Ritos de paso, ceremonias que enmarcan y avisan de que el tiempo avanza. Las doce uvas, las campanadas, el nuevo año. Supersticiones y tradiciones. Y esa ilusión pasajera –como todo, como nosotros mismos– de que se estrena un tiempo nuevo, de que el año va a ser próspero, venturoso, afortunado, al menos diferente…

Y sin embargo, mañana será otro día. Uno más que es uno menos en el cómputo de nuestra vida. Y será el primero de un nuevo año, sí, pero no dejará de tener su parte de repetición, de más de lo mismo aunque no sea nunca exactamente lo mismo.

Hay años que nacen cansados, fatigados antes de empezar a rodar. Al fin y al cabo, la sucesión de los días, amaneceres y atardeceres, las fases de la luna, las distintas estaciones de la naturaleza, van cayendo como las hojas del almanaque. Con los años, tenían razón nuestros mayores, todo se acelera y la reiteración se hace más evidente, aunque, también, tal vez, la esperanza de que se cumplan algunos deseos. Pero, vuelvo a ello, este 2024 nace viejo antes de estrenarse. Estamos en la antesala del primer cuarto de siglo del XXI y todavía no ha acabado de perfilarse el nuevo ­mundo augurado y prometido. Ni la inteligencia artificial generativa ha supuesto la revolución súbita pronosticada. Y si miramos al estado del planeta es cuando deberíamos ­ampliar la lista de buenos propósitos y deseos. Dos guerras que preocupan e in­volucran a Occidente, Ucrania y Gaza, otras muchas olvidadas, más la evidencia de la crisis –ya casi catástrofe– climática y la desi­gualdad creciendo y fomentando el nacionalismo, la exclusión del otro, sobre todo del que trae otra religión y otro color de piel.

Europa envejece y disminuye su peso demográfico, económico y cultural en el mundo. Su influencia, su poder blando, se diluye mientras no acabamos de crear una Unión política real. Y, sin embargo, es más que probable que, también en este año 2024, sea el mejor lugar del mundo para vivir. Es lo que tienen las decadencias, que suelen ser largas y sostenidas en su caída. En España, la crispación y la bronca seguirán a lo largo del año, a no ser que el líder de los populares tenga un ataque de lucidez y comprenda que está contribuyendo a hacer imposible su anhelada victoria electoral. Podría empezar, para variar su rumbo errático, por renovar el Consejo General del Poder Judicial, con o sin mediador de Bruselas, pero no sé si es mucho pedir, porque han pasado cinco obstinados años y ahí seguimos, en una parálisis que, vayamos a Catalunya, es un ensimismamiento cansino y repetido.

Con todo, este puede ser un año bisagra, que ayude a definir si el tiempo nuevo va a ser algo mejor o mucho peor. Elecciones en casi la mitad del globo. Trump que puede volver. Y solo eso y su figura divisoria y enervante basta para intuir que casi todo puede ir a peor.

Hoy, en el último día del año, no deberíamos ser pesimistas. La esperanza, ya saben, es lo último que se pierde. Y sigue habiendo motivos para un moderado optimismo. Las gentes que nos quieren y a los que queremos. Que tengamos salud. Y en lo que nos afecta a todos, que, pese a que el año nazca ya viejo, que dentro de otros trescientos sesenta y cinco días podamos decir que el 2024 fue, en verdad, un año mejor. Y que no añoremos este 2023 que despedimos y que pudiera ser que cierre un ciclo no demasiado feliz que empezó a tor­cerse en el 2008 y que toca enderezar en este 2024. Así que, incluso contra la evidencia, desde luego contra el miedo, ¡feliz año!

QOSHE - ¡Feliz año viejo! - Daniel Fernández
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¡Feliz año viejo!

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31.12.2023

Ritos de paso, ceremonias que enmarcan y avisan de que el tiempo avanza. Las doce uvas, las campanadas, el nuevo año. Supersticiones y tradiciones. Y esa ilusión pasajera –como todo, como nosotros mismos– de que se estrena un tiempo nuevo, de que el año va a ser próspero, venturoso, afortunado, al menos diferente…

Y sin embargo, mañana será otro día. Uno más que es uno menos en el cómputo de nuestra vida. Y será el primero de un nuevo año, sí, pero no dejará de tener su parte de repetición, de más de lo mismo aunque no sea nunca exactamente lo mismo.

Hay años que nacen cansados, fatigados antes de empezar a rodar. Al fin y al cabo, la sucesión de los días, amaneceres y atardeceres, las fases de la luna, las distintas estaciones de la naturaleza, van cayendo como las hojas del almanaque. Con los años, tenían razón nuestros mayores, todo se acelera........

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