Todos tienen uno. El argumento es imbatible. Por cierto y porque hiere de un plumazo todas las pulsiones que tienes como padre. Negándoselo lo conviertes en un paria solitario, único, raro, desconectado y desprotegido. Se ha extendido un extraño consenso que establece los 12 años como la edad en que los niños deben (sí, deben) tener un teléfono móvil y hoy a esa edad “todos tienen uno”. Es el paso de la primaria a la secundaria, pero sobre todo es la edad en que mayoritariamente empiezan a desplazarse por su cuenta por la selva. Sabes dónde está, te avisa si hay algún problema.

Acaba de nacer en Barcelona un movimiento contra ese consenso. Asociaciones de familias de Gràcia y del Poblenou quieren que ese momento vital se traslade de los 12 a los 16 años. Quieren cambiar el ‘todos’ por el ‘nadie’. Que el raro sea el que lo tenga. Devolverles la infancia, la adolescencia, el cuerpo a cuerpo. Retrasar el impacto o impactos negativos que el abuso del smartphone tiene sobre sus cerebros y formación.

Tres chavales pendientes del móvil en una calle de Barcelona

Aunque el fenómeno es reciente y falta perspectiva temporal, la literatura científica parece estar de acuerdo en que el smartphone es nocivo para los cerebros en desarrollo. Los primeros teléfonos inteligentes aparecen hacia 1994 (servían para hablar, pero también para enviar y recibir faxes y correos electrónicos, tenía libreta de direcciones, calendario, agenda, calculadora, reloj y bloc de notas, y algunos hasta mapas, informes bursátiles y noticias) pero su popularización se da a partir del 2007, cuando Apple lanza el primer iPhone (“invento del año” para la revista Time). Por eso, y después de una explosión exponencial en el uso de esta tecnología y de toda la industria vinculada, aparece en ese momento la “generación smart”.

Los nacidos alrededor de esas fechas son los adolescentes que ahora preocupan a la literatura científica. Los que han crecido con un juguete sin instrucciones y del que se desconocían los efectos secundarios.

Cuesta encontrar doctrina que defienda su inocuidad.

Un artículo publicado hace pocos días en Science, firmado por cinco expertos del Internet Institute de Oxford, subraya la disparidad de resultados obtenidos en los últimos años en aquellos análisis que detectan esos efectos dañinos. Por ello, piden que prevalga en todo caso el principio que en 2005 estableció la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y la Tecnología, un órgano consultivo de la Unesco: ante “un daño moralmente inaceptable que sea científicamente plausible, pero incierto”, se deben tomar acciones “para evitarlo o disminuirlo”. También remarcan la necesidad de evitar las generalizaciones y actuar –sorpresa– “niño por niño”.

Contra esta visión más escéptica, uno de los mayores análisis realizados desde el nacimiento del smartphone, con datos de 40.337 niños y adolescentes estadounidenses de 2 a 17 años demostró que los usuarios frecuentes de pantallas tenían “significativamente más probabilidades de haber sido diagnosticados con ansiedad o depresión”. También tenían menos autocontrol, peor regulación de las emociones, incapacidad para terminar tareas, menor curiosidad y mayores dificultades para la amistad.

Muchos de estos estudios remarcan la relación directa entre los trastornos de salud mental y la falta o mala calidad del sueño, con frecuencia consecuencia de la adicción digital. Igual que los problemas de sobrepeso u obesidad.

La semana pasada, la ex de directiva de Facebook Frances Haugen, hoy convertida en azote de la plataforma, decía en una entrevista en El País: “Dentro de 10 años, nos preguntaremos por qué no regulamos antes las redes sociales”.

Quizás será tarde para la generación smart. Y habrá que ponerle un nuevo nombre.

QOSHE - Una generación menos ‘smart’ - Ignacio Orovio
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Una generación menos ‘smart’

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03.11.2023

Todos tienen uno. El argumento es imbatible. Por cierto y porque hiere de un plumazo todas las pulsiones que tienes como padre. Negándoselo lo conviertes en un paria solitario, único, raro, desconectado y desprotegido. Se ha extendido un extraño consenso que establece los 12 años como la edad en que los niños deben (sí, deben) tener un teléfono móvil y hoy a esa edad “todos tienen uno”. Es el paso de la primaria a la secundaria, pero sobre todo es la edad en que mayoritariamente empiezan a desplazarse por su cuenta por la selva. Sabes dónde está, te avisa si hay algún problema.

Acaba de nacer en Barcelona un movimiento contra ese consenso. Asociaciones de familias de Gràcia y del Poblenou quieren que ese momento vital se traslade de los 12 a los 16 años. Quieren cambiar el ‘todos’ por el ‘nadie’. Que el raro sea el que lo tenga. Devolverles la infancia, la adolescencia, el cuerpo a cuerpo. Retrasar el impacto o impactos negativos que el........

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