Oppenheimer, la historia de la invención de la bomba atómica, ganó el Oscar a mejor película el domingo pasado. Veinte días en Mariúpol, ganador del Oscar al mejor documental, trata del asalto militar a una ciudad ucraniana cuyo teatro, refugio de miles, fue bombardeado por los rusos el 16 de marzo del 2022, y que acabó con 600 vidas.

Justo el contexto para que tres días después de la ceremonia en Hollywood Vladímir Putin, el presidente ruso, declarara que está “preparado” para lanzarse a la guerra nuclear y acusara a los líderes de Occidente de ser “vampiros” con hambre “de carne humana”. Justo, también, el mensaje de optimismo, generosidad y paz que uno espera de un líder a punto de presentarse a elecciones. Bueno, lo justo no en todos lados, quizá, pero sí en el mundo paralelo ruso.

Este fin de semana se están celebrando elecciones presidenciales en Rusia. OK. Tal vez celebrando no sea el verbo más indicado. Imitando iría mejor. O parodiando . En cualquier caso, puesto que se trata de una broma, ya que todo el mundo sabe que Putin tomó la precaución de regar el terreno electoral con sangre para asegurarse de una victoria brutal, surge una pregunta: ¿para qué sirven las elecciones rusas? Lo obvio sería decir que se trata de un épico ejercicio de hipocresía, condición bien definida una vez como “el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Algo de eso hay. Alguna conciencia debe de tener Putin de lo basura que es como ser humano y la basura moral que es su mafia de Estado. Las elecciones serían un intento de maquillar la irremediable fealdad del sistema que preside.

Pero el tema es más complejo. Putin es más complejo. Ya que hablamos de los Oscars, y para que el mundo que amenaza con destruir tenga una mejor idea de quién realmente es, una idea sería hacer una película sobre él. Titulada Putinheimer, quizá, o Putinstein, examinaría la personalidad del dictador ruso en el contexto de la curiosa necesidad que tiene de montar sus farsas electorales. No sería una fácil tarea. Estaríamos hablando de un nuevo género, un híbrido de comedia negra y película de terror, a la que habría que agregar una fuerte dosis de surrealismo a lo Luis Buñuel o David Lynch.

Pero para ser candidata a los Oscars el año que viene la clave estaría en la verosimilitud del personaje central. El actor que asumiese el papel tendría un reto inmenso. Yo estaría dispuesto a ayudarle.

Me imagino un diálogo, o una especie de tutorial, con uno de los tres o cuatro posibles pretendientes al papel: Cillian Mur­phy (versión Peaky Blinder s ), quizá, o Jack Nicholson (mezcla de sus papeles en El resplandor y Mejor... imposible ), Joaquin Phoenix ( Napoleón ) o Javier Bardem (replicando su frío y monstruoso asesino en No es país para viejos ).

–Dice usted que Putin es una basura de ser humano… –me comentaría el actor elegido.

–Sí –le respondería–. Pero me quedo corto.

–Ah.

–Sí. Limitándonos solo a sus cualidades más obvias, Putin es… aquí va: un tipo envidioso, resentido, avaricioso, acomplejado, paranoico, psicópata, arrogante, inseguro y mediocre.

–¿Mediocre? Pero ha llegado muy
lejos…

–Hitler también llegó lejos. Mire, hace unos días yo estaba en una comida con una docena de amigos y reflexioné que si Putin estuviera aquí (Putin en su humana desnudez, digo, despojado de poder) sería de lejos la persona con menos gracia, más banal de la mesa. Y ya sabemos que, para colmo, cuando empieza a hablar, habitualmente del papel central que ocupa en su imaginada historia imperial rusa, no para.

–O sea, ¿Putin es un pesado que roza la locura?

–No la roza. Está loco de remate.

–¿Como Donald Trump o Javier Milei?

–Como Trump, bastante, pero como Javier­ Milei, ¡qué va! Al lado de Putin, Milei­ es el sereno Sócrates, el santísimo Buda. Y no olvide lo siguiente: Milei no tiene bajo su mando ni el arsenal nuclear más grande del mundo, ni una mafia asesina sin fronteras.

