Por razones estrictamente personales, este cronista estuvo fuera de combate durante los últimos meses. Algún lector de La Vanguardia lo habrá percibido por la ausencia de sus artículos en estas páginas. Lamentablemente no se hundió el mundo, ni se resquebrajó España, ni siquiera cambió el alcalde de su pueblo. Lamento tener que reconocerlo tan abiertamente, pero se ha confirmado que la sociedad puede vivir sin mis aportaciones y no faltará quien diga en el Gobierno y fuera del Gobierno que sin ellas mejoran la economía, la literatura, y, por supuesto, el periodismo.

Lo que me ocurrió durante ese tiempo de forzada holganza es que tuve mucho tiempo, un tiempo interminable, para ver la televisión. Había que pagar diez euros semanales por la posibilidad de encender el televisor, pero consideré ese gasto como una inversión cultural. Pude comprobar además cómo avanza la tecnología, porque había un artilugio que me avisaba del tiempo que me quedaba y debo decir en honor a la empresa propietaria que el artificio no se equivocó. Cuando me avisaba de que me quedaba una hora, se cumplía como los anuncios del Gobierno: quedaba una hora y no había más que discutir. Las ciencias siguen avanzando una barbaridad.

Lo que más me interesó fue la publicidad. Durante los infinitos periodos en que me abdujo el televisor hubo algún acontecimiento importante: la Navidad, la llegada de Papá Noel, la visita siempre cordial de los Reyes Magos o San Valentín, detalles que la industria de la belleza supo percibir. Y así, pude comprobar la existencia de cientos, quizá miles de productos para oler que enamora, para tener una piel deliciosa, para ser creíble cuando te quitas años, para quitar las arrugas, para combatir dolores, para curar las almorranas, para todo lo que forma parte de la felicidad humana e incluso gatuna y perruna.

Llegué a una conclusión elemental, aunque no sea muy científica: envejecemos porque queremos. Cualquier problema físico o estético se puede combatir, y además de forma placentera. No voy a censurarme: cualquier problema se puede resolver incluso de forma erótica. Todo está en las marcas. Todo está en las farmacias y parafarmacias. Todo está en la publicidad.

QOSHE - Viejos porque queremos - Fernando Ónega
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Viejos porque queremos

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13.03.2024

Por razones estrictamente personales, este cronista estuvo fuera de combate durante los últimos meses. Algún lector de La Vanguardia lo habrá percibido por la ausencia de sus artículos en estas páginas. Lamentablemente no se hundió el mundo, ni se resquebrajó España, ni siquiera cambió el alcalde de su pueblo. Lamento tener que reconocerlo tan abiertamente, pero se ha confirmado que la sociedad puede vivir sin mis aportaciones y no faltará quien diga en el Gobierno y fuera del Gobierno que sin ellas mejoran la economía, la literatura, y,........

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