“Dios ha muerto, Marx ha muerto, yo mismo no me encuentro muy bien”. Esta frase, atribuida a muchos autores, entre ellos Woody Allen, se puede aplicar a cualquier oficio, entre ellos el periodístico: se acaba de morir Carrascal, antes hemos perdido a enormes cronistas como Pepe Oneto, asesinan a decenas de periodistas en las guerras y otras salvajadas, y yo mismo me encuentro regular. Los comunicadores no nos libramos de la guadaña de la Parca. Se confirma que somos humanos, y además humanos vulnerables, aunque haya algunos
–¿bastantes?– que se consideran inmortales.

José Maria Carrascal

En estos tiempos de paz en España, el fallecimiento de viejos periodistas, igual que el de protagonistas de la reciente historia, me sugiere una lectura que los hace trascendentes: están desapareciendo actores y testigos del último gran hecho nacional, que fue la transición. Ese periodo, uno de los más positivos de nuestra historia, se está quedando sin narradores directos, a pesar de ser tan reciente.

Queda, por tanto, al juicio de quienes no tienen todos los argumentos para juzgar la generosidad de aquella izquierda que supo abrazar a la derecha franquista, que la había metido en la cárcel o enviado a un amargo exilio. No tienen un conocimiento directo del heroísmo de la reconciliación de quienes se habían enfrentado nada menos que en una cruel guerra civil. No tienen una experiencia vivida del mérito de las generaciones que construyeron la España próspera y europea a base de migraciones, pluriempleos y otras miserias.

Digo esto porque observo una gran diferencia de percepción de la historia reciente entre mi generación, que vivió las emociones y los miedos del cambio de régimen, y las nuevas generaciones. Estas no tienen por qué sentir lo mismo que sus padres. Contemplan la transición como un episodio distante que no supo resolver problemas históricos, que estamos sufriendo ahora.

Y es probable que cale en ellas el negativismo de personajes como Pablo Iglesias: todo aquello fue un montaje, un apaño de la clase política del momento. Se me objetará: la versión buena de la transición, la escrita por los que mueren, ya está escrita. Siendo eso verdad, duele la pérdida de testigos. Porque, como ganen los críticos negativos, ya se sabe qué historia escribirán. Y, sobre todo, qué historia enseñarán.

QOSHE - Sin testigos directos - Fernando Ónega
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Sin testigos directos

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08.11.2023

“Dios ha muerto, Marx ha muerto, yo mismo no me encuentro muy bien”. Esta frase, atribuida a muchos autores, entre ellos Woody Allen, se puede aplicar a cualquier oficio, entre ellos el periodístico: se acaba de morir Carrascal, antes hemos perdido a enormes cronistas como Pepe Oneto, asesinan a decenas de periodistas en las guerras y otras salvajadas, y yo mismo me encuentro regular. Los comunicadores no nos libramos de la guadaña de la Parca. Se confirma que somos humanos, y además humanos vulnerables, aunque haya algunos
–¿bastantes?– que se consideran........

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