Estuve en Las Palmas y visité la casa familiar de Benito Pérez Galdós, en la que vivió hasta que con 19 años se mudó a Madrid. Algunas habitaciones se conservan tal como eran en la época de su nacimiento; otras acogen muebles y objetos de las posteriores viviendas del novelista. Rodeado de cosas que Galdós había tocado y libros que había leído­, estar allí era para mí, galdosiano confeso, lo más cerca­ que podía aspirar a estar de él.

Traslado del conocido retrato de Galdós que hizo Sorolla a la casa museo del escritor con motivo de una exposición que se hizo en el 2013

Al decir de sus biógrafos, era Galdós un hombre de natural templado, benévolo, bienhumorado, con el que no parecía difícil mantener amistad. Adalid de la tolerancia, solo se mostraba intransigente con los intransigentes, que no eran pocos en la sociedad de su tiempo, marcada por la beligerancia de los apostólicos y por la resistencia de la Iglesia a perder sus privilegios. En sus novelas, reflejo de una sociedad sometida a la tensión entre las fuerzas del progreso y la reacción, se prefiguran ya las dos Españas que habrían de helar el corazón a los españolitos del siglo­ XX.

Los escritores de su época fueron en todo momento conscientes del poder de las novelas para construir el imaginario de una gran comunidad de ciudadanos: en definitiva, para nutrir una idea de nación. Mientras escritores como el tradicionalista Francisco Navarro Villoslada daban forma a las ensoñaciones históricas y territoriales del carlismo, otros como Galdós trataban de cimentar el imaginario de una España unitaria y liberal. Los Episodios nacionales, el más ambicioso intento literario de dotar de sentido a la historia colectiva de los españoles, responden a ese mismo objetivo.

Cuando Galdós empezó a contar el siglo XIX español, se interesó por sucesos muy anteriores a él y, cuando terminó de contarlo, hablaba ya de una España que había conocido. En algunos casos, la distancia temporal era de setenta años; en otros, de cuarenta. ¿Son muchos setenta años? ¿Son pocos cuarenta? ¿Dónde terminaba para Galdós el pasado y empezaba el presente­?

En Historia de dos ciudades, Dickens habla de hechos acaecidos setenta años antes, durante la Revolución Francesa. En Guerra y paz, Tolstói convierte en literatura las campañas napoleónicas con cuarenta y tantos años de décalage. En La cartuja de Parma, Stendhal recrea veintitantos años después la batalla de Waterloo. ¿Cuáles de ellos tenían la sensación de estar escribiendo una novela histórica, por así decir, y cuáles una novela sobre el presente?

Hay acontecimientos históricos cuyo fulgor tarda mucho tiempo en extinguirse. Para un europeo del siglo XIX, la Revolución Francesa y las campañas napoleónicas formaban sin duda parte de ese grupo. Los Episodios de Galdós cuentan setenta años de la historia de España, que son, redondeando, los primeros años de España como nación, un concepto que no existiría precisamente sin la herencia de la Revolución Francesa y que en España no se habría definido como se definió de no mediar la guerra de la Independencia, versión local de las campañas napoleónicas. Si las novelas de Dickens, Tolstói y Stendhal pertenecían para sus autores al presente, algo parecido habría que decir de los Episodios de Galdós.

Los inicios de España como nación coinciden con uno de los Episodios de la primera serie, titulado Cádiz porque por allí andaba Gabriel Araceli en esos momentos decisivos. En ese Cádiz asediado por las tropas napoleónicas (y en ausencia del rey Fernando VII, que permanecía confinado en Francia), unas Cortes extraordinarias se proclamaban depositarias del poder de la nación, legitimadas para crear un nuevo orden jurídico y político.

Con la aprobación de la primera Constitución española, el antiguo régimen era sustituido por el nuevo parlamentarismo liberal, y la soberanía que tradicionalmente se había atribuido al monarca pasaba a residir en los representantes de la sociedad. A partir de ese momento, los súbditos se convertían en ciudadanos, iguales en derechos, sujetos a unas leyes llamadas a acabar con los viejos privilegios estamentales.

Ahí, por decirlo pronto y mal, empezó todo. Sabemos que Fernando VII, que se declaraba feliz de marchar por la “senda constitucional” mientras hacía lo posible por devolver a España al abso­lutismo, consiguió retrasar las cosas hasta su muerte en 1833. Pero esa ya es otra historia­.

QOSHE - Conciudadanos de Galdós - Ignacio Martínez De Pisón
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Conciudadanos de Galdós

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08.03.2024

Estuve en Las Palmas y visité la casa familiar de Benito Pérez Galdós, en la que vivió hasta que con 19 años se mudó a Madrid. Algunas habitaciones se conservan tal como eran en la época de su nacimiento; otras acogen muebles y objetos de las posteriores viviendas del novelista. Rodeado de cosas que Galdós había tocado y libros que había leído­, estar allí era para mí, galdosiano confeso, lo más cerca­ que podía aspirar a estar de él.

Traslado del conocido retrato de Galdós que hizo Sorolla a la casa museo del escritor con motivo de una exposición que se hizo en el 2013

Al decir de sus biógrafos, era Galdós un hombre de natural templado, benévolo, bienhumorado, con el que no parecía difícil mantener amistad. Adalid de la tolerancia, solo se mostraba intransigente con los intransigentes, que no eran pocos en la sociedad de su tiempo, marcada por la beligerancia de los apostólicos y por la resistencia de la Iglesia a perder sus privilegios. En sus novelas, reflejo de una sociedad sometida a la tensión entre las fuerzas del progreso y la reacción, se prefiguran ya las dos Españas que habrían de helar el........

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