El día que la ciudad se derrama Rambla abajo –o ramblas–. Como una recién inaugurada primavera que desde el frío añoraba el mar. Toda una riera benigna y mansa: Sant Jordi, el rito anual. Un torrente bienhechor, suave, civilizado; ávido de mirar para ver, y saber. Un acto de fe comunitario. Una fiesta nacional laica y sin himno. De cuando, aunque sea por un solo día, el vértigo tecnológico dejará de moldearnos la vida y la neurona, que ya es. El catalán día en el que la humanidad se reconcilia con sí misma.

Hay muy pocas cosas que en grupo nos puedan hacer felices, y mire usted que lo intentamos. Pero este día sí: “Tenemos razón porque somos muchos”. Una corona de sonrisas amigas, una visión amable de la vida. El holograma de un niño, que fue, iniciándose de la mano de su abuela. El res­peto heredado. La nostalgia de uno mismo. Libro-autor-literatura-edición…, y una defensa cultural y moral ante la vida.

Y un argumento. Patrimonio y memoria. El metalizado olor de la tinta, el tacto del papel, la magia de las páginas aún por abrir, aguardándonos, la tipografía y la ilustración, cubierta y contracubierta, tapas y guardas: la caja negra de todas las literaturas y de todo el saber. La resistencia de una emoción convertida en ritual que se niega a ser desheredada por antigua o por las pantallas. Fernando Villalón (1881), un poeta hasta cierto punto rudo y áspero, dijo: “Perder las costumbres es de pueblo vencido”. Ahí lo dejo.

Nuestro Sant Jordi con su correspondiente añadido floral es, a pesar de que el mercado quizá lo merodea con cierto exceso, un logro de una clamorosa apropiación popular. Intergeneracional, multirracial. Y de obligado cumplimiento familiar. Consanguíneo. Tradición y modernidad. Y venta de proximidad. Y una total ausencia de criterios dispares. Aquí nadie discute a Gutenberg ni a una rosa roja, por roja que sea. Para los escépticos, este es el día en que se evidencia con toda claridad que el uso y disfrute de la cultura no es un asunto elitista, tenebroso y triste y de deter­minadas clases: es un bien común. Sí, de primera necesidad. Un entretenimiento también alegre y festivo y, en este caso, un estruendo de sensibilidades. Pasado mañana lo veremos…

QOSHE - Pasado mañana - Joan-Pere Viladecans
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Pasado mañana

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21.04.2024

El día que la ciudad se derrama Rambla abajo –o ramblas–. Como una recién inaugurada primavera que desde el frío añoraba el mar. Toda una riera benigna y mansa: Sant Jordi, el rito anual. Un torrente bienhechor, suave, civilizado; ávido de mirar para ver, y saber. Un acto de fe comunitario. Una fiesta nacional laica y sin himno. De cuando, aunque sea por un solo día, el vértigo tecnológico dejará de moldearnos la vida y la neurona, que ya es. El catalán día en el que la humanidad se reconcilia con sí misma.

Hay muy pocas cosas que en grupo........

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