En mayo del año pasado 350 expertos mundiales en inteligencia artificial (IA) firmaron un documento en el que advirtieron que la tecnología podría conducir al fin de la civilización y a la extinción de la humanidad. Desde entonces, y con creciente alarma, no se deja de debatir la cuestión.

Lo que no nos preguntamos tanto es si la IH (inteligencia humana) representa un peligro mayor. Si, a la inversa de lo que tanto se teme, quizá ha llegado la hora de explorar la opción de un gran reset y dejar que la IA asuma el control. No necesariamente lo haría peor.

Solo tenemos que recordar los horrores cometidos en el siglo XX en nombre de ideas cuya aspiración era crear el cielo en la Tierra. Recomiendo una breve escena (se puede ver en You­Tube) de la película El quinto elemento. Vemos a la protagonista Leeloo, un ser perfecto pero inocente, llorando ante una pantalla en la que ve una secuencia de imágenes flash de guerras que incluyen aviones bombardeando ciudades, explosiones atómicas, campos de exterminio y refugiados desfilando entre escombros.

Poco ha cambiado en el siglo XXI. Las imágenes de hoy en Gaza o en Ucrania ofrecen más de lo mismo, variaciones sobre lo visto hace nada en Siria, Afganistán, Irak… por no hablar de los ataques terroristas en Nueva York, Londres, París, Madrid, Nairobi, Bombay y por todo Oriente Medio.

El panorama no es menos desolador si miramos más atrás y contemplamos la infinidad de barbaries desde los tiempos del imperio romano hasta los de Napoleón. La constante, desde que se empezó a escribir la historia, es muerte, rapiña y destrucción en nombre de la tribu –siempre la tribu– representada ella por la bandera, o el rey, o Dios, o la ideología purificadora.

Uno de los atractivos de la IA como alternativa para regir el destino del mundo es que sería muchas cosas pero no sería tribal, no sucumbiría al sistema de organización social inventado por la IH que es la principal causa de nuestros males. Ni tampoco se dejará llevar por los demagogos a los que somos tan susceptibles. Hitler, Stalin y sus imitadores apelan a la emoción, cualidad de la que la IA carece. Si la dejamos que actúe sola, sin interferencia humana, sus decisiones se basarán en la razón. Menos guerras y salvajismo, podríamos suponer. Y quizá menos, no más, posibilidad de extinción.

¿Cuáles sabemos con certeza que son las principales amenazas a la supervivencia del ser humano como especie? El cambio climático y la guerra nuclear. Bueno, hemos llegado aquí gracias a las bondades de la IH. La IA no ha tenido nada que ver con el calentamiento de la Tierra ni con el invento de las bombas atómicas, ni con la perfectamente imaginable posibilidad de que alguien (veamos las amenazas re­cientes desde el mafia-Estado ruso) decida lanzarlas.

No hay motivo para pensar que en un mundo en el que la IA mande se aceleraría la posibilidad de quemarnos vivos de una forma u otra. Al contrario. Si la razón fuese el motor en vez de la emoción (del odio, del resentimiento, la venganza, la envidia o los complejos de inferioridad), más posibilidades habría de quedar a salvo. Difícil no sospechar que la IA representaría una apuesta mejor que la IH.

Claro, si se hace realidad lo que los expertos temen, si los robots usurpan el mando de la nave, como vislumbra la famosa película 2001: Una odisea en el espacio, tendríamos que subordinarnos a su autoridad y adiós al invento menos malo con el que hemos dado, el que impone cierta cordura, decencia y justicia sobre la volátil condición humana. Me refiero a la democracia. Yo soy muy fan de la democracia, muy defensor de ella contra el autoritarismo.

Después del acceso a la comida y demás necesidades básicas para la supervivencia, la libertad de expresión es lo que más valoro. Prefiero vivir en una sociedad donde se me permite decir y hacer lo que quiero bajo el control y la protección de la ley a otra, como Rusia o China o Irán, donde el capricho del mandamás es suficiente para meterme preso o acabar con mi vida.

Pero seamos honestos. La democracia, o lo que entendemos por democracia en los países occidentales, no va muy bien estos días. Primero, no es siempre el sistema más indicado para todas las sociedades; no es un traje que va bien a todos en todas las circunstancias. Segundo, resulta que incluso en los países donde la democracia está más consolidada el sistema se está empezando a cor­roer. Se está demostrando que el derecho al voto, una novedad –recordemos– en la larga historia humana, no necesariamente da los mejores resultados, medidos en paz social y bienestar ciudadano.

Veamos los casos de las dos democracias más antiguas. En el Reino Unido, la mayoría votó por el Brexit; en Estados Unidos están cerca de votar a Donald Trump como presidente por segunda vez. La IA, basada fríamente en los hechos y no en las engañosas frivolidades nacionalistas, jamás hubiera recomendado el Brexit. Tampoco hubiera identificado como digno líder del país más potente del mundo a un delincuente loco como Trump o, ya que estamos, a un viejo cada día más senil como Joseph Biden. Solo la IH, demasiadas veces sinónimo de la EH (estupidez humana), es capaz de semejantes disparates.

Dicho todo esto, no sé si estaría dispuesto a sacrificar mi autonomía como ser humano por la relativa tranquilidad de un mundo dirigido por la IA. Digo la libertad para disfrutar de la música, de la pintura, de la literatura, de la belleza en todas sus expresiones, de los placeres y peligros que conlleva la vida como la conocemos, para todo lo cual es necesario que seamos una especie con un fuerte componente de irracionalidad. Lo mejor se nutre de lo peor. Recuerden la célebre cita de la película El tercer hombre : “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco”.

Un mundo bajo la autoridad de la IA quizá­ nos aporte la previsible serenidad del reloj de cuco. Pero prefiero jugármela con la IH, aunque signifique que sigamos padeciendo los desastres de la guerra, o que el fin del mundo esté a la vuelta de la esquina.

QOSHE - ¿Estupidez humana o IA? - John Carlin
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

¿Estupidez humana o IA?

8 2
11.02.2024

En mayo del año pasado 350 expertos mundiales en inteligencia artificial (IA) firmaron un documento en el que advirtieron que la tecnología podría conducir al fin de la civilización y a la extinción de la humanidad. Desde entonces, y con creciente alarma, no se deja de debatir la cuestión.

Lo que no nos preguntamos tanto es si la IH (inteligencia humana) representa un peligro mayor. Si, a la inversa de lo que tanto se teme, quizá ha llegado la hora de explorar la opción de un gran reset y dejar que la IA asuma el control. No necesariamente lo haría peor.

Solo tenemos que recordar los horrores cometidos en el siglo XX en nombre de ideas cuya aspiración era crear el cielo en la Tierra. Recomiendo una breve escena (se puede ver en You­Tube) de la película El quinto elemento. Vemos a la protagonista Leeloo, un ser perfecto pero inocente, llorando ante una pantalla en la que ve una secuencia de imágenes flash de guerras que incluyen aviones bombardeando ciudades, explosiones atómicas, campos de exterminio y refugiados desfilando entre escombros.

Poco ha cambiado en el siglo XXI. Las imágenes de hoy en Gaza o en Ucrania ofrecen más de lo mismo, variaciones sobre lo visto hace nada en Siria, Afganistán, Irak… por no hablar de los ataques terroristas en Nueva York, Londres, París, Madrid, Nairobi, Bombay y por todo Oriente Medio.

El panorama no es menos desolador si miramos más atrás y contemplamos la infinidad de barbaries desde los tiempos del imperio romano hasta los de Napoleón. La constante, desde que se empezó a escribir la........

© La Vanguardia


Get it on Google Play