Maldita la hora en que tienes una idea pequeña, incipiente y poco pretenciosa, y cometes el error, o el descuido, de no apuntarla. Estás dentro de la cama y encender la luz te desvelaría. Desbloquear la pantalla del móvil, todavía más. O estás haciendo otra cosa. Estás conduciendo o en medio de una conversación, y decides confiar en tu capacidad en recordar aquella idea. Confiar en su calidad, en su perseverancia. Confiar en que la mordisquearás en la boca como un hueso de cereza y que cuando finalmente la escupas, brillará limpia y redonda como una perla.

El natto japonés

Antes de irme a México, una amiga sibarita me pasó una lista de ingredientes que, como si se tratara de una misión, tenía que conseguir. Aunque el cargamento fue interceptado en Chile, donde me requisaron (con mucha amabilidad, todo se tiene que decir) todos los chiles; el huitlacoche, que estaba enlatado, pasó el control de seguridad. El huitlacoche es un hongo que crece entre los granos de maíz. Los granos infectados se vuelven negros, pero son comestibles y en México se consideran un manjar. Una exquisitez azteca que yo trajiné hasta casa como quien lleva la curiosidad dentro de una lata.

Antes de ir a Japón soñé que comía natto. Había estado leyendo sobre este alimento tradicional japonés elaborado con granos de soja fermentados, y soñé con un sabor que desconocía. Una vez despierta, el recuerdo que tenía de la experiencia era impreciso y misterioso. En aquella ocasión, en vez de enlatada, la curiosidad viajaba dentro de un sueño.

Entonces pensé que tenía que escribir un artículo al respecto. Pero alguna cosa me debió distraer, porque no tomé ni una triste nota.

A pesar del comienzo dramático de este artículo, que nadie piense que me rasgo las vestiduras cuando esto pasa. El mundo está lleno de ideas extraviadas. Algunas ideas se pierden, ¡alabado sea Dios!, y otras se pierden, pero encuentran el camino de regreso a casa, como Hänsel y Gretel, como algunos zombis o los fantasmas que guardan rencores, y contrahechas y ensalivadas, maduras o tan verdes como el día que las olvidaste, te permiten escribir cuatro líneas, que eres incapaz de decir si se parecen o no a como en un primer momento te las imaginabas.

El huitlacoche sabe a setas y a calamares y el natto, a queso azul.

QOSHE - Huitlacoche y natto - Irene Solà
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Huitlacoche y natto

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13.12.2023

Maldita la hora en que tienes una idea pequeña, incipiente y poco pretenciosa, y cometes el error, o el descuido, de no apuntarla. Estás dentro de la cama y encender la luz te desvelaría. Desbloquear la pantalla del móvil, todavía más. O estás haciendo otra cosa. Estás conduciendo o en medio de una conversación, y decides confiar en tu capacidad en recordar aquella idea. Confiar en su calidad, en su perseverancia. Confiar en que la mordisquearás en la boca como un hueso de cereza y que cuando finalmente la escupas, brillará limpia y redonda como una perla.

El natto........

© La Vanguardia


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