La noticia fue tan escueta –y doliente– como los hechos: Juan Carlos I solo permaneció unas horas en España porque “no puede dormir en el palacio de la Zarzuela”. Que sepamos, no existe ninguna orden gubernamental ni resolución administrativa o judicial que le prohíba pernoctar en la casa donde vivió durante medio siglo, pero sus estancias en el palacio tienen la limitación de almorzar o cenar en ocasiones muy justificadas. Dormir allí sería contaminar. Sería violar la sede de la jefatura del Estado.

El rey emérito, en una visita a Sanxenxo el pasado abril

Estamos, por tanto, ante una determinación familiar cuya justificación, si existe, parece evidente: el rey actual, Felipe VI, quiere mostrar a la ciudadanía la diferencia entre los dos reinados. Quiere que no exista más que la conexión afectiva, de sangre y de apellido que ningún hijo puede evitar. Quiere salvar la monarquía haciendo que el viejo monarca sufra una auténtica pena de exilio, dura y ejemplar.

Al margen de estas consideraciones, yo quiero fijarme en la “anatomía de un instante”: el instante en que Felipe VI invita a Juan Carlos I a celebrar en familia la jura de la Constitución por su nieta, la princesa de Asturias, pero le advierte que, una vez que se ha brindado por ella, debe volver a Abu Dabi.

Tuvo que ser un momento de extrema dureza, en el que Felipe VI asumió la amarga misión de ser el único ejecutor de una condena que no es judicial. Sabe que Juan Carlos I fue el gran actor del tránsito a la democracia y sabe que sin él no viviríamos en la monarquía parlamentaria que le permite ocupar el trono; pero tiene que hacer de tripas corazón y no me extrañaría que provocase las lágrimas de su progenitor –y las suyas–, que los reyes también lloran.

Y el gran mensaje: este episodio dice mucho, lo dice todo, de la rectitud del rey Felipe. Dice mucho, o todo, de la disciplina institucional de su padre, a quien nadie le ha escuchado una queja. Y me temo que anticipa un designio de futuro: cuando Juan Carlos I expresa su deseo –incluso su propósito– de volver a vivir en España, dan ganas de enviarle el aviso que Dante puso a la puerta del infierno: “Olvidad toda esperanza”. Quien fue rey de España no tiene donde residir en su país, porque supongo que nadie lo imagina en un hotel ni en una casa de alquiler, y su antiguo hogar ya no lo puede acoger.

QOSHE - Unas horas en España - Fernando Ónega
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Unas horas en España

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02.11.2023

La noticia fue tan escueta –y doliente– como los hechos: Juan Carlos I solo permaneció unas horas en España porque “no puede dormir en el palacio de la Zarzuela”. Que sepamos, no existe ninguna orden gubernamental ni resolución administrativa o judicial que le prohíba pernoctar en la casa donde vivió durante medio siglo, pero sus estancias en el palacio tienen la limitación de almorzar o cenar en ocasiones muy justificadas. Dormir allí sería contaminar. Sería violar la sede de la jefatura del Estado.

El rey emérito, en una visita a Sanxenxo el pasado abril

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