Lo confieso: no me gusta el rap. Ni su imaginería. Ni su jerga. Ni su estropicio verbal. Esos señores y señoras que a su manera regurgitan sus cuitas, tal trovadores bufos, gozan de una gran penetración social, cultural y verbal entre las generaciones de jóvenes y adolescentes que nada tienen que ver con su origen en el Bronx de los setenta, la cultura del hip-hop con sus más o menos expresiones artísticas, música, baile y la gran eclosión del grafiti. Y sin olvidar el lenguaje callejero y tribal. El lenguaje mimético de los muchachos con la salud mental a la intemperie. Desprotegidos.

El rap de ahora tiene muy poco bulto conceptual, y menos aún cultural. Me temo que desprecia las ideas con una cobertura reivindicativa antisistema. El caso es que, en una dirección u otra, el asunto de los practicantes del rap –que no son ni mucho menos los únicos culpables– va contra el idioma –en este caso, el que sea– y contra la expresión oral escrita, y tampoco está tan lejos del empobrecimiento general expresivo en el que la grosería, el argot poligonero, la blasfemia y el insulto son vistos como signo de modernidad y de desinhibición cultural alternativa, quizá de prestigio social. No crean que me olvido de la ortografía de las redes y la gramática que viene de X. Un lenguaje cifrado y sin elaborar en el que los acentos, comas, puntos… son para muchos puro anacronismo. Una pérdida de tiempo. Una costumbre antigua.

El pensamiento instantáneo es la primera víctima del lenguaje, la elaboración de una idea no puede ir tan rápida como la tecla, el móvil o el ordenador. Y como que yo sepa aún razonamos con palabras, pronto entraremos en conflicto con el ritmo de vida actual, absurdo y angustioso. Precipitado. Y con una determinada concepción restrictiva de la comunicación. Como en el rap de la peor especie, las pausas y los matices dejarán de existir. Los tiempos que vivimos no son dialogantes. Y como los viejos siempre imitan a los jóvenes, y no al revés, pronto nos comunicaremos con onomatopeyas, emoticonos… y gilipolleces varias (¿lo ven?, ¡ya estamos!).

No, definitivamente no me gusta el rap. Ni su influencia.

QOSHE - El rap como síntoma - Joan-Pere Viladecans
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El rap como síntoma

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25.02.2024

Lo confieso: no me gusta el rap. Ni su imaginería. Ni su jerga. Ni su estropicio verbal. Esos señores y señoras que a su manera regurgitan sus cuitas, tal trovadores bufos, gozan de una gran penetración social, cultural y verbal entre las generaciones de jóvenes y adolescentes que nada tienen que ver con su origen en el Bronx de los setenta, la cultura del hip-hop con sus más o menos expresiones artísticas, música, baile y la gran eclosión del grafiti. Y sin olvidar el lenguaje callejero y tribal. El lenguaje mimético de los........

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