Cogí un taxi y el taxista, que no acertaba a identificar mi acento, lo atribuyó a mi buen oído, gracias al cual se me habrían ido mezclando diversas inflexiones de voz hasta generar un acento indistinguible. “¿Buen oído?”, dije, extrañado, y le hablé del acúfeno que desde hace años atormenta mi oído izquierdo. El hombre me lanzó una mirada condescendiente a través del retrovisor. “No”, dijo. “¿No qué?”. “Que no es un acúfeno”. Esperé a que continuara. Él hizo una larga pausa y luego, armándose de paciencia, empezó a hablar: “Esas vibraciones que usted percibe son señales electroacústicas. Alguien está tratando de sacarle información. El ser humano es información: capas y capas superpuestas de información. Hay quien está interesado en obtener esa información. ¿Para qué?, dirá usted. Muy sencillo. Para robarle dinero, para romper su matrimonio, para causarle una depresión o un problema de salud, para hacerle pensar lo que él quiere, para hacerle votar a un partido…”.

Yo repliqué: “A mí el otorrino me ha dicho que lo mío es un deterioro del nervio auditivo”, y él me miró con lástima. “¿Ha oído últimamente ruido en las casas de los vecinos?”. “Sí, claro…”. “¡No me diga más!”, me cortó, triunfal, “¡otro indicio de que le están sacando información!”. “Pero ¿quién?”, dije, alarmado, “¿quién podría hacer una cosa así?”. Él, enigmático ahora, contestó: “Mafias. Mafias que descifran esos datos y los venden a sus enemigos”. “¿A mis enemigos?”. “¡A sus enemigos!”, asintió.

En fin, puede parecer que me lo estoy inventando, pero lo cuento tal como fue. Me acordé esa tarde de una conocida que afirmaba que las estelas de los reactores contienen sustancias químicas destinadas a propagar enfermedades y modificar nuestro modo de vida. Me acordé también de aquel mandamás universitario que acusó a Bill Gates y George Soros, “esclavos y servidores de Satanás”, de intentar controlar nuestra libertad implantándonos un chip con la vacuna de la covid. ¿Hasta dónde puede llegar la credulidad de los conspiranoicos?

Entro en un portal de verificación de noticias y me sorprende la facilidad con que los bulos y los infundios se abren camino: son las famosas fake news, expresión anglosajona que en muy pocos años se ha vuelto universal. La pandemia, unida al imparable dinamismo de las redes sociales, creó el caldo de cultivo ideal para que esos bulos proliferaran. De hecho, muchos de ellos están relacionados con la propia pandemia, al fin y al cabo un fenómeno novedoso y carente de una explicación clara, que alteró seriamente nuestras vidas y nos sumió en una situación de incertidumbre y miedo al futuro. Superado y casi olvidado el coronavirus, abundan las fake news que alertan sobre supuestos efectos adversos de la vacunación. Según la Organización Mundial de la Salud, las vacunas causarían esclerosis múltiple. Según la Agencia Europea del Medicamento, infertilidad. Según el Tribunal Supremo de Estados Unidos, daños irreparables…

Obsérvese que suele citarse como argumento de autoridad alguna institución prestigiosa, que es lo que da credibilidad a la noticia. Cuando esa misma institución trata de desmentir esas falsedades es cuando ya no merece ninguna credibilidad. Siempre es igual. Los bulos sobre las estelas de los reactores se hicieron virales gracias a las declaraciones de unos supuestos empleados de la Agencia Estatal de Meteorología. Que luego esta agencia lo negara oficialmente no bastó para frenar esos bulos.

¿Por qué triunfan las teorías conspirativas? Porque, en tiempos de zozobra y en un entorno que nos desborda, esas teorías ponen nombre a los culpables y nos ofrecen una ilusión de control. Doy por supuesto que el taxista que me diagnosticó señales electroacústicas tendrá también sus propias teorías sobre las estelas de los aviones y las vacunas contra la covid: todo va en el mismo pack. A ese taxista y a todos los miembros de la Internacional Conspiranoica, con Miguel Bosé a la cabeza, les da lo mismo lo que digan los científicos que no piensan como ellos. Aún más: el hecho de que esos científicos digan lo que dicen solo prueba la magnitud de la conspiración, de la que sin duda son cómplices… En fin, si pensábamos que de la pandemia saldríamos más sabios, nos equivocábamos. De la pandemia hemos salido más tontos.

QOSHE - El conspiranoico - Ignacio Martínez De Pisón
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El conspiranoico

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15.12.2023

Cogí un taxi y el taxista, que no acertaba a identificar mi acento, lo atribuyó a mi buen oído, gracias al cual se me habrían ido mezclando diversas inflexiones de voz hasta generar un acento indistinguible. “¿Buen oído?”, dije, extrañado, y le hablé del acúfeno que desde hace años atormenta mi oído izquierdo. El hombre me lanzó una mirada condescendiente a través del retrovisor. “No”, dijo. “¿No qué?”. “Que no es un acúfeno”. Esperé a que continuara. Él hizo una larga pausa y luego, armándose de paciencia, empezó a hablar: “Esas vibraciones que usted percibe son señales electroacústicas. Alguien está tratando de sacarle información. El ser humano es información: capas y capas superpuestas de información. Hay quien está interesado en obtener esa información. ¿Para qué?, dirá usted. Muy sencillo. Para robarle dinero, para romper su matrimonio, para causarle una depresión o un problema de salud, para hacerle pensar lo que él quiere, para hacerle votar a un partido…”.

Yo repliqué: “A mí el otorrino me ha dicho que lo mío es un deterioro del........

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