–O sea, que si acepto ser Putin en el cine, estaría interpretando el papel del loco más peligroso del mundo…

–Tal cual. Pero un loco clásico a la vez: un ser que vive cautivo de un cuento que él mismo se ha inventado. Quizá la mejor prueba de su patología es que es la única persona en el mundo convencida de que su poder es democráticamente legítimo.

–¿Por eso la película se haría con el trasfondo de unas elecciones presidenciales?

–Correcto. Es decir, con el trasfondo de la gran mentira que solo Putin se cree. Nadie se engaña, nadie­ en el mundo (ni sus perritos fieles de la televisión rusa, ni sus trols a sueldo), nadie salvo el propio Putin.

–Explíqueme la conexión entre la locura de Putin, entre este cuento del que usted dice que es cautivo, y su aparatoso montaje electoral.

–Bueno, primero tenga en cuenta que ni sus admirados Pedro el Grande o Iósif Stalin, ni Al Capone, ni su amiguito norcoreano Kim Jong Un, ni ningún otro imperialista, gángster o dictador importante e indisimuladamente criminal como él se han rebajado a la indignidad de pedir al pueblo el visto bueno a través del voto. Con la excepción de Hitler, claro. Pero, una vez conquistado el poder, él también dejó de jorobar.

–Entonces, si Putin es un todopoderoso gángster, ¿por qué él sí insiste en jorobar con el absurdo de las elecciones?

–Bien. Ahí está la cuestión. Es que necesita pruebas, sobre el papel objetivas, de que su delirio de grandeza es verdad. Quiere creer que no solo es temido, sino amado; que no es un mediocre, sino un campeón; que cuenta con el cariño y la confianza y el apoyo de la enorme mayoría del glorioso pueblo ruso. En su imaginario, los números electorales le avalan.

–¿Entonces, en esencia esta película se burlaría de él?

–Exacto: siguiendo el ejemplo de Alexéi Navalni. Navalni fue el rival que Putin más odió porque era el que día tras día se reía de él, el que le enfrentaba con el mundo de fantasía que se había creado. Delataba lo loco que estaba. Por eso lo mató.

–O sea, ¿si yo aceptara este papel, le estaría tomando el relevo a Navalni?

–En cierto modo, sí.

–No, gracias.

QOSHE - Comedia negra surreal rusa - John Carlin
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Comedia negra surreal rusa

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17.03.2024

Oppenheimer, la historia de la invención de la bomba atómica, ganó el Oscar a mejor película el domingo pasado. Veinte días en Mariúpol, ganador del Oscar al mejor documental, trata del asalto militar a una ciudad ucraniana cuyo teatro, refugio de miles, fue bombardeado por los rusos el 16 de marzo del 2022, y que acabó con 600 vidas.

Justo el contexto para que tres días después de la ceremonia en Hollywood Vladímir Putin, el presidente ruso, declarara que está “preparado” para lanzarse a la guerra nuclear y acusara a los líderes de Occidente de ser “vampiros” con hambre “de carne humana”. Justo, también, el mensaje de optimismo, generosidad y paz que uno espera de un líder a punto de presentarse a elecciones. Bueno, lo justo no en todos lados, quizá, pero sí en el mundo paralelo ruso.

Este fin de semana se están celebrando elecciones presidenciales en Rusia. OK. Tal vez celebrando no sea el verbo más indicado. Imitando iría mejor. O parodiando . En cualquier caso, puesto que se trata de una broma, ya que todo el mundo sabe que Putin tomó la precaución de regar el terreno electoral con sangre para asegurarse de una victoria brutal, surge una pregunta: ¿para qué sirven las elecciones rusas? Lo obvio sería decir que se trata de un épico ejercicio de hipocresía, condición bien definida una vez como “el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Algo de eso hay. Alguna conciencia debe de tener Putin de lo basura que es como ser humano y la basura moral que es su mafia de Estado. Las elecciones serían un........

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