“El béisbol es mental en un 90%; la otra mitad es cuestión de físico”. Esto no lo digo yo. Esto lo dijo Yogi Berra, un beisbolista de los años cincuenta que se hizo famoso por sus despropósitos. A Berra le debemos muchas perlas como esa. Decía, por ejemplo, que solía echarse una siesta de dos horas entre la una y las cuatro. También afirmaba que la mitad de las mentiras que se decían sobre él no eran verdad. ¡Qué grande era Yogi Berra!

Podría haber pasado a la posteridad por su excelencia como catcher o por lo hilarante de sus sentencias pero, si todavía se le recuerda, es porque William Hanna y Joseph Barbera se inspiraron en su nombre para bautizar a uno de sus personajes más populares: Yogi Bear, el Oso Yogui. Los creadores del Oso Yogui pretendían hacer algo así como un homenaje a Berra, tan dicharachero él, tan incoherente, pero eso al beisbolista no le hizo ninguna gracia, y hasta los llevó a juicio para obligarles a cambiar el nombre de su tocayo plantígrado.

Las notas de Pedro Sánchez para su investidura

No lo consiguió, evidentemente. ¿Dónde está escrito que cada cual pueda escoger el tipo de posteridad que le corresponde? Contento tendría que estar el bueno de Berra por el mero hecho de ser recordado. Cada vez que un niño ve unos dibujos de Yogui y Bubu está resucitándolo un poco. De todas sus frases célebres, me quedo con una que podría muy bien aplicarse a la política española, tan fratricida. Dijo Yogi Berra: “Hay que ir a los funerales de los otros; si no, ellos no irán al tuyo”.

Yogi Berra, a la izquierda, ya como entrenador de los New York Yankees en 1977

En Barcelona tuvimos a un alcalde, Joan­ Pich i Pon, cuyos hallazgos verbales podrían competir con los de Berra. Hablaba de luz genital para decir cenital, confundía sifilítico con filatélico y creía que el caviar eran huevas de centurión. Pequeñas joyas del humorismo involuntario que le hicieron merecedor de una parcelita en la posteridad: en catalán, ese tipo de disparates recibe el nombre de piquiponades. De todas las que se le atribuyen, mi piquiponada favorita es la que advertía del elevado precio de algo diciendo que costaba un huevo de la cara . La carrera política del lerrouxista Pich i Pon concluyó abruptamente debido al escándalo del estraperlo, otro neologismo que por razones poco decorosas perpetúa dos apellidos (los de Strauss y Perlowitz, inventores de una ruleta fraudulenta) y que en la posguerra daría nombre al mercado negro.

Que un deportista cometa este tipo de dislates nos hace gracia; que lo haga un político debería preocuparnos. Un hablar deficiente es sinónimo de un pensar deficiente, y a nadie le gusta que el destino de una sociedad esté en manos de gente así. Se publican con frecuencia artículos que deploran la pobreza léxica y conceptual de nuestra clase política. Precisamente para que los políticos tengan algo que decir y sepan cómo decirlo, los partidos hace tiempo que elaboran unos argumentarios que ellos solo tienen que repetir como papagayos. ¡Ay, qué tristeza da oír a un diputado proclamar con convicción unos razonamientos que acabamos de escuchar, casi siempre con las mismas palabras, en labios de otro diputado del mismo partido!

Dicen que la edad de oro de la oratoria coincidió con la segunda mitad del siglo XIX. Hace no muchos años, todavía se recurría al grito de ¡Castelar, Castelar! para ponderar la excelencia de un orador. Parece ser que, desde su primera participación en un mitin político, Emilio Castelar, más tarde efímero presidente de la Primera República, fue unánimemente aclamado como un tribuno excepcional, y así ha quedado para la posteridad.

También Cánovas y Sagasta, los artífices de la Restauración, han pasado a la historia como grandes oradores. De ellos se decía que tenían electricidad en su palabra y en su persona, y nadie quería encontrarse en la piel de sus adversarios. Aunque sus discursos se transcribían en el Diario de Sesiones, para calibrar el efecto que causaban en su audiencia tenemos que fiarnos del testimonio de los contemporáneos porque no existen grabaciones de la época.

Ahora el problema es el contrario: que existen demasiadas grabaciones y no hay frase desafortunada que escape a la voracidad de los micrófonos. Acuérdense de Rajoy, que como orador no era de los peores, y de sus gloriosos dislates. “Una cosa es ser solidario, y otra es serlo a cambio de nada”: lo dijo Mariano Rajoy pero podía haberlo dicho Yogi Berra.

QOSHE - El auténtico Oso Yogui - Ignacio Martínez De Pisón
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El auténtico Oso Yogui

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23.02.2024

“El béisbol es mental en un 90%; la otra mitad es cuestión de físico”. Esto no lo digo yo. Esto lo dijo Yogi Berra, un beisbolista de los años cincuenta que se hizo famoso por sus despropósitos. A Berra le debemos muchas perlas como esa. Decía, por ejemplo, que solía echarse una siesta de dos horas entre la una y las cuatro. También afirmaba que la mitad de las mentiras que se decían sobre él no eran verdad. ¡Qué grande era Yogi Berra!

Podría haber pasado a la posteridad por su excelencia como catcher o por lo hilarante de sus sentencias pero, si todavía se le recuerda, es porque William Hanna y Joseph Barbera se inspiraron en su nombre para bautizar a uno de sus personajes más populares: Yogi Bear, el Oso Yogui. Los creadores del Oso Yogui pretendían hacer algo así como un homenaje a Berra, tan dicharachero él, tan incoherente, pero eso al beisbolista no le hizo ninguna gracia, y hasta los llevó a juicio para obligarles a cambiar el nombre de su tocayo plantígrado.

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No lo consiguió, evidentemente. ¿Dónde está escrito que cada cual pueda escoger........

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