Cuando el resultado es incierto en alguna empresa o empeño, todos hemos dicho aquello de ¡hay partido!, aunque solo sea para justificar que nada es inevitable y que la última palabra no ha sido pronunciada todavía. De hecho, ante cualquier contienda electoral, se repite la frasecita en cuestión como un mantra para convencer a propios y ajenos de que, en efecto, la victoria puede estar difícil, pero no es imposible. El ejemplo más reciente lo hemos tenido en las pasadas elecciones autonómicas gallegas. Se pensó, desde la izquierda, que había partido. Y la derrota ha dejado un sabor amargo y, lo que es peor, una cara de pasmo irremediable.

Hay que valorar el resultado, tan gallego él, de dejar fuera de su Parlamento tanto a Vox como a Sumar o Podemos. En otros lugares del mundo estaríamos hablando de un voto maduro, sabio y centrado. Pero con el actual nivel de encono en la disputa entre los dos grandes partidos españoles, populares y socialistas, toda lectura sosegada se antoja imposible. Los extremos del arco parlamentario no han entrado, pero lo que domina el paisaje es la lucha despiadada entre PP y PSOE, para mayor ganancia de nacionalistas.

El PP está instalado en una relativa irrelevancia en Catalunya y Euskadi. El PSOE se ha quedado al borde de una irrelevancia similar (aunque alguno me dirá que no es comparable) en Galicia y lucha por permanecer a flote en Madrid. Y podríamos hablar de otras autonomías, pero no pretendo aburrirles. Lo significativo es que suben los partidos del terruño, a veces hasta camuflados dentro de las propias siglas populares o socialistas.

En esta vida, todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío. Así que el “qué hay de lo mío” impera y deja un panorama de país desmembrado, en el que los dos grandes partidos ni se entienden entre ellos ni parece que en este momento tengan puentes o modos de comunicación abiertos. Nadie se fía del otro como para definir un marco de competencias y lealtades estable.

No se trata de anunciar que vamos hacia el desastre, porque hemos vivido episodios mucho más dramáticos desde la aprobación de nuestra Constitución, pero permítanme, al menos, decirles que este es un momento delicado. Los dos grandes se lanzan discursos y miradas asesinos. Y de reojo ven crecer a sus compañeros de viaje, Vox y Sumar. Con el siempre puntilloso votante de supuesto centro perjudicando más al PSOE por sus alianzas (mención especial a los nacionalismos de vario pelaje y premio gordo en el chuleo al que Junts somete a los socialistas) que a los populares.

Pedro Sánchez parece haber reaccionado apostando por construir liderazgos fuertes en cada autonomía, pero a mí me parece que esto no va de líderes, sino de que, precisamente, haya partido. Renunciar al partido y a sus órganos de gobernanza debilita a cualquier organización. Los socialistas han dejado de ser federales para pasar a estar confederados. Y las primarias contribuyen a debilitar un partido que tiene muy complicado explicar que gobierna España con los que ni se sienten ni quieren ser españoles.

Los populares se diría que están mejor, pero la constante amenaza, real o figurada, de la sustitución de su líder, así como su abrazo del oso con Vox (ya veremos quién es el oso y quién la presa o si la víctima no se convertirá en cazador…), les deja también en situación de pronóstico reservado. Por todo ello, me pregunto si de verdad hay partido o ya solo hay militantes. Y en qué o por qué militan.

QOSHE - ¿Hay partido? - Daniel Fernández
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¿Hay partido?

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25.02.2024

Cuando el resultado es incierto en alguna empresa o empeño, todos hemos dicho aquello de ¡hay partido!, aunque solo sea para justificar que nada es inevitable y que la última palabra no ha sido pronunciada todavía. De hecho, ante cualquier contienda electoral, se repite la frasecita en cuestión como un mantra para convencer a propios y ajenos de que, en efecto, la victoria puede estar difícil, pero no es imposible. El ejemplo más reciente lo hemos tenido en las pasadas elecciones autonómicas gallegas. Se pensó, desde la izquierda, que había partido. Y la derrota ha dejado un sabor amargo y, lo que es peor, una cara de pasmo irremediable.

Hay que valorar el resultado, tan gallego él, de dejar fuera de su Parlamento tanto a Vox como a Sumar o Podemos. En otros lugares del mundo estaríamos hablando de un voto maduro, sabio y centrado. Pero con el actual nivel........

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