¿Es inútil la noción de mal para comprender la guerra de Gaza y el mundo actual? Si se trata de atribuirle la maldad al otro, este concepto resulta incluso peligroso. Servirá sobre todo para enardecer aún más los conflictos. Yo soy el bueno y te machaco todo lo que puedo porque tú eres la maldad en estado puro. Resulta, sin embargo, que esta visión instrumentalizadora del mal es la más burda que existe, la más pobre, la más primitiva. Fue la que llevó a quemar personas, a ejecutarlas porque eran “malas”. No obstante, hay otra manera de plantear la cuestión del mal y del bien, mucho más honda, consciente y civilizada.

Primera regla de este modo más productivo de entender el mal: cuando se habla de maldad, uno debe empezar por uno mismo, y no señalar a los demás. Todos sabemos que nuestra vida se construye, en gran parte, a través del diálogo con nuestros defectos, con nuestras pulsiones íntimas. Con nuestros pequeños demonios privados. Si la persona ignora esas extrañas presencias interiores, tiende a transformarse en un fantoche que comete todo tipo de dislates. Se trata de una partida de ajedrez interior que cada uno debe jugar y que, cuando se gana, conduce a una existencia plena de sentido.

¿Quieren los israelíes y los palestinos vivir ardiendo en el odio que muchos de ellos sienten? ¿Servirá eso para algo constructivo? Y ahí nos surge la segunda regla del mal que nos puede ayudar en esta crisis: el rencor, que es uno de los rostros a través de los cuales la maldad nos mira desde dentro, tiende a propagarse e, incluso, casi a eternizarse. Hay que cortar la soga del odio en que todos nos ahorcamos. Militando en el rencor, israelíes y palestinos no están garantizando la seguridad y la felicidad de sus pueblos, sino todo lo contrario. Aunque Israel gane la guerra, aunque haga añicos la franja de Gaza, el problema seguirá presente en el horizonte. Lo que están consiguiendo los israelíes, en realidad, es dejar en herencia este drama sangriento a sus descendientes.

De hecho, el diálogo con el mal no solo se juega en el interior de las personas, sino también en la vida de los países. Alemania se dejó seducir por la espesa tiniebla de los nazis. Hitler, que todo lo confiaba a la energía de la voluntad personal, no reconocía la existencia del mal en sí misma. Escribió Baudelaire que la mayor astucia del diablo consiste en hacernos creer que no existe. El resultado de esta inconsciencia de la dimensión maligna en uno mismo y en nuestra cultura, atribuyéndole toda la maldad al otro, tuvo en Alemania terribles consecuencias. En la actualidad, este país, sabedor de la presencia del mal en su historia, se ha transformado en una nación capaz de dar aportaciones muy positivas a la humanidad.

La ausencia de referencias éticas y espirituales de muchos occidentales los deja indefensos ante el conflicto de Gaza y sus horrores. Solo pueden ver y espantarse, sin lograr comprender y actuar. Por otra parte, una equivocada concepción del mal ahonda el drama, y eso es lo que ocurre cuando partidarios de Israel y defensores de los palestinos se enfrentan en programas de televisión, dando lugar a entretenidas partidas dialécticas de ping-pong que no resuelven nada. De hecho, la maldad nunca es cosa del otro: en el espejo del mal nos vemos todos. Incluso la Alemania nazi podría plantear, con razón, que su país fue innecesariamente humillado en el tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Como decíamos, hay otro rumbo: el de una visión más afinada del mal y del bien. Ese es el camino que está siguiendo el secretario general de la ONU, António Guterres. En su célebre declaración que pro­vocó la ira de Israel, intentó que cada una de las dos partes reconociera sus errores. Este es un paso fundamental para llegar a algún lado en el proceso de pacificación.

Además, después de sus experiencias en Afganistán e Irak, Estados Unidos sabe que la venganza, aunque pueda parecer una operación de limpieza, solo sirve para llevar a la producción de un nuevo ­western del rencor. Es curioso como todos vamos comprendiendo, aunque no tengamos creencias espirituales, la inutilidad del odio. Y asimismo el modo como este nos encierra en infiernos de sufrimiento atroz.

Sí, el mal y el bien están presentes en Gaza y en Israel. Lo están en el interior de las personas, de los palestinos y los israelíes, que pueden transformarse en tercos militantes de un odio infinito o decidirse por buscar sinceramente la paz. Están presentes en ambas comunidades, donde pueden triunfar las líneas del rencor a ultranza, a través de Hamas o de los radicalismos sionistas. Y están presentes dentro de mí y de ti, querido lector. Porque en las muchas guerras que vienen a la superficie en este conflicto también aflora la lucha a muerte entre el islam y Occidente, el mayor concentrado de odio de la historia de la humanidad: un gran río de sangre que corre desde hace por lo menos 1.300 años.

Todos formamos una sola entidad, que es la humanidad. Y cada uno puede aportar paz, concordia, diálogo, atención al otro, dimensiones positivas que se reflejarán en la comunidad humana; o, por el contrario, aumentar la potencia de la dinamo del rencor, de la rabia, del deseo de venganza en las relaciones sociales. Es una elección nuestra, porque el bien y el mal son el escenario de nuestra libertad. No tengamos miedo a las palabras bien y mal. Es cierto que pueden ser muy peligrosas si les damos una interpretación errónea. Pero, si las comprendemos correctamente, nos ayudan a decidir y a alcanzar la felicidad, la nuestra y la de los demás. De hecho, dos deberes tiene cada ser humano: primero, iluminar sus propias sombras personales y, segundo, contribuir a que toda la humanidad se libere de sus oscuridades.

QOSHE - Los espejos del mal - Gabriel Magalhães
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Los espejos del mal

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13.11.2023

¿Es inútil la noción de mal para comprender la guerra de Gaza y el mundo actual? Si se trata de atribuirle la maldad al otro, este concepto resulta incluso peligroso. Servirá sobre todo para enardecer aún más los conflictos. Yo soy el bueno y te machaco todo lo que puedo porque tú eres la maldad en estado puro. Resulta, sin embargo, que esta visión instrumentalizadora del mal es la más burda que existe, la más pobre, la más primitiva. Fue la que llevó a quemar personas, a ejecutarlas porque eran “malas”. No obstante, hay otra manera de plantear la cuestión del mal y del bien, mucho más honda, consciente y civilizada.

Primera regla de este modo más productivo de entender el mal: cuando se habla de maldad, uno debe empezar por uno mismo, y no señalar a los demás. Todos sabemos que nuestra vida se construye, en gran parte, a través del diálogo con nuestros defectos, con nuestras pulsiones íntimas. Con nuestros pequeños demonios privados. Si la persona ignora esas extrañas presencias interiores, tiende a transformarse en un fantoche que comete todo tipo de dislates. Se trata de una partida de ajedrez interior que cada uno debe jugar y que, cuando se gana, conduce a una existencia plena de sentido.

¿Quieren los israelíes y los palestinos vivir ardiendo en el odio que muchos de ellos sienten? ¿Servirá eso para algo constructivo? Y ahí nos surge la segunda regla del mal que nos puede ayudar en esta crisis: el........

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