Hasta los años setenta en Catalunya había diferentes escuelas de ingeniería, como las de minas, industriales, telecomunicaciones o arquitectura, que en 1972 se integraron en la Universidad Politécnica de Catalunya, con Gabriel Ferraté como rector. Las nueve bolas del logotipo de la UPC son un guiño a esas nueve escuelas que, no sin dificultades, consiguieron reunirse en un proyecto compartido. Veintidós años después, en 1994, el mismo rector Ferraté fundaba la Universitat Oberta de Catalunya, la primera universidad virtual del mundo, pero en esta ocasión sin tantos consensos académicos. De hecho, los rectores de aquel momento le recomendaron que no arriesgase su prestigio con la idea absurda de hacer formación solo en línea. Él perseveró, visionario, y, pese a las dificultades técnicas y legales del internet de finales de los noventa, siguió adelante y hoy la UOC tiene más de 80.000 estudiantes por todo el mundo.

Ferraté dedicó su vida a pensar y repensar la universidad, la amaba, pero a la vez era lo suficientemente libre y rebelde como para cuestionarla. Este septiembre pude compartir una buena conversación con él y cuando le pregunté qué había aprendido después de tantos años en la institución, me contestó que le había quedado claro que la universidad no quería cambiar y era insoportablemente conservadora. Me recordó lo que dijo en el 2013 Xavier Prats-Munné, entonces director general de Educación de la Comisión Europea: “Reformar la universidad es como reformar cementerios: no puedes contar con los de dentro”.

Gabriel Ferraté

La primera universidad europea fue la de Bolonia, en 1088, y tras más de mil años de cambio y evolución se ha llegado al modelo actual, marcado por la revolución industrial, que nos ha dejado una universidad muy orientada al mundo del trabajo, donde la gente va a certificarse para poder acceder a un empleo.

Ahora las tres funciones principales de la universidad son formación, investigación y transferencia de conocimiento, y todas ellas están en crisis, atrapadas por normas y reglas impuestas por una Administración obsoleta y unos sistemas de gobierno más que cuestionables. Quizás por eso la institución se ha cerrado en sí misma, haciendo largas listas de todos los problemas que la envuelven, mientras envejece incapaz de renovarse, cada vez más precaria y alejada de la reflexión y el debate social. Sorprende que sea precisamente en la llamada “sociedad del conocimiento” cuando la universidad no está siendo capaz de adaptarse.

Cuando hay demasiados aspirantes a una posición laboral, el filtro de selección más habitual es el del título universitario. Un mal estudiante que quizás incluso ha copiado en algún examen pasa este primer filtro por el mero hecho de tener el título, mientras que un profesional con quince años de experiencia pero sin título se queda fuera del proceso. Esto ha llenado las aulas de gente más ansiosa de títulos que de conocimiento, y es perfectamente posible obtener el título aprobando exámenes o entregando ejercicios sin haber acreditado comprensión o capacidad crítica. El sector público sigue usando el título como filtro de acceso, pero el sector privado ya valora cada vez más la experiencia, la actitud, las habilidades y las capacidades relacionales.

Los actuales retos superan los límites de cualquier disciplina y necesitamos perfiles capaces no solo de colaborar con otras áreas de conocimiento, sino también de entenderlas. Y también han de ser capaces de colaborar con otras culturas, otras maneras de hacer y otras maneras de entender el mundo, así que necesitamos mestizaje tanto técnico como cultural. Traspasar nuestras fronteras europeas y relacionarnos con los otros continentes, y traspasar también nuestras fronteras cognitivas y relacionarnos con el resto de las disciplinas.

Deberemos encontrar la forma de acreditar este concepto amplio de movilidad, geográfica e intelectual, pero de momento los títulos aún no hablan de esto y siguen centrados en conocimientos, no en habilidades y capacidades. Tener un título no tiene nada que ver con ser un buen profesional, ni un buen ciudadano, ni ser capaz de actuar de manera eficiente en el mundo que estamos construyendo.

Como decía Jorge Wagensberg, si estás observando algo y ves que no cambia ni se mueve… tócalo, a ver si reacciona, porque quizás esté muerto. Toquemos la universidad, aunque moleste.

QOSHE - Sacudamos la universidad - Genís Roca
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Sacudamos la universidad

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15.02.2024

Hasta los años setenta en Catalunya había diferentes escuelas de ingeniería, como las de minas, industriales, telecomunicaciones o arquitectura, que en 1972 se integraron en la Universidad Politécnica de Catalunya, con Gabriel Ferraté como rector. Las nueve bolas del logotipo de la UPC son un guiño a esas nueve escuelas que, no sin dificultades, consiguieron reunirse en un proyecto compartido. Veintidós años después, en 1994, el mismo rector Ferraté fundaba la Universitat Oberta de Catalunya, la primera universidad virtual del mundo, pero en esta ocasión sin tantos consensos académicos. De hecho, los rectores de aquel momento le recomendaron que no arriesgase su prestigio con la idea absurda de hacer formación solo en línea. Él perseveró, visionario, y, pese a las dificultades técnicas y legales del internet de finales de los noventa, siguió adelante y hoy la UOC tiene más de 80.000 estudiantes por todo el mundo.

Ferraté dedicó su vida a pensar y repensar la universidad, la amaba, pero a la vez era lo suficientemente libre y rebelde como para cuestionarla. Este septiembre pude........

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