Dentro de medio año, con el comienzo del nuevo curso académico, un número indeterminado de jóvenes se irán de España para continuar o completar estudios en otros países. Muchos lo hacen con el sacrificio económico de sus familias; otros consiguen becas de las universidades que los reciben, y otro número considerable son becados por fundaciones y entidades privadas españolas. De hecho, destinar fondos a la educación en el extranjero figura entre los méritos que esas organizaciones exhiben en sus memorias anuales para mejorar su “cotización” en la bolsa de su responsabilidad social corporativa, últimamente tan valorada por los creadores de imagen.

Estudiantes en la biblioteca de la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona

No será este cronista quien descalifique esos esfuerzos personales ni esa labor. No puede ni quiere hacerlo porque esas acciones forman parte del llamado ascensor social y, desde una mentalidad puramente pragmática, es evidente que gran parte de los directivos de empresas de este país –esos que en algún banco ganan más de un millón de euros anuales– pudieron adquirir esa formación añadida, probablemente selecta, y tienen la enorme ventaja del dominio de idiomas, ese déficit tradicional de la educación en España. Un alto nivel formativo garantiza un alto nivel empresarial e incluso político de cualquier país… suponiendo que ese país pueda o sepa recuperar el talento perdido.

Y ese es el problema: una simple conversación con esos jóvenes o sus padres demuestra que se acude al extranjero no solo para completar la formación, sino para quedarse allí. Algo les dice que el mercado del trabajo en España está saturado y todos conocen el caso de alguien que encontró un buen empleo en Estados Unidos, que parece que sigue siendo la nueva Jauja, o en otro lugar de la Unión Europea, y mucho me temo que estemos en riesgo de aplicar lo que decimos de los inmigrantes que llegan en patera: que sus países de origen pierden capital humano porque se les escapan los más jóvenes, los más valientes, los más sanos, los más atrevidos, los más preparados, los más emprendedores.

¿Acabará ocurriendo algo así en España? De momento solo es una duda. El hecho cierto es que estamos formando jóvenes cuya aspiración es emigrar. Es una emigración selecta, pero emigración.

QOSHE - La nueva emigración - Fernando Ónega
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La nueva emigración

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06.03.2024

Dentro de medio año, con el comienzo del nuevo curso académico, un número indeterminado de jóvenes se irán de España para continuar o completar estudios en otros países. Muchos lo hacen con el sacrificio económico de sus familias; otros consiguen becas de las universidades que los reciben, y otro número considerable son becados por fundaciones y entidades privadas españolas. De hecho, destinar fondos a la educación en el extranjero figura entre los méritos que esas organizaciones exhiben en sus memorias anuales para mejorar su “cotización” en la bolsa de su........

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