Hoy, durante 24 horas, es el día del Padre y aunque solo sea por caridad cristiana, los hombres progenitores reciben felicitaciones, dibujos perpetrados de prisa y corriendo y regalos absurdos pese a la resistencia del homenajeado a los regalos absurdos.

El día del Padre es también la onomástica de los Pepes, que no es un tablao de la calle Escudillers, sino el apodo que reciben algunos cachondos (no hay Pepe malo, aunque bueno, lo que se dice bueno, tampoco).

La jornada tiene aroma –o tufillo, para las más guerreras– heteropatriarcal propio de otros tiempos, cuando los hijos eran de poco cuestionar el principio de autoridad paterna, alentado por las mismísimas madres.

–¡Como se entere tu padre!

Al parecer, dicho principio está en crisis aunque ciertos padres actúan como si tal cosa.

–¡A las tres de la mañana os recojo en la puerta de Cuqui’s y si no estáis os espero!

La sociedad evoluciona y el patrón de los regalos del día del Padre, también. Si dejamos aparte el obsequio que más le gustaría al homenajeado –no llevarle siempre la contraria–, hoy resulta intolerable salir del paso con una botella de Anís Machaquito, una corbata de Santa Eulalia o sendos calcetines de hilo de Torrelodones.

En consecuencia, los hijos optan por obsequios saludables, paritarios y medioambientales.

–En lugar de regalarte una entrada para el clásico en el Bernabeu y dejarte solo en Madrid, hemos pensado que mejor un finde con mamá en un hotel budista del Montseny.

O un par de plateas para el musical “Papá, ¡quién te ha visto y quién te ve!”, sin descartar un talón regalo para alguna experiencia tal que una cata de vinos de Cariñena, una clase práctica de boxeo sin dolor o el cursillo “Riesgos de la pornografía en la tercera edad”, impartido por voces tránsfugas del Orfeón Donostiarra.

Algo me dice que igual cae una freidora de aire, trasto indispensable en cualquier hogar del siglo XXI, aunque el homenajeado sería más feliz con un jamón al que piropear y abrazarse por las noches en la intimidad de la cocina.