El 8-M sirve para reflexionar sobre los derechos de la mujer, el feminismo, los rangos de igualdad por conquistar, las agresiones... Sobre los deberes pendientes. Es lo que tienen las fechas señaladas, sirven, pero eluden la profundidad y las urgencias. Posiblemente sin la manifestación del año del #MeToo global, espoleada en España por el caso de La Manada, no habría tantos focos sobre este problema. También por las leyes y propuestas del Ministerio de Igualdad encabezado por Irene Montero. Y tampoco se entendería, por ende, la oleada reaccionaria en contra que, especialmente entre las generaciones más jóvenes y entre los chicos, consideran que el feminismo “ha ido demasiado lejos”. Quizá faltaría preguntarles en qué debería retroceder.

Un hombre con una niña el viernes, en la manifestación del 8-M en Madrid

Hablamos en esta columna hace unos meses de esta diferencia crucial entre chicos y chicas, porque el feminismo, o defender el derecho de las mujeres a ser tratadas como ellos, y el machismo, o buscar someter a las mujeres bajo el yugo masculino, no pasa solo en institutos y universidades, en el trabajo o en el transporte público, sino que el principal campo de batalla es el hogar, escenario mortal por desgracia para muchas mujeres asesinadas.

El viernes era día para reivindicación, querría apelar hoy a la reflexión. El machismo tiene como víctima principal a la mujer, pero encierra en una jaula a los hombres. Los que no lloran, los que desprecian sentimientos y habilidades sociales porque se premia la agresividad y la testosterona. Los que sienten a sus parejas infelices por una convivencia injusta y no saben entender por qué. Los que tienen hijas y abren ojos como platos y apuestan por el aprendizaje y la humildad, como compartía de nuevo el viernes Salvador Enguix. Hemos hecho los deberes con nuestras hijas, pero ellos también nos necesitan. Debemos luchar contra youtubers descerebrados, partidos ultras, noticias falsas de falsas denuncias y derechos apropiados. Debemos escucharlos antes de juzgar, para poder apelar a su decencia.

Nada está ganado, aunque las leyes estuvieran firmadas, si la sociedad no hace suyas las normas, si no acepta, cada día, una convivencia en libertad para todas y todos.