Mei Yin cambió su nombre nada más entrar en el salón –es un decir– de manicura de la calle Pío XII, epicentro de la antigua Costa Fleming. A comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, el barrio madrileño que se inauguró con el edificio Corea –una mole de cemento con 600 viviendas ocupada por marines de la Base de Torrejón– adquiría maneras, dejándose conquistar por las minifaldas rumbosas, el whisky y el tabaco rubio que enlazaban las noches y los días cuando todo era a gogó. Cuentan que, en los setenta, le preguntaron a Raúl del Pozo dónde pasaría las vacaciones y respondió irónicamente “en Costa Fleming”. Y el nombre prendió. Porque el anhelo del mar de la capital permanece latente en el espíritu de sus habitantes en un Madrid que lo tiene todo, excepto paseo marítimo.

Mei Yin nunca sonríe. A ella le tocó llamarse Ana de la misma forma que sus compañeras fueron rebautizadas Alicia o Diana (por lady Di, aclara la jefa). De nueve a nueve se convierte en Ana, aunque su proceso de españolización se limite al nombre postizo y a un chapurreo de castellano de frontera. Tampoco su integración va mucho más allá: pagar impuestos y soportar a jefes esclavistas. Pero estos días se le acumula el trabajo. Callos y durezas contravienen el orden podal a causa del trasiego en Ferraz, y Mei-Ana desbroza los fatigados pies de las manifestantes que le piden una mani-pedi rojigualda. Observo la interacción de cuatro españolazas con las mujeres chinas que las atienden: la táctica consiste en olvidarse de ellas a pesar de entregar pies y manos a unas inmigrantes dispuestas a pintar cualquier bandera mientras no sea la suya.

Muros infranqueables separan los diferentes estados de madrileñidad, del barrio de Salamanca, rebautizado Little Caracas a causa de la llegada de tantos venezolanos con abuelos españoles y fajos de petrodólares, a Usera, Chinatown capitalino. Los nuevos madrileños, ricos y pobres, que llegaron huyendo del extremismo y la bronca asisten atónitos a las protestas callejeras engordadas por niños “bian” dispuestos a mezclarse con los ultras para “putodefender España”.

Parece Halloween con un poco de retraso, opinan las manicuristas chinas que no se atreven a pronunciar la palabra amnistía. Funestos espíritus del pasado reviven en avenidas tomadas por vecinos detodalavida que se han lanzado a la caye borroka . Los pijos de Costa Fleming o de Juan Bravo suben a las redes imágenes embutidos en sus gilets, sus rayas al lado, sus jerséis de cuello pico granates y sus banderas españolas a modo de capa. Con un amor enrabietado. Y sufren los porrazos y los gases lacrimógenos de la policía como si estuvieran en una escape room , solo que los heridos y los destrozos son de verdad.

Sus lemas no parten de ninguna idea poética –al estilo del “camaradas, proscribamos los aplausos: el espectáculo está en todas partes” de aquel 68–, sino del insulto rancio, como si gritarle “hijo de puta” al presidente del Gobierno constituyese una acción política. Pero cuando la derecha se enfada y sale a sus calles se la nota incomodona. La rebeldía y la reivindicación democrática, tan fuera de su zona de confort, le fatigan, por ello sus calculadores líderes azuzan a los cachorros, casi todos varones, para formar la primera línea de la protesta con dibujos de pistolas en DIN A4.

Le enseño a Mei Yin/Ana un mensaje que me acaba de entrar en el teléfono, un simple “¡hola!” con la foto de un joven apuntándome con un arma. Ni ella ni yo queremos salir del salón –es un decir– de manicura.

QOSHE - La ‘caye borroka’ en la pedicura china - Joana Bonet
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La ‘caye borroka’ en la pedicura china

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11.11.2023

Mei Yin cambió su nombre nada más entrar en el salón –es un decir– de manicura de la calle Pío XII, epicentro de la antigua Costa Fleming. A comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, el barrio madrileño que se inauguró con el edificio Corea –una mole de cemento con 600 viviendas ocupada por marines de la Base de Torrejón– adquiría maneras, dejándose conquistar por las minifaldas rumbosas, el whisky y el tabaco rubio que enlazaban las noches y los días cuando todo era a gogó. Cuentan que, en los setenta, le preguntaron a Raúl del Pozo dónde pasaría las vacaciones y respondió irónicamente “en Costa Fleming”. Y el nombre prendió. Porque el anhelo del mar de la capital permanece latente en el espíritu de sus habitantes en un Madrid que lo tiene todo, excepto paseo marítimo.

Mei Yin nunca sonríe. A ella le tocó llamarse Ana de la misma forma que sus compañeras........

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