Asisto, sin saberlo, a un espectáculo que no tiene fin. A priori parece divertido, pero las risas se nos van desencajando en el patio de butacas, a medida que la noche avanza, como con un chirriar navajero. El cómico, solo en el escenario vacío, acariciando límites con su actuación genial, lo había advertido. “Esta no es una función de esas que llega un momento en que se acaban, aplaudís y os vais a casa”, dijo al empezar su soliloquio. Los espectadores nos reímos de la advertencia, confundiéndola con un chiste. “Aquí el espectáculo continúa mientras un solo espectador no sienta que ha amortizado el precio de su entrada”, añadió, jugándoselo todo. Y también nos hizo gracia. Pero el espectáculo, a la que te descuidas, como bien sabemos, se apodera de la vida, que por cierto está muy cara, con esos tipos de interés de las hipotecas asesinas, y la locura de los alquileres, apretándonos el cuello. Por lo que amortizar cualquier cosa, si te pones, es un pozo sin fondo. O sea que de este teatro no sale ni Dios.

Este cómico no sabe dónde se ha metido con su oferta de la amortización, con un patio de butacas capitalista. O sí. Nos entretiene en un zarandeo sin tregua. “Cuando ustedes sientan que esta actuación vale lo que les ha costado, se van a su aire y me dejan aquí”. Pero las horas pasan, nadie se marcha y, de pronto, entre agotado y febril, grita unos versos de Shakespeare en inglés de Lavapiés, que resulta imposible no entender, más o menos, sobre mañana y mañana y mañana, la vida, el pobre actor gesticulando en el escenario, el cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa y así. Lo que nos faltaba.

Con esta metáfora medio verbalizada es imposible dar por concluido ningún show. Empiezo a tener hambre. ¿Por qué ya nunca llevo un bocadillo? Si el espectáculo se lo merienda todo, desde cualquier punto de vista, pronto tendremos un problema grave de desabastecimiento, me digo buscando un chicle que no encuentro. Y me parece que la mujer del pantalón rojo, que se carcajea a mi lado con los ojos brillantes, tiene sed. En las filas de atrás, por fin, algunas personas se dan por amortizadas y abandonan el teatro, con gran solvencia existencial. Otras notamos que no lograremos salir de aquí jamás, ni aunque este cómico genial se nos desmaye a los pies.

QOSHE - Una comedia interminable - Clara Sanchis Mira
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Una comedia interminable

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27.01.2024

Asisto, sin saberlo, a un espectáculo que no tiene fin. A priori parece divertido, pero las risas se nos van desencajando en el patio de butacas, a medida que la noche avanza, como con un chirriar navajero. El cómico, solo en el escenario vacío, acariciando límites con su actuación genial, lo había advertido. “Esta no es una función de esas que llega un momento en que se acaban, aplaudís y os vais a casa”, dijo al empezar su soliloquio. Los espectadores nos reímos de la advertencia, confundiéndola con un chiste. “Aquí el espectáculo continúa mientras un solo........

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