Algunas vidas valen más que otras. No, no lo digo yo. Lo dice la Biblia. Lo dice el Antiguo Testamento, que distingue entre los elegidos de Dios y sus enemigos, cuya aniquilación Dios exige. Enemigos como los filisteos, habitantes de Gaza, cuyo templo el israelita Sansón redujo a escombros, matando a tres mil. No hay vídeos pero podemos suponer que entre los muertos hubo mujeres y niños.

Sansón, por gracia divina (y por su pelo largo) el hombre más fuerte del mundo, es el caudillo de los israelitas. La prostituta Dalila le traiciona, le corta el pelo, los filisteos lo capturan, le arrancan los ojos y le ponen a trabajar como un esclavo en Gaza.

Como es habitual en las escrituras sagradas antes de Cristo, el desenlace es la venganza, la gloriosa venganza. “Entonces Sansón clamó al Señor, y le dijo: ‘Te ruego, Señor… que me des fuerzas para cobrarles a los filisteos mis dos ojos de una vez por todas’. Luego buscó con las manos las dos columnas centrales, sobre las que descansaba el templo, y apoyando ambas manos en ellas gritó: ‘¡Mueran conmigo los filisteos!’.”

“Entonces empujó con toda su fuerza, y el templo se derrumbó sobre los jefes de los filisteos y sobre todos los que estaban allí. Fueron más los que mató Sansón al morir, que los que había matado en toda su vida.”

Tanto en el Libro de los Jueces como en la película más taquillera de 1950, Sansón y Dalila, el guionista nos invita a aplaudir. Buena cantidad de israelíes (conozco personalmente a algunos de ellos) aplauden hoy la destrucción bíblica de Gaza, donde han muerto 16.000 palestinos, dos tercios de ellos mujeres y niños, desde que las fuerzas armadas de Beniamin Netanyahu iniciaron su campaña de venganza hace seis semanas.

Venganza ciega, eso sí, como en el caso de Sansón. Ceguera moral pero también ceguera estúpida, porque los palestinos nunca olvidarán esta calamidad, porque matar a niños palestinos –más de los que han muerto en la guerra de Ucrania en casi dos años– era precisamente lo que los terroristas de Hamas soñaron con que los israelíes hicieran tras su mucho más calculada masacre, la que ejecutaron con los ojos bien abiertos en tierra israelí el 7 de octubre. El odio eterno contra los infieles judíos está asegurado. Guerra eterna también: jóvenes palestinos harán cola para sumarse a Hamas y perpetuar el ciclo asesino hasta el final de los tiempos, hasta que Dios venga y nos revele quiénes fueron los elegidos de verdad.

Algunas vidas valen más que otras no solo para la Biblia, o para los bandos directamente implicados en el conflicto palestino-israelí, sino también para los millones de convencidos lejos de las zonas de combate, los que toman partido a favor de uno u otro, sin ambigüedades. Los nuestros son buenos, los otros son malos. Los nuestros son humanos, los otros son bestias. Aparece el fanatismo y muere la compasión.

Fíjense en los macabros detalles que han salido a la luz en las últimas dos semanas sobre la matanza que detonó la destrucción de Gaza. Fíjense en ciertos “propalestinos” del mundo occidental, aquellos que típicamente tienen también como bandera la causa de la defensa de las mujeres contra el maltrato. Sí, me refiero a la izquierda progre, sector MeToo, que proclama que Luis Rubiales es Satanás, o que monta un cristo ante el primer rumor de que algún político (de derechas, claro) es un misógino, pero que hace la vista gorda a las violaciones más salvajes cometidas en un solo día de las que tenemos registro desde que el ejército rojo invadió Alemania en 1945.

A ver ahora si prestan atención aquellos que dan más valor a las vidas de algunas mujeres que a las de otras. Tantas pruebas se han acumulado que el secretario general de la ONU, António Guterres, acaba de pedir “una vigorosa investigación” de “los numerosos testimonios de violencia sexual durante los aborrecibles actos de terror de Hamas”. No hay que envidiar a los investigadores. Lo que verán en los vídeos y las fotografías que hicieron los propios terroristas de Hamas y lo que oirán de los sobrevivientes y de los médicos es de un sadismo no visto ni en las más perversas películas de terror.

