Una de las demandas planteadas hace un mes desde el sector agrícola que afectan directamente a todos los ciudadanos es acabar con la burocracia o reducirla. Sus demandas parten del hecho de constatar, día a día, cómo el exceso de regulación, autonómica, estatal y europea, asfixia a los trabajadores, dejándolos sin espacio, ni tiempo para poder realizar su trabajo. Estas últimas semanas hemos oído declaraciones de gente del campo que manifestaba: “No somos gestores, somos agricultores”. Los payeses deben poder cumplir con los trámites que les exige la política agrícola común (PAC), el cuaderno digital de explotación, el tratamiento de suelos agrarios, el registro general de mejoras técnicas disponibles o la transposición de normativas europeas de bienestar animal del 2023, entre otros.

Lo que viven los agricultores es muy parecido a lo que debe sufrir en su ejercicio un autónomo o empresario. Nadie puede escapar al implacable peso de la burocracia, con su estética piranesiana, capaz de consumir las energías y las ilusiones. Una vez que la burocracia se cierne sobre la vida de las personas, siendo de obligado cumplimiento para empezar a trabajar, para gestionar los asuntos de la muerte de un familiar, para solicitar una beca, una ayuda pública o para darse de baja de un servicio de una empresa privada, se apodera de todos los pensamientos, hasta el extremo de dejar en segundo plano cualquier otro asunto.

Al pronunciar el término burocracia, se empieza a sentir un intenso desasosiego, al saber que los papeles e informes que uno deberá rellenar solo conducirán a tener que rellenar más, a tener que intentar desenvolverse dentro de un laberinto sin salida. Cuando la burocracia penetra en la vida de las personas la convierte en anodina, repetitiva, desencantada, agotada.

La razón de la revuelta de los agricultores contra la burocracia no es consecuencia solo de motivos económicos y técnicos, también existenciales; ellos, que viven en el exterior, rodeados de campos, árboles y tierra, se manifiestan para no acabar confinados frente a un ordenador o un móvil. Lo que debemos preguntarnos, dado que todo el mundo desaprueba el exceso de burocracia, es la razón por la que los estados, organismos públicos y empresas privadas se sienten tan inclinados a hacer crecer la burocracia, a que uno no pueda desconectar de ella si quiere sobrevivir en sociedad.

Lo primero que debemos determinar es cuál es la naturaleza de la burocracia (el poder de la oficina), al margen de que permita establecer ciertas normas para garantizar, autentificar, verificar y controlar aspectos de la vida de las personas para otorgar un servicio o una ayuda. Debemos dilucidar por qué la burocracia asfixia de esta manera a los trabajadores, desde el punto de vista tanto metafórico como físico.

Para adentrarse en la naturaleza de la burocracia, podemos apropiarnos de la descripción que hizo Kafka en El castillo para mostrar el carácter escurridizo del poder: “La calle, aquella calle principal del pueblo, no llevaba al cerro del castillo; solo se acercaba, pero luego, como deliberadamente, se apartaba y, aunque no se alejaba del castillo, tampoco se acercaba más a él”. La visión del castillo, entendido como centro de la fuerza potencial e invisible que tiene el poder, nos sitúa ante una triste verdad: que, aunque logremos disponer de un gran conocimiento y sabiduría para saber dónde está, no lograremos nunca alcanzarlo. Algo parecido ocurre con la burocracia. En el momento que descubrimos alguno de sus secretos para poder sortearla, uno acaba cada vez más enredado en ella.

Pere Calders, en su relato Noche de paz y buena fiesta, nos explica la historia de un hombre amante de los pesebres. Una noche, se presenta en su casa un funcionario municipal para verificar si tiene los permisos para hacerlo. El pobre hombre, asediado por las exigencias de las ordenanzas públicas, pregunta al funcionario: “¿Y si cambio de idea y no hago el pesebre, no me pasará nada?”. El funcionario responde: “No. Pero en este caso era mejor no haber tramitado la solicitud, porque hay más trabajo para detener los papeles que dejarlos seguir su curso. Pasadas las fiestas, vendrá a verlo otro inspector…”.

La naturaleza de la burocracia nos lleva a alertar a los agricultores de que los acuerdos alcanzados con el Gobierno para simplificar o reducir los trámites burocráticos conducirán, paradójicamente, a nuevos procesos de burocracia que seguirán asfixiándolos, hasta que acepten y se adapten a respirar burocracia como respiran el aire del campo.

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Burocracia

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27.02.2024

Una de las demandas planteadas hace un mes desde el sector agrícola que afectan directamente a todos los ciudadanos es acabar con la burocracia o reducirla. Sus demandas parten del hecho de constatar, día a día, cómo el exceso de regulación, autonómica, estatal y europea, asfixia a los trabajadores, dejándolos sin espacio, ni tiempo para poder realizar su trabajo. Estas últimas semanas hemos oído declaraciones de gente del campo que manifestaba: “No somos gestores, somos agricultores”. Los payeses deben poder cumplir con los trámites que les exige la política agrícola común (PAC), el cuaderno digital de explotación, el tratamiento de suelos agrarios, el registro general de mejoras técnicas disponibles o la transposición de normativas europeas de bienestar animal del 2023, entre otros.

Lo que viven los agricultores es muy parecido a lo que debe sufrir en su ejercicio un autónomo o empresario. Nadie puede escapar al implacable peso de la burocracia, con su estética piranesiana, capaz de consumir las energías y las ilusiones. Una vez que la burocracia se cierne sobre la vida de las personas, siendo de obligado cumplimiento........

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