La primera vez que leí aquel poema de Benedetti, el que afirma que cuando éramos niños “la muerte lisa y llana, no existía” –luego, como muchachos, era tan sólo una palabra, siendo ya maduros empezaría a ser la muerte de los otros y ya veteranos rozaríamos la nuestra–, respiré aliviada: “Estás en la primera fase”, me dije. Desconocía el guante helado de la ausencia, esa ridícula incredulidad que acompaña la noticia de un fallecimiento cercano. Pasaron los años, más de pendiente que de llanura; el tiempo parecía inagotable hasta que voy acercándome al final del poema. “Ya dimos alcance a la verdad”, escribe Benedetti. Ese sentir que estamos viviendo y a la vez muriendo, a pesar de que ningún momento resulte apropiado para irse.

José Antonio Llorente

Siendo joven, Montaigne perdió a su mejor amigo en un accidente de equitación y aquello marcó un cambio de rumbo. El pensador francés se volcó en la escritura de sus célebres ensayos, en los que indaga en el miedo, la tristeza o el canibalismo y señalaba que “filosofar es prepararse a morir”. La autoexploración entendida como única respuesta a la finitud. El conocimiento como consuelo.

Se van hombres y mujeres que nos sonrieron y abrazaron, y de algunos cuesta despedirse. Como de JALL, que así es como llamaban a José Antonio Llorente, uno de los más importantes curadores de la comunicación en nuestro país. Y utilizo la palabra curador a conciencia, porque su amor al arte –como coleccionista y patrono de varios museos– le había enseñado a ampliar y profundizar su mirada. De joven, ejerció de periodista en Efe, y enseguida tuvo la audaz visión de dotar a los asuntos públicos de una política de comunicación. A lo largo de una carrera sobresaliente fue siempre más allá de las relaciones públicas, el marketing, la estrategia publicitaria, la reputación o la imagen de marca.

Llorente consiguió crear marcos diferenciados para sus clientes, y enseguida exportó su modelo a Latinoamérica y EE.UU. (con Gerard Guiu abrieron sede en Nueva York). Se trataba de hacer geopolítica mediante la comunicación, pero también de saber hablar a la audiencia cuando la información se convirtió en entretenimiento. Iván Redondo (uno de sus destacados alumnos) lo recordó en este diario; fue allá por los 90, al poner una placa en la puerta de su oficina al estilo de las de los grandes letrados: “consultores de comunicación”.

JALL murió a causa de un cáncer el último día del año y la extrañeza aún se hizo más opaca. En medio del ritual universal de estrenar año nuevo con lentejuelas y cotillón, él se despedía de la vida. Cuando se va un ser lúcido, amable y delicado, la pena se posa en el paisaje y reverbera a través de los recuerdos. Por ello, siempre que en una cena alguien pida “una sola conversación, por favor”, yo veré a José Antonio desplegando su don para escuchar. Junto a su mujer, Irene Rodríguez, formaba una de las parejas más atractivas del Madrid abierto y cosmopolita.

Sus años en EE.UU. enfatizaron el gusto por reunir a gente diversa, incluso opuesta ideológicamente, en su casa. Al estilo de los Lazareff en Louveciennes, juntaban a empresarios, políticos, artistas y viajeros; gente culta y mundana en la más elevada expresión del término. Discreto y sonriente, prefería escuchar; era el rey del fair play. Y despachaba una media distancia muy inglesa que le permitía hacer la pregunta en la que nadie había reparado. Uno de sus amigos, Antonio Fournier, lo clavó: “Llegó a la cima del Everest, pero tuvo poco tiempo para disfrutar las vistas”. Las que compartió con algunos de nosotros dejaron su huella. La de una bondad al óleo.

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JALL, una bondad al óleo

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06.01.2024

La primera vez que leí aquel poema de Benedetti, el que afirma que cuando éramos niños “la muerte lisa y llana, no existía” –luego, como muchachos, era tan sólo una palabra, siendo ya maduros empezaría a ser la muerte de los otros y ya veteranos rozaríamos la nuestra–, respiré aliviada: “Estás en la primera fase”, me dije. Desconocía el guante helado de la ausencia, esa ridícula incredulidad que acompaña la noticia de un fallecimiento cercano. Pasaron los años, más de pendiente que de llanura; el tiempo parecía inagotable hasta que voy acercándome al final del poema. “Ya dimos alcance a la verdad”, escribe Benedetti. Ese sentir que estamos viviendo y a la vez muriendo, a pesar de que ningún momento resulte apropiado para irse.

José Antonio Llorente

Siendo joven, Montaigne perdió a su mejor amigo en un accidente de equitación y aquello marcó un cambio de rumbo. El pensador francés........

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