Dejen de leer ya si prefieren no tener que pensar en imágenes de hombres orinando a carcajadas sobre mujeres desnudas con las piernas abiertas que acaban de violar, de chicas jóvenes muertas con rasguños, moretones, sangre y semen en los pechos y en los genitales, con las pelvis destruidas tras violaciones múltiples. Los informes mencionan veintenas de víctimas, pero puede que sean más. Ah, y esto de gente cuyas creencias religiosas exigen “respeto” a las mujeres y denuncian a las degeneradas occidentales que exhiben sus caras y sus piernas en las calles, las mismas calles donde algunas de ellas salen a pedir la cabeza de Rubiales y corear las consignas de Hamas.

Hoy mismo, 10 de diciembre, es el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en la ONU en 1948 con la abstención de ocho países, entre ellos
–oh sorpresa– la Unión Soviética y Arabia Saudí. La declaración habla de los derechos de “todos los seres humanos” a la vida, a la opinión, se manifiesta contra la tortura, contra el racismo, contra las agresiones a las mujeres, contra el destierro y más. Citando a Shakespeare, estas reglas han sido “honradas más en la infracción que en la observancia”. Por casi todo el mundo, sin excluir al país que las impulsó, Estados Unidos, y hoy obviamente sin excluir a los que usan la barbarie como instrumento de persuasión del lado israelí y del lado palestino.

Pero hay que soñar, hay que creer en estos ideales porque si no, bueno, apaguemos la luz y volvamos a la jungla. Los idealistas de ambos bandos que aspiran a que un día Oriente Próximo viva en paz no se hacen ningún favor si carecen de la em­patía de la que depende, como punto de partida, que los derechos humanos sean realmente universales. Hasta que los israelíes y los palestinos, y los que los apoyan desde la distancia, no sean capaces de reconocer la igualdad del valor de las vidas de ambos no habrá la más remota posibilidad siquiera de imaginar una solución. Lo que harán mientras, en su afán de vanagloriarse de que ellos defienden el bien y los otros el mal, es contribuir al dolor sin fin de todos.

QOSHE - Fuertes y ciegos, como Sansón - John Carlin
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Fuertes y ciegos, como Sansón

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10.12.2023

Algunas vidas valen más que otras. No, no lo digo yo. Lo dice la Biblia. Lo dice el Antiguo Testamento, que distingue entre los elegidos de Dios y sus enemigos, cuya aniquilación Dios exige. Enemigos como los filisteos, habitantes de Gaza, cuyo templo el israelita Sansón redujo a escombros, matando a tres mil. No hay vídeos pero podemos suponer que entre los muertos hubo mujeres y niños.

Sansón, por gracia divina (y por su pelo largo) el hombre más fuerte del mundo, es el caudillo de los israelitas. La prostituta Dalila le traiciona, le corta el pelo, los filisteos lo capturan, le arrancan los ojos y le ponen a trabajar como un esclavo en Gaza.

Como es habitual en las escrituras sagradas antes de Cristo, el desenlace es la venganza, la gloriosa venganza. “Entonces Sansón clamó al Señor, y le dijo: ‘Te ruego, Señor… que me des fuerzas para cobrarles a los filisteos mis dos ojos de una vez por todas’. Luego buscó con las manos las dos columnas centrales, sobre las que descansaba el templo, y apoyando ambas manos en ellas gritó: ‘¡Mueran conmigo los filisteos!’.”

“Entonces empujó con toda su fuerza, y el templo se derrumbó sobre los jefes de los filisteos y sobre todos los que estaban allí. Fueron más los que mató Sansón al morir, que los que había matado en toda su vida.”

Tanto en el Libro de los Jueces como en la película más taquillera de 1950, Sansón y Dalila, el guionista nos invita a aplaudir. Buena cantidad de israelíes (conozco personalmente a algunos de ellos) aplauden hoy la destrucción bíblica de Gaza,........

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