni de su número de teléfono o sus preocupaciones íntimas. No me vino a la cabeza ni su nombre ni el mío ni el de su gato, ni el del libro de Nazaret Castellanos, Neurociencia del cuerpo. No vi mis miedos ni mis deseos, ni los deseos ni los miedos de nadie. No vi a la gente que no tie­ne donde caerse muerta. Ni que el tren al que me había subido iba en la dirección contraria. Sencillamente no lo vi.

QOSHE - No lo vi - Clara Sanchis Mira
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No lo vi

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02.03.2024

Al inclinarme sobre la pantallita, abandoné la lectura antes de llegar a la interesantísima página de los experimentos neurológicos que demuestran que inclinar la cabeza ofusca la percepción. Atraída por otra dosis de la dopamina que me chuto con cada vistazo al móvil, dejé caer el libro sobre mis piernas, que lo acogieron con compasión. Pobre cosa, dijeron entre sí. Lástima que no leyera justo el capítulo que cuenta que nuestro cerebro capta la información que leemos con el tronco erguido, con más claridad y optimismo que al leer inclinados. Asombrosa cuestión........